Raimundo Fitero
DE REOJO

Bailar

Entre tantas otras cosas que la ciudadanía recibe, dentro de esta confusión enmascarada, como una pérdida, está la ley seca del baile. Bailar pegados no es bailar, y bailar al suelto es peligroso, y se puede ir a trabajar en transporte público que genera espontáneas aglomeraciones, pero no bailar. Bailar. Bailar. Han decidido acabar con las noches de fiesta hasta al amanecer, han enfocado su impericia manifiesta ante los brotes y rebrotes, en estigmatizar el llamado ocio nocturno. Y se ha dicho de manera exhaustiva que se abrían discotecas siempre que se prohibiera bailar.

La pandemia nos lleva a una vida plastificada, porque va a ser verdad que en estos momentos la asepsia es el opio del pueblo. O quizás lo sea de los dirigentes políticos y sanitarios que intentan adoctrinar a las masas para convertirlas en cuerpos miedosos que se tapan la cara, miran de reojo al vecino y buscan un aislamiento que conduce a la depresión o a la religión. Y sin embargo crecen de manera sospechosa los contagios, las cuentas que se nos ofrecen públicamente son un homenaje a los trileros ya que si se suman los datos de las autonomías son mucho más elevados que los dados del conjunto por la autoridad centralizada, y estos ostensibles desajustes estadísticos llevan a la incredulidad que en algunos casos provoca una irrefrenable necesidad de bailar, solo, al suelto, pegados, pero sobre todo celebrando la vida y la reunión entre seres vivos que siguen teniendo feromonas y deseos que no los para ni la represión ni la prohibición.

Bailar se ha convertido en un acto de rebelión y las citas clandestinas para compartir bailes ancestrales y modernos van a ser la norma de este verano abortado por una nueva oleada que no quieren llamar como global, porque todavía son muy dependientes de la droga dura del turismo como locomotora económica.