EDITORIALA
EDITORIALA

Hay que estar a la altura de los retos que se promulgan

La manera en la que la pandemia está impactando sobre la sociedad vasca se ve muy claramente si se segmentan sus consecuencias más graves. A excepción de las clases altas con beneficios extraordinarios y los cargos con altos ingresos garantizados, la pauperización va a ser general y bastante transversal. Por municipios y comarcas, hay crisis particulares que provocarán daños serios, tal y como estamos viendo en Aiaraldea. Por generaciones, si se proyecta la vivencia de la pandemia hasta ahora a los proyectos de vida de cada generación, se ve clara la quiebra de todas las expectativas de vida en cada una de las edades. La crisis de los cuidados aparece en su máxima expresión y sin alternativas claras por ahora. Es evidente que muchas mujeres van a padecer esta crisis de manera diferenciada y especial. Las personas migrantes sufrirán el doble. Por sectores económicos, en todos se han acelerado las tendencias que venían de antes, lo que acerca la extinción de algunas actividades y dificulta la viabilidad de muchas empresas. La incertidumbre es máxima.

Esto sucede mientras se promueve institucionalmente la polarización y se enfrentan constantemente los intereses de unos sectores contra otros. Bajo este esquema la culpa siempre debe ser de alguien, que debe a su vez intentar quitársela de encima señalando a otro sector: la hostelería a los jóvenes, estos a las escuelas, estas a los centros de trabajo, estos a las actividades de ocio… Mientras se culpa a la población de falta de responsabilidad, los gobiernos se desentienden de las suyas.

Sin trampas al solitario ni juegos pueriles

Lo que viene no deja margen al capricho. Las concepciones de clase puramente identitarias –cómo se define uno a sí mismo más allá de las condiciones materiales y subjetivas que vive, de su posición social y sus privilegios–, así como los proyectos idealistas y moralistas –aquellos que formulan maneras de vivir sin atender a las condiciones objetivas y los mecanismos para cambiarlas– son caminos sin salida. Definir qué es clase trabajadora debe adaptarse al cambio de los tiempos, pero esas definiciones no pueden ser a demanda, sin más criterio que la voluntad de mantener una superioridad moral desde el victimismo, sin voluntad revolucionaria más allá de la retórica ni fundamento emancipador.

La lucha por la igualdad y la justicia no es una gincana moral en la que el que dice que peor está, que suma más opresiones, gane ningún galón o privilegios respecto a sus compañeros y compañeras. La lucha es una actividad real, una militancia, unos principios llevados a la práctica, una gestión de las incoherencias, un aprendizaje constante, y siempre es conectada y colectiva.

Los derechos de los y las trabajadoras tampoco avanzan en base al índice de acierto de organizaciones dedicadas a las profecías, que señalan con clarividencia lo mal que van a ir las cosas para las clases populares, mientras mantienen posturas retóricamente impecables, pero son incapaces de sumarse a dinámicas sobre las que sus estructuras no tengan el control. El neoliberalismo es previsible, es un capitalismo sin límites, un camino hacia el esclavismo propulsado por la tecnología, la extracción de riqueza y la acumulación de poder.

La importancia de creerse las propias verdades

Un año más, en este Primero de Mayo se desfiló por las calles de Euskal Herria cada cual según su horario y bajo su bandera. Es evidente quién pone trabas a la unidad; quizás no haya otra opción y pensar lo contrario sea voluntarista. Pero resulta difícil hacer entender a la gente la gravedad de la situación si no se es capaz de manifestarse unidas un día, aun con bloques o columnas.

La riqueza de tradiciones militantes auténticas, de culturas políticas, de experiencias comunitarias que existen en Euskal Herria, debe servir para potenciar las demandas de derechos y justicia, para articular trincheras de retaguardia y campañas de vanguardia, y fomentar una creatividad que busque alternativas y negocie.

Los cambios se han acelerado y los retos son inabarcables: el crecimiento de la desigualdad, las brechas de género y generacionales, la crisis de los cuidados, la precarización y la pérdida de derechos, la emergencia climática, el autoritarismo… Todo esto, más la situación post-conflicto, la decadencia del autonomismo, la inestabilidad institucional de los estados español y francés, en el contexto europeo y de pandemia, no deja opción para reproducir esquemas del pasado.