Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

El delirio de un tesoro

Hoy toca hablar, con sumo gusto, de una de mis más apreciadas filias cinéfilas. De un «placer culpable» que, como tal, me empuja a disfrutar de aquello que, en teoría, debería activar las alarmas para poner en marcha así mi instinto de supervivencia. Pero como le pasa a la mosca que vuela hipnotizada hacia esa luz que la acabará dejando frita, yo tampoco puedo evitar arrojarme al visionado de esas películas que huelen a producción maldita.

Me refiero a estos títulos que parecen estar condenados a muerte incluso antes de que se estrenen. Estos films cuyo rodaje es la penosa recopilación de dificultades más o menos fatales; del tropezarse con un obstáculo poco antes de tener que saltar otro... del trastabillarse hasta una línea de meta que, por lo general, se alcanza con la más indigna de las condiciones.

Esto mismo es “Capone”, disponible en Filmin, nuevo trabajo de Josh Trank, un director a todas luces maldito. Este joven cineasta californiano, recordemos, se dio a conocer en 2012 gracias a “Chronicle” (disponible en HBO y Disney+), singular cinta de superhéroes que mezclaba con gracia el cine de adolescentes con el nervioso formato del found footage. Después de aquella revelación, las puertas del cielo se abrieron para Trank, y claro, él decidió cruzar el umbral. Lo que pasó es que al otro lado, aguardaba el infierno.

Tres años después, o sea, en 2015, conseguimos ver su esperadísimo segundo largometraje: “Cuatro Fantásticos” (disponible en Disney+), desastrosa superhero movie masacrada por el propio estudio que la produjo; una extraña muestra de autoría mal cuajada en el siempre férreo sistema operativo de las majors.

Pues bien, pasa un lustro desde aquella debacle hasta “Capone”. Entre un punto y el otro, Josh Trank casi desaparece de la faz de la Tierra... exceptuando esporádicas señales de vida emitidas en redes sociales (todas ellas en forma de memorias de un director en emocionante misión vital de evitar que las futuras generaciones caigan en sus mismos errores). Y en estas encontramos al hombre: contradiciendo su corta edad; mirando la vida con posado crepuscular.

Su “Capone” es exactamente esto, un biopic dedicado al legendario mafioso, centrado en sus últimos y agónicos días de vida. Trank nos habla de un despojo al que el mundo ha apartado a un –lujoso– rincón del mundo, esperando a que se pudra. Y en efecto, la película es un retrato de la putrefacción humana; a la descomposición (física, síquica, espiritual) de un ser acuciado por la enfermedad, los pecados y el desencanto.

Josh Trank planta en la despampanante mansión de Al Capone el macguffin de un tesoro enterrado por valor de diez millones de dólares. Una última promesa de salvación que, por supuesto, no es más que un delirio. La última locura de una persona que no sabe si aferrarse a la vida o si, por el contrario, vomitarla hasta quedarse seco. Con esta visceralidad trabaja un Tom Hardy en su salsa, encantado de librarse a los excesivos placeres de un cine tan caótico, errático (¿y decadente?), que a la fuerza tiene que ser el mejor homenaje a su objeto de estudio.