Raimundo Fitero
DE REOJO

Peluquerías

Las mechas californianas; el córtame las puntas, los recortes de barbas; cortar, lavar y peinar, ese lenguaje de cercanía, es decir, las peluquerías abiertas, con cita previa y escalonado de clientela que acude como si se agarrara a rulo ardiendo porque se ha extendido por las redes una idea contestataria: el confinamiento ha provocado unas estéticas capilares fuera de normativa. Retornar a los modos y modas, aparentar estado de revista apropiado para nuestros paseos y confinamientos, compartir espacio y tiempo con esas personas que con guantes y mascarilla mecen tus cabellos, los ajustan a tus tiempos, te hablan con sordina de un pasado remoto y de un presente disfrazado de realidad virtual y sales ufano a la calle mirando a tu alrededor por si logras descubrir a algún ser conocido. Lo más importante es que quedas para dentro de unas semanas. Las peluquerías son el primer eslabón recuperado de un bienestar formal.

La vida vuelve a una rutina circular cuando se puede pedir cita en la peluquería, pasar por el supermercado y comprar champú de hierbas, comer arándanos para desayunar, ver las terrazas de lejos, las cervezas de cerca, las librerías convertidas en un remedo, como si los libros contuvieran más virus en sus letras que en sus capas. En paralelo una clase política desmantelada, atacada por la bacteria de su propia insignificancia comunitaria y resuelta a presentarse a la ciudadanía como problema y no solución.

Se empeñan en demostrarnos que en las peluquerías existe mayor decisión democrática para entender la realidad y buscar en estos momentos soluciones comunes lógicas, que equilibran necesidades individuales y colectivas que en todos los parlamentos reunidos. Las sedes de los partidos son centros de rehabilitación de mal peinados desheredados de toda inteligencia emocional y política.