Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

El exilio voluntario

El miércoles por la mañana salí a comprar un ramo de mimosas para regalárselo a una amiga. Son flores que se anticipan a la primavera y brotan en febrero. Dicen que es la flor de la amistad. Es amarilla, brillante como el color de la locura más sensata, la de la ilusión de lo que todavía está por llegar y vivir. Por la tarde dediqué un tiempo a escribir y por la noche terminé de leer el libro de poemas de Kirmen Uribe, “17 segundos”. Al apagar la luz, en la radio, daban las últimas informaciones sobre las muertes y los contagios de la pandemia, muy pocas sobre la vacunación y muchas sobre las elecciones catalanas. Me di cuenta de que acababa de vivir un día entre paréntesis, preocupada por sentir pequeñas sensaciones, en un «vivir sin más». Por unas horas, me bajé del mundo sin pedir permiso. Al día siguiente volví a la realidad. Todo continuaba igual. El «oasis vasco» seguía como el día anterior, patas arriba. El cierre de empresas y los despidos aumentaban, la consejera de Sanidad se aferraba a su sillón y Lakua decidía poner a los ertzainas los primeros en la cola de las vacunas. Los demás, la gente como usted o yo, unos a convivir con el virus y otros, tal vez, a morir. Ahora sé que, el miércoles, sin saberlo, quise huir de tanto despropósito y busqué un «exilio voluntario» aun sabiendo, como escribe Kirmen, «que el exilio voluntario no existe».