Pedro Moreno Ramiro «Perico»
KOLABORAZIOA

El coronavirus sí que entiende de clases

Ayer tuve la mala suerte de que falleciera mi abuelo de covid-19. Cierto es que tenía 92 años y patologías previas, ahora bien, el motivo de este artículo es abordar la injusticia de un sistema neoliberal de clases, que siempre olvida al humilde y beneficia a la clase dirigente, ya sea esta política o económica.

El caso es el siguiente. Una vez dio positivo mi abuelo de covid-19, se recomendó a casi toda mi familia –también a mis padres– que se pusiese en cuarentena preventiva, incluida mi abuela de 88 años, que se encontraba sola en su casa de la sierra de Madrid. A día de hoy y desde el domingo pasado, aún no se nos ha hecho ninguna prueba para diagnosticar covid-19, ni a mi abuela octogenaria, ni al resto de mi familia. La clase política –que no es mía–, ya sea morada, azul o roja, ha permitido que una mujer de 88 años tenga que llorar la muerte de su compañero de vida desde la soledad; y no solo eso, no ha permitido que la acompañe ninguno de sus familiares más cercanos, fruto de su ineptitud. Eso sí, ellos y ellas han tenido las pruebas correspondientes, pese a no ser población de riesgo, con una razonable celeridad.

Por lo que a mi respecta como madrileño residente en Navarra, he tenido que vivir toda esta situación desde la distancia con una impotencia difícil de expresar con palabras. Pero no seré yo el foco de este escrito, sino los verdaderos irresponsables, que no son aquellos que en la tarde de este jueves tomaban cervezas en las terrazas de los bares, sino más bien aquellos gobernantes y empresarios, que aún sabiendo la gravedad de la situación y el posible colapso de nuestro sistema sanitario, apostaron por alargar lo máximo posible la actividad comercial y productiva: que todo siga girando. Todo por la pasta que será la que tendremos que comernos cuando no queden recursos naturales en un planeta que nuestro modo de vida nada natural está destrozando.

En otro orden de cosas, no tengo duda alguna de que detrás de esta «pandemia» se esconde una guerra comercial de EEUU contra el gigante asiático. Una guerra que ha acabado salpicando a todas, ya que en un mundo globalizado, si escupes al de enfrente, seguramente a todas las naciones del globo les llegue alguna réplica de dicho escupitajo. La lección es clara pero la receta poco práctica para los mercados y nuestros gobernantes. No podemos vivir en un mundo que prima siempre los números económicos a los números humanos. Desgraciadamente, vivimos en una sociedad fuertemente individualista, en la cual, cuando se piden cooperación, la gente hace oídos sordos, ya que dicho sistema nunca ha sido solidario con ellos y ellas. Eso sí, solo aplicamos las medidas que nos dictan cuando sentimos miedo; miedo, que siempre se posiciona como aliado del poder, y frecuentemente se presenta como el peor amigo de las clases populares.

No tengo una bola de cristal y no sé a donde nos acabará llevando esta crisis. Cierto es que la situación es bien diferente, aunque con similitudes, a la que se vivió con la gripe aviar. Eso sí, no tengo la menor duda de que aparte de los intereses comerciales y geopolíticos, existe otro elemento que saldrá fuertemente beneficiado, y que en este momento se frota las manos, y no precisamente por habérselas lavado: las farmacéuticas. Gigante sin escrúpulos que se lucra de las desgracias ajenas y que siempre pone en el foco a su dios verde, morado o tricolor, es decir, al dinero. Desde el mayor desprecio a los ingenieros sociales que me han prohibido despedirme de mi abuelo, pero también desde el mayor cariño a mi planeta y a mis iguales, a la clase trabajadora no representada en esta crisis, os dejo una reflexión que espero que sea compartida por muchos, pero que, sobre todo, genere una fuerte empatía y un profundo sentimiento de solidaridad.