EDITORIALA
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No es cuestión de historia sino del racismo actual

Las protestas por la brutal muerte de George Floyd a manos de un policía en EEUU se han extendido por todo el mundo y han logrado colocar el debate sobre el racismo en el centro de la agenda política. Cuando las movilizaciones por Floyd traspasaron el océano y llegaron a Europa, algunas personas criticaron que la gente se movilizara por la muerte de un afroamericano en EEUU cuando en el Viejo Continente se han producido fallecimientos similares y apenas ha habido protestas. Sin embargo, el debate ha dado un giro inesperado cuando los manifestantes, a ambos lados del Atlántico, la han emprendido contra las estatuas de personajes históricos que están ligados a la trata de esclavos y al colonialismo.

Al principio, la destrucción de esos monumentos provocó controversia sobre si este tipo de acciones ayudaban a que la lucha contra el racismo y la discriminación avance o, por el contrario, resultaban contraproducentes para lograr dichos fines. El resultado práctico de los derribos y decapitaciones de estatuas ha sido dejar en evidencia que mientras en EEUU la segregación es explícita, en Europa, por el contrario, es mucho más tácita: el racismo está más institucionalizado. En cualquier caso, es una realidad que urge abordar porque la discriminación del diferente o la racialización del delincuente, por ejemplo, son prácticas habituales en nuestra vida cotidiana. Apenas se habla sobre ellas en los grandes medios de comunicación, que tratan de normalizarlas, pero, cuando aparece la oportunidad, la gente que las sufre directamente ataca los símbolos de esa opresión. Precisamente la destrucción de determinadas estatuas ha venido a mostrar que en Europa el racismo es algo muy real y cotidiano.

Europa levantó imperios sojuzgando a otros pueblos, expoliando sus riquezas y traficando con personas. Prácticas del pasado cuya herencia opresiva pervive en la actualidad. Las movilizaciones de estos días exigen abordar el racismo actual, también en el Viejo Continente.