Raimundo Fitero
DE REOJO

Después

Las bromas borbónicas: el dolor viene después. Es una frase distendida entre el cuñado de Urdangarin y el nuevo presidente electo del reino de España. ¿Define algo, aventura una reacción, se trata de un guiño sexual? Después de un acto criminal de un imperio, vienen el dolor y la reacción paran transferir ese mismo dolor o muy parecido, al contrario. Así es siempre, la frecuencia, el bucle y el dolor causado depende de la capacidad de cada cual. Es lo que antes llamábamos guerra y ahora no sabemos definir. Y de repente, por esa casualidad tan inverosímil, un avión ucraniano cae en territorio de Irán y hay ciento sesenta muertos. 

El dolor, el amor, el cruce sin simbiosis entre lo uno y lo contrario. En la última jornada de la investidura sucedieron dos situaciones que explican unas actitudes, una clara declaración política. De flores a silencios. El silencio para censurar la deserción unipersonal y sospechosa, el allanamiento del compromiso colectivo por una inconfesable venta individual de un voto. Dos diputadas, una con muchos quinquenios, mucha retórica, que ha sacado provecho de todas las circunstancias y situaciones; la otra, joven, recién llegada, pero atravesada por un cáncer que le impidió estar en la primera sesión.

El compromiso y el contra-compromiso. Ana Oramas, la canaria, intervino y en un minuto mostró con patetismo una justificación de su cambio de voto. Al terminar y abandonar la tribuna, se produjo el silencio sepulcral. Nadie le pitó ni le aplaudió. La soledad más absoluta entre trescientos cincuenta diputadas. Un reproche estruendoso. A Aina Vidal la catalana de Unidas Podemos, la aplaudieron por hacer el esfuerzo de estar presente. Todos le dieron cariño, se emocionaron con sus emociones, menos los fascistas de Vox. Después de la sesión le dieron un ramo de flores y recibió abrazos y cariños de diputados y diputadas.