Una de las derivadas del golpe militar en Egipto, además del quebranto en el incipiente y frágil proceso democrático y de cientos de víctimas entre los partidarios del depuesto presidente Morsi, es el cierre de la única ventana al mundo de Gaza -el paso de Rafah- y de los únicos pequeños resquicios -los túneles destruidos o anegados- que permitían a los gazatíes que la vida entrara y saliera de la ratonera. La asonada militar frustró toda esperanza de que Gaza empezara a recuperar una mínima normalidad -dentro de los parámetros palestinos- y ha endurecido las condiciones de vida de una una población que vive en la mayor cárcel del planeta. Más de millón y medio de personas que sufren la paradoja jurídica de estar a la vez bajo ocupación y bajo bloqueo, y que sobreviven ante una catástrofe sanitaria inminente por la incapacidad de tratar las aguas sucias y toneladas de residuos sólidos que amenazan con el cólera, el tifus y otras enfermedades.

Los acuíferos y las aguas superficiales se contaminan, escasea el agua potable, las calles se convierten en un gran vertedero y los llamamientos a solucionar este problema no han tenido respuesta. Una indecencia criminal, otra más.