Raimundo Fitero
DE REOJO

Sordera

Muchos silencios son fruto de una sordera general, a modo de escapismo que hace que funcione una glándula cerebral que repite un «no quiero verlo», que acaba siendo una especie de complicidad involuntaria con el maltrato, con la violencia de género, con el machismo cerval, estructural, religioso. Las mujeres lanzan signos, llamas de socorro en un silencio fruto del miedo, de la vergüenza, del deseo de revertir su sufrimiento. Pero en su entorno nadie escucha, nadie descifra el mensaje, es como una suerte de campana social colectiva que aísla con capas de una indiferencia dolosa hasta que sucede el hecho, el acto, la terrible muerte violenta.

Cuando se suma una mujer más a la lista de muertas por la violencia machista, entonces llegan los golpes de pecho, la caída del burro, los tópicos, la mala conciencia. ¿Qué podía haber hecho yo? Entre los silencios y la sordera se acaba creando un cortocircuito que alimenta a la bestia, que nota esa ausencia de reproche, esa impunidad con sus actos que no salen de su ámbito reducido del hogar, de esa habitación donde la intimidad se convierte en crueldad, en tortura, en violencia constante. La víctima va reduciendo su capacidad de respuesta, se siente hasta culpable de la situación, le cuesta comunicar a su entrono su realidad, su sufrimiento y en sus círculos cercanos, aunque intuyan algo, tampoco se atreven a preguntar, a indagar, a denunciar y sin querer se ayuda a que crezca el dolor.

¿Cómo se puede llegar a crear una conciencia social efectiva contra esta violencia de género? ¿Qué podemos hacer individualmente en general y en cada caso que nos concierna? Estar atentos en una actitud firme, no permitir ni un sola duda, ni un chiste, ni una aberración más. Y que los sistemas sociales, policiales, judiciales funcionen de una puñetera vez.