Iker BIZKARGUENAGA

¿PUEDEN LOS VIRUS INFLUIR EN LOS VOTOS?

El resultado de votar en plena crisis sanitaria es impredecible, pero sí parece que hay relación entre el contacto más o menos estrecho de una sociedad con enfermedades contagiosas y sus valores sociales y culturales, lo que afecta a sus preferencias electorales.

Dicen que a las personas se las conoce con el tiempo, y después de ocho años al frente del Gobierno de Lakua la ciudadanía ya va tomando nota de que entre las virtudes que adornan a Iñigo Urkullu está la perseverancia. Probablemente alguien diría que obstinación, pero no vamos a entrar en matices. El hecho es que, después de que le costara un estado de alarma apearse de su intención de celebrar las elecciones el 5 de abril, todo parece indicar que en julio sí que habrá elecciones autonómicas en la CAV.

Si no lo remedia un inesperado brote de sentido común o lo impide un indeseado rebrote de la enfermedad, dentro de dos meses la ciudadanía de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se encontrará en la tesitura de ir a votar –a algunos les tocará estar en una mesa– con mascarilla, en una situación de anormalidad, mirando al virus y al vecino, para que no se acerque, y con la cabeza puesta en cualquier lugar menos en el programa de los partidos, cuyos representantes también han estado confinados. Casi todos.

Este es el escenario previsto y es difícil predecir qué efecto puede tener esta situación de excepcionalidad en el resultado electoral, si es que tiene alguno. Seguramente será algo que nos tocará analizar en agosto.

Lo que sí se ha abordado desde el ámbito académico es el efecto que tienen las enfermedades contagiosas en el comportamiento social, sobre todo cuando se dan de forma sostenida o de manera virulenta; no deja el mismo poso en el imaginario colectivo la gripe estacional o un evento catastrófico como la gripe de 1918... o una pandemia como la que estamos sufriendo. Y es una influencia que se da también en el espacio electoral.

Annick Laruelle, profesora Ikerbasque de Fundamentos del Análisis Económico y experta en procesos electorales, ha abordado este tema en un artículo publicado en “The Conversation” en el que recuerda que, como ocurre con otros animales, los humanos también manifestamos comportamientos instintivos para evitar infecciones y enfermedades. Por ejemplo, señala, rechazamos los alimentos que huelen mal o nos alejamos de una persona que está tosiendo o que parece enferma. Se trata de «respuestas psicológicas inconscientes» que, según explica, forman parte del «sistema inmunológico de conducta» (behavioral immune system).

«Constituyen una primera línea de defensa contra la enfermedad y ahorran trabajo al sistema inmunológico», expone la profesora, que añade al respecto que «cuando la prevalencia de patógenos es grande y constante, tales normas cristalizan culturalmente». Comenta que, tal como han mostrado estudios empíricos, en regiones con alta prevalencia de enfermedades contagiosas la población tiende a ser menos extrovertida y menos abierta a la experiencia.

La teoría del estrés parasitario

Laruelle hace referencia a la «teoría del estrés parasitario» –expuesta hace unos años por los profesores Corey Finher y Randy Thornhill en el libro “The Parasite-Stress Theory of Values and Sociality”–, según la cual los patógenos con los que las poblaciones entran en contacto a lo largo del tiempo inciden en el desarrollo de los valores y cualidades que caracterizan a esa comunidad.

«Las poblaciones que pudieron mantener interacciones sociales y económicas con grupos externos sin exponerse a enfermedades contagiosas acabaron siendo más abiertas», afirma la autora, y apostilla que los valores culturales de las regiones con niveles bajos de estrés patógeno tienden más a la apertura, la confianza y el logro, mientras que en regiones con altos niveles de estrés patógeno predominan más el conformismo, la búsqueda de seguridad y las tradiciones.

Hay varios trabajos que corroboran esta teoría e investigaciones que han concluido que los países con más enfermedades infecciosas «están menos desarrollados económicamente y son menos democráticos», en palabras de Laruelle. Lo mismo ocurre con la diversidad religiosa, más constreñida en aquellos lugares donde el estrés es mayor.

En este sentido, el profesor de la Universidad de Columbia Británica Mark Schaller, muy familiarizado con el sistema inmunológico de conducta, explicaba a mediados de abril a la BBC el resultado de un experimento llevado a cabo con estudiantes universitarios a los que en primer lugar preparó para que se sintieran amenazados con una enfermedad, y luego sometió a varias pruebas de conducta, frente a las que estos actuaron de forma gregaria. Del experimento concluía que «cualquier signo de pensamiento libre, incluso de invención e innovación, se valora menos cuando existe el riesgo de contagio».

Con los comicios presidenciales de EEUU previstos para noviembre, cuando desde la cadena británica le preguntaron sobre el efecto que la crisis del coronavirus podría tener en las preferencias de los electores, Schaller señaló que, aunque sí podría desempeñar un papel, él era escéptico de que fuera un factor primordial. «Los efectos más profundos –dijo– pueden no tener nada que ver con el sistema inmunológico de conducta, sino más directamente con la percepción de cómo el Gobierno ha respondido a la situación». Al final, no estamos hablando tanto del poso que ha dejado la enfermedad, sino de la vivencia de quien todavía la padece.

Por su parte, Laruelle menciona en su artículo un experimento realizado por seis investigadores de la Universidad de Wroclaw en dos países donde se celebran elecciones este año: EEUU y Polonia. El trabajo tuvo lugar los días 12 y 13 de marzo, con un total de 1.237 participantes, 633 estadounidenses y 604 polacos. Según explica, repartieron a los participantes en dos grupos: al primero le dieron a leer un informe sobre el brote de la Covid-19 mientras que al segundo le correspondía otra lectura. Después, todos contestaron a preguntas sobre sus niveles de ansiedad y preferencias políticas. Los autores observaron que leer noticias sobre el coronavirus generaba ansiedad y se traducía en búsqueda de estabilidad y orden. Como resultado, el apoyo a candidatos conservadores aumentó entre los participantes expuestos a la lectura sobre el virus, un patrón que, como destaca la profesora de la UPV-EHU, «se dio en dos países bien diferentes».

Del mismo modo, a través de una encuesta realizada entre el 20 y el 28 de marzo, cuatro investigadores de la Universidad de Barcelona estudiaron el efecto de la crisis de la Covid-19 sobre las preferencias políticas en el Estado español. La muestra estaba formada por 1.600 individuos, la mitad de los cuales ya habían sido entrevistados dos meses antes, cuando el brote no había llegado a Europa (27-30 de enero). Los resultados, señala Laruelle, «muestran una disposición generalizada a sacrificar las libertades civiles básicas para contener la pandemia, y un mayor apoyo a un liderazgo fuerte para enfrentar esta amenaza». Según el estudio, la opinión pública parece relativamente dispuesta a aceptar «un giro tecnocrático o autoritario».

Aunque los autores no se pronuncian sobre cómo estas preferencias pueden evolucionar en el tiempo, la profesora ve una posible respuesta en un artículo publicado por el periodista Ethan Watters, dedicado al citado Thornbill, muñidor de la teoría del estrés parasitario. Opina que el efecto de las amenazas de enfermedades puede darse «bastante rápido, incluso dentro de una generación», y destaca que el partido nazi comenzó su ascenso al poder después de la pandemia de gripe española, que había matado a más de dos millones de personas en Europa; medio millón en Alemania. Ahora está por ver si un siglo ha sido suficiente para, al menos, inmunizar al mundo contra esa barbarie.

 

El estado español y EEUU, señalados por el riesgo de sufrir un retroceso democrático en la gestión de la crisis sanitaria

«¿Puede el Covid-19 poner en riesgo la democracia?». Es la pregunta que se hace V-Dem, instituto vinculado a la Universidad de Göteborg (Suecia) que monitoriza el estado de la democracia en el planeta y que dedica su último informe a analizar si las respuestas que los diversos gobiernos han dado a la pandemia están socavando las prácticas democráticas y, si es el caso, en qué medida lo están haciendo.

Para rastrear el riesgo de deterioro, V-Dem ha construido un «índice de riesgo de retroceso pandémico» utilizando datos compilados por casi 30 académicos a principios de abril. Según esos datos, 48 países y estados tienen «un alto riesgo de retroceso pandémico», mientras que otros 34 tienen un riesgo «medio». En el mapa que han elaborado marcan en rojo a los primeros y en naranja a los segundos, y reservan el verde para los 47 países que a su juicio no están en riesgo. Además, pintan de negro a los veinticinco territorios que a su juicio –el marco teórico en el que operan es el de las democracias liberales– son «autocracias cerradas».

V-Dem, que al comienzo de su informe destaca lo ocurrido en Hungría –donde a finales de marzo el Parlamento cedió amplios poderes a su primer ministro, Viktor Orbán, permitiendo un indefinido «gobierno por decreto» y aprobando penas de prisión de hasta cinco años por informar sobre el Covid-19–, utiliza nueve indicadores para valorar las respuestas a la crisis sanitaria causada por el coronavirus.

En este sentido, si considera que alguna respuesta gubernamental a la situación de emergencia incluye «una violación grave de los estándares democráticos», el país se colorea en «rojo» por mostrar «un alto riesgo de retroceso pandémico». Un «riesgo medio» es el que aprecia en los países y estados que se muestran de color naranja, a los que se atribuye una violación de alguno o algunos de esos estándares, pero no de forma tan grave como los anteriores.

En este sentido, llama la atención el color naranja del Estado español, que aparece por tanto como un lugar donde el riesgo de «retroceso democrático» se ve como real, algo que no extrañará a quien conozca sus interioridades, y de eso sabemos mucho en este país, pero que resalta entre el verde casi uniforme que tiñe la zona más occidental de Europa.

En la UE son estados como la citada Hungría, Rumanía o Bulgaria, además de Grecia, los que se llevan la peor nota, ya que se les considera en «alto riesgo», algo que comparten con otros territorios europeos como Ucrania.

También es llamativo, en este caso en América, el naranja que exhibe Estados Unidos, que ha pasado de alardear ante sus socios a ser mirado con inquietud. Además, es significativo que EEUU ya estuviera en la lista de 26 países que, en palabras de los autores, habían experimentado «un declive democrático sustancial (autocratización) antes de la pandemia», y que también incluye a Polonia, Turquía y la República Checa, entre otros.

En América es Brasil, con Jair Bolsonaro liderando el negacionismo ante el virus y enfrentado a los alcaldes de las principales ciudades, el país más poblado que está marcado en rojo, un dudoso honor que en el caso de Asia ostenta la India gobernada por Narendra Modi, mientras que en África es Egipto, comandado de forma draconiana por el régimen del militar golpista Abdelfatah Al-Sisi.I.B.