Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro
GAURKOA

Punto y aparte

En 2014 fueron urnas de cartón, en una concepción paradójica entre sublime y absurdo, movilizando una sensibilización colectiva que ya tuvo otros precedentes de tono menor y casi imperceptible a partir del 2010. Era hora de poner en marcha un reloj que muchos considerábamos tan helvético como funcional. En 2017, quienes estuvimos in situ involucrados en aquella cosecha china que tantos quebraderos de cabeza creó entre los olfateadores pofesionales de la inteligencia, corroboramos con cierta holgura de miras que aquello tenía buen pinta y que vendrían tiempos mejores. Declaraciones nominales, parlamentarias, de código declarativo-republicano, renovadas mayorías en foto fija, como si el siguiente y subsiguiente paso tuviera el primero viso antológico: nos vamos.

Para estos casos (como para otros muchos), lo que interesa que impere es la objetividad a distancia, lo que se ve desde una óptica infinita, alejadísima de lo que en principio está tan cerca como la reivindicación misma, admitiendo que eres parte y además se evidencia. Y en esta tesitura, haciendo un ejercicio complejo de neutralidad, confieres que el olor que llega desde ese Mediterráneo mítico es tan fuerte como el tsunami contestatario e integral que se vislumbra desde cualquier rincón del planeta.

Evaluando todos los procesos que hemos conocido a lo largo de los siglos, entendiendo que en una primera evaluación todos esos procesos descolonizadores o de signo liberador tenían un componente político evidente, a medida que se prorrogan los plazos y el efecto político se torna contradictorio e ineficaz (al menos esa es la impresión), surge un movimiento emocional que lo inunda todo, y comienzas a notar que las imágenes se adornan de diferentes colores, entre ambigüos y constatados, entre formales y contradictorios, siempre uniendo cantidad (en número) y calidad (en diseño creativo y ocurrencias varias). Y Catalunya comienza a tener ese sesgo diferente que lo hace atractivo desde cualquier punto y seguido.

Decía Einstein que había una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica, y que esa fuerza desconocida era la voluntad. Una voluntad irreverente, original, creativa, repleta de rasgos culturales y con un grado de madurez impropias en otro tipo de culturas quizás más sujetas a lo unidireccional y en un único sentido. No se pretenden menoscabar otras inquietudes reivindicativas, asumir lo distinto como propio y lo propio como lejano en el tiempo. Transciende que la situación creada en aquella tierra ha traspasado el umbral mismo de la solidaridad per se y se ha adentrado de forma harto candente y excitante en buena parte de nuestro consciente emocional.

Habiendo vivido durante muchos años en ese «Viatge a Ítaca» secular y mágico, incluidos como viajeros fieles a su pueblo y repletos de aventuras y conocimientos, fijas el motivo y sales del campo solidario, sumergiéndote en una sorprenderte distancia que te permite verlo todo bajo una panorámica más acertada. Es entonces cuando fijas el propósito objetivo hasta hacerlo más efectivo.

No se incluye originalidad cuando constatas que el niño o la niña se pegan a los cuerpos de unos padres ilusionados con la marcha verde (o amarilla) que se avecina, o cuando hay personal que es capaz de recorrer 20-30-100 kilómetros, con los pies doloridos, o cuando entre la amalgama serpenteante de gente te juras que aquella señora enlagrimada por lo que está viviendo no genera menos de 100 años y con derecho a perennidad. Los ejemplos son múltiples, pero todo el proceso que está viviendo ahora Catalunya se concentra en el matiz de lo que ya es irreversible, en la marca que poco a poco va quedando labrada en el terreno de lo fructífero y en un código de conducta que acumula fiesta y reivindicación. Punto y aparte.

Volviendo los ojos y tornando la cuestión a reojo, Euskal Herria también se encuentra en una encrucijada novedosa. Visualizando lo que ocurre en los Països Catalans, el efecto rebote que produce verificar desde la distancia lo que ocurre con ese pueblo y qué doble flujo transmitimos cuando planteamos una ida-vuelta latente, a media sonrisa y a media leche incontenible, a punto de saltar y a punto de una reflexión sobre la capacidad de respuesta real que podemos dar ante esa sucesión interminable de imágenes, emociones a flor de piel y un sabor-sinsabor repleto de benditas contradicciones. Con todo este bagaje inicial, la segunda impresión siempre nos lleva a pensar que el proceso abierto en nuestra tierra guarda más una relación en términos políticos y algo menos en ese sui generis emocional o de armazón anímico que puede posibilitar una segunda olla caliente, a pleno hervor y con un pie de calle inconcluso, irreverente, imberbe, inédito y hasta impenitente.

En ambos ejemplos, en un tuya-mía diverso por lo cultural y hasta por lo antropológico, ambos pueblos constatamos de primera mano que nuestras reivindicaciones se asemejan, nuestras sensaciones como pueblo tienen una base fuerte y que el momento es ese momento, justo cuando la solidaridad se manifiesta y los pasos a dar marcan una línea tan fina como literaria: nos vamos. ¿Dónde quedamos?

(A renglón: Catalunya, en plena huelga general. Una joven lleva una pequeña pancarta con el título «Mama, hoy no estoy en clase pero estoy haciendo historia»).