Víctor ESQUIROL

Cuando la Concha descubrió Oro

Subió Luca Guadagnino (presidente del Jurado este año en Zinemaldia) al escenario del Kursaal y proclamó aquello por lo que algunos suspirábamos: «“¡Beginning”, de Dea Kulumbegashvili!» Y la sala de prensa, siempre respetando las distancias de seguridad, estalló. Hay quien prefirió morirse de la vergüenza; hay quien no cabía en sí mismo de júbilo. Por supuesto, me incluyo en este segundo grupo.

Con la Concesión de la Concha de Oro a la joven cineasta georgiana, Zinemaldia vuelve a la primera línea de la relevancia cinéfila, aquella que se afianza apostando por los talentos que arriesgan, que agitan, que dividen... que de ninguna manera pueden dejar indiferente a quien esté a su lado. Así es “Beginning”, de Dea Kulumbegashvili, una película que juega en otra liga, que parece otra cosa; otra experiencia. Una propuesta (dejémoslo así) que es como si hubiera llegado de otro mundo; de una dimensión en la que se barajan sensibilidades y lenguajes distintos al nuestro... pero que aún así hablan de lo que somos como personas; como sociedad, o sea, como esa gran familia en vías de desintegración. En Zinemaldia del año 2020, siempre lo diré, fue cuando descubrí a Dea Kulumbegashvili... y para mayor placer, fue cuando el festival institucionalizó dicho hallazgo. La Concha descubrió Oro.

Pero es que además, llegados a este punto, la criatura descubrió su hambre insaciable, y decidió quedarse con casi todos los premios. Con el de Mejor Guion, con el de Mejor Actriz y con el de Mejor Dirección... Y tenía que ser así, de verdad. Nunca un escándalo como este debió oler tanto a justicia divina.

Aunque también tocó celebrar el Premio Especial del Jurado, otorgado al nuevo documental de Julien Temple, “Crock of Gold”, y ya puestos, el anuncio de la Mejor Actuación Masculina, galardón partido en cuatro –justas– partes entre Mads Mikkelsen, Thomas Bo, Magnus Millang y Lars Ranthe, espectacular cuarteto protagonista de la estupenda “Another Round”, de Thomas Vinterberg. Aciertos plausibles, pero claro, a la sombra de esta diosa cruel. Dea Kulumbegashvili, el mundo es suyo; Donostia también.