Ramón SOLA

El cohete rojo del Klopp de Berriatua

Era noviembre, Osasuna pintaba bien pero no acababa de despuntar: Arrasate arriesgó contra el líder Málaga con dos pivotes «jugones» y ganó. Era enero, hacía falta otro acelerón y el míster volvió a jugársela: dos carriles hiperofensivos en 4-4-2. El resto es puro récord, historia, un ascenso abusón.

Arrasate admira a Jurgen Klopp. Y no son solo palabras, sino hechos; ha convertido a Osasuna, salvando las lógicas distancias, en un Liverpool de manual. Velocidad, riesgo y fe.

El resto lo ha hecho El Sadar, un Anfield en una categoría extraña, que nunca ha dejado que los suyos caminaran solos en Segunda. En el césped, un Rubén García mágico, el Messi de la Liga 123, el Salah de Arrasate. Un Firmino llamado Brandon; la virtud de saber jugar para los demás. Robert Ibáñez y Kike Barja, descarados, desequilibrantes y resolutivos como un Sadio Mané. Y Tajonar, siempre Tajonar, valor perenne, refugio «red» cuando llegan las malas: Torres y Oier, antes señalados, ahora ensalzados, «one club men», siempre rojillos. También Unai y David, torres gemelas, los sucesores.

Aquella tarde ante el potente Málaga se gestó la primera remontada (2-1), a la que han seguido otras seis. Arrasate lo logró contraponiendo a un pivote muy físico (N’Diaye-Adrián) otro solo técnico (Mérida-Torres). Una locura sí, pero muy sensata. El experimento no se repitió, pero el de Berriatua iluminó el camino y en todos (jugadores y grada) brotó la fe.

Los triunfos caseros fueron cayendo uno a uno, muchos en la recta final de los partidos, como un chupinazo al que le siempre cuesta prender pero que cuando lo hace sale disparado. No importaba empezar perdiendo: provocar a Osasuna solo servía para desatarlo.

Para Navidades el objetivo de la temporada estaba más que conseguido. El Sadar se divertía tras el muermo de la campaña anterior y se iba a pelear el play-off. Para casi todos era más que suficiente, pero para Arrasate no. Su apuesta no dejó de radicalizarse, todo al rojo. Cuando el lateral Lillo sufrió una pericarditis, el cohete se completó con dos flechas en los laterales: Nacho Vidal y Carlos Clerc. Otra locura aparente, otro acierto incuestionable.

Parecía el más difícil todavía, pero resultó ser el más hermoso y también el más efectivo: Sporting, Tenerife o Lugo dejaron fases de juego memorables, con un Osasuna convertido en manada de lobos en defensa y gacelas en ataque. Incluso la única derrota de la segunda vuelta, en el Heliodoro canario, llegó en un recital rojillo.

El vendaval estaba en marcha. En juego y en puntos. Los datos quedan para la historia de un club que no está acostumbrado a tales marcas, que no ha sido campeón de nada desde 1961. Quince victorias seguidas en casa. En dieciocho partidos de segunda vuelta, trece victorias, cuatro empates y una derrota. Algunas con deleite, otras por pura cabezonería (navarra), todas vertiginosas, en vertical, por desborde.

Arrasate no especula, y cada tres puntos son premio muy gordo en una liga con tanto empate. A su jugador más horizontal, el pivote Imanol García, lo mandó cedido al Nástic en invierno. Al delantero menos móvil, Xisco, le ha dado poca bola. Con algunas frivolidades de cara a la galería de Nacho Vidal o Rubén García frunció el ceño: «Ese juego valenciano no es el del norte», dijo en rueda de prensa. La consigna era muy clara: rápido, rápido, no había tiempo que perder para el ascenso.

De la mano de Arrasate, Osasuna se ha reencontrado con su esencia, esa que en los últimos años había quedado reducida a tópico barato: de la leyenda de los «indios» de Alzate (la velocidad) en el ascenso de 1980 a los «locos de la cabeza» de Martín (la fe) en el de 2016, pasando también por los mariachis de Agirre (un oasis de calidad) y los gudaris de Mendilibar (la intensidad). Como explicaba en GARA este domingo Roberto Torres, todo era tan fácil y a la vez tan difícil como reencontrarse con una historia, un estilo.

En ese redescubrimiento han acabado encajando hasta piezas errantes como Fran Mérida, Juan Villar, Aridane, el portero Rubén... Todos montados en un cohete que ha llegado al cielo de Primera antes de cualquier previsión, para desatar la fiesta en Iruñea.