Txisko FERNÁNDEZ
DONOSTIA

A la salida del túnel esperan otras medidas previas a la normalidad

¿Cómo volveremos a la normalidad tras el confinamiento actual una vez que la famosa curva de contagios haya descendido hasta cero, es decir, hasta el punto de partida? Pues la respuesta no está nada clara, fundamentalmente, porque tenemos muy pocas experiencias que sean comparables.

Vamos a partir de un hecho incuestionable, aunque a estas alturas todavía pueda chocar a mucha gente: el confinamiento, al mismo tiempo que protege a la población, impide que esta alcance la imnunidad colectiva.

Sin esta inmunidad, el Covid-19 puede tener nuevos brotes que alcancen el nivel de epidemia por mucho que la curva de ‘contagios’ que nos hemos acostrumbrado a ver en los últimos días caiga en picado.

No se trata de que nos estén manipulando al insistir en que cada vez queda menos para superar la situación crítica; es que estamos hablando de cosas distintas, de datos muy similares pero no exactamente iguales.

Es cierto que cuando la curva de personas contagiadas se acerque a cero, estaremos al final del túnel... siempre que hablemos de «todas las personas contagiadas», no solo de las que han dado positivo en los test que se han realizado a una ínfima parte de la población.

Tomando como ejemplo la CAV, a fecha de 1 de abril solo se habían hecho 21.820 pruebas analíticas; como algunos de esos test se hicieron a la misma persona, la cifra se reduce a 18.220 «pacientes». De ellos, 7.317 dieron positivo –tenían la enfermedad del Covid-19– y 10.903, negativos.

Aquí, la cifra relevante es 18.200, que es la que hay que restar a 2.188.017, la población oficial que sumaba Araba, Bizkaia y Gipuzkoa a 1 de enero de 2019. Redondeando, nos queda por saber qué está pasando con 2.170.000 personas.

Según los expertos en epidemiología, un conjunto de población determinado no alcanza la inmunidad colectiva –el momento en el que se puede dar por controlada la epidemia– hasta que un 60% (más o menos) se haya inmunizado.

Hay personas que pueden ser inmunes al nuevo coronavirus por naturaleza, pero en este momento no sabemos en qué proporción se hallan entre la población vasca, ni entre la alemana ni en el conjunto de la europea. Y, además, estas personas pueden transmitir la enfermedad aunque ellas no presenten ningún síntoma de la enfermedad.

Es decir que, por ahora, solo nos consta que una ínfima parte de la población, la que superará la enfermedad después de haber sido hospitalizada y curada, está inmunizada y que, además, hay una proporción desconocida de gente que es inmune pero contagiosa.

Claro que no hay que minusvalorar la curva que nos presentan diariamente responsables sanitarios o políticos, porque es necesario que el cambio de tendencia llegue antes de que se colapse el sistema hospitalario. En el gráfico adjunto ese peligroso límite es el que marca la línea de puntos.

Ese es el objetivo de la estrategia del confinamiento: lograr que no se supere esa barrera o que, en el caso de que se acerque a ella, el número de personas enfermas aumente lo más lentamente posible.

En resumen, el confinamiento sirve para ralentizar la epidemia, pero no es suficiente para superarla. Si todas las personas que ahora estamos en confinamiento saliéramos a la vez a la calle, a hacer vida normal, dentro de unos días o de un par de semanas es muy probable que hubiera un rebrote y tuviéramos que volver a la casilla de partida.

Por ello, se habla de que, cuando apenas hayamos dado unos pasos fuera del túnel, habrá que tomar otras medidas, comenzando por los análisis en masa –no solo a personas con síntomas–, incluyendo la localización exhaustiva de los contactos de las personas infectadas, hasta nuevos confinamientos, si bien estos serán específicos para territorios muy concretos o periódicos en distintas zonas.

El ejemplo de China

Desde que el Gobierno chino dejó de tener constancia de nuevos casos locales del Covid-19 en la provincia de Hubei, y en el conjunto del país, la semana pasada, todas las miradas están puestas en cómo se desarrolla la vuelta a la normalidad.

Los transportes colectivos están funcionando e incluso se permiten desplazamientos hacia fuera y hacia dentro del territorio donde surgió esta pandemia. En las calles y en el metro se observa que se ha generalizado el uso de mascarillas por parte de la población.

La gente puede salir a hacer compras o a pasear después de dos meses en un confinamiento mucho más duro del que estamos observando en Euskal Herria, y esto conviene no olvidarlo. Todavía no se permite reuniones en las que se congreguen más de cien personas.

Aun así, el pasado miércoles, 1 de abril, ante el temor a una segunda ola de contagios, las autoridades de la provincia de Henan, que colinda con la de Hubei, decidieron cerrar por completo el condado de Jia, donde residen unas 600.000 personas, e imponer la cuarentena obligatoria en la ciudad de Pingdingshan. Las medidas decretadas incluyen toques de queda y una autorización especial para realizar «cualquier movimiento» fuera de casa.

Además, ante la preocupante aparición de casos ‘importados’, Pekín decidió el 26 de marzo cerrar todas sus fronteras a todos los extranjeros, salvo al personal diplomático y a quienes formen parte de misiones oficiales, y a aquellos que estén en tránsito en sus puertos y aeropuertos.

Y eso que la mayoría de los quinientos casos importados corresponden a ciudadanos chinos que regresaban al país. Estos pondrán seguir haciéndolo, pero estan obligados a mantener una cuarentena de catorce días en un lugar indicado por las autoridades y costeado por el afectado.

Corea del Sur no es comparable

En cuanto a Corea del Sur, su experiencia ante el Covid-19, precedida de la que extrajo del SARS en 2003 y del MERS en 2015, no es comparable con la que estamos viviendo en Europa –salvo en el caso de Alemania– porque el punto de partida ha sido tan distinto que ahora hay un abismo.

El 3 de abril superó los 10.000 contagios, pero es que su curva, que se inició el 18 de febrero con el primer caso detectado, alcanzó el pico el 29 febrero, con 813 nuevos casos en 24 horas y desde el 12 de marzo está casi plana. Este viernes eran 86 nuevos casos, por lo que ha tardado 20 días en sumar 2.000.

Pero es que desde la península asiática llegan los datos desglosados en categorías que aquí apenas se escuchan. Así, indican que, del total de 10.062 contagios, solo 3.867 son «activos» y que ya se han curado 6.021 personas, el 60% de las que contrajeron la enfermedad.

Todo lo están haciendo sin confinamiento, sin limitación alguna de movimientos ni cierre de fronteras. Lo están llevando a cabo con una campaña masiva de test, para rastrear y ralentizar la infección que, como señalaba Andrés Sánchez Braun para la agencia Efe, puede servir de arquetipo para la lucha global contra esta y futuras pandemias. Pero en estos momentos, desgraciadamente, no es el espejo en el que debemos mirarnos.