Jesus Valencia
Educador social
JO PUNTUA

Rastreros regocijos

¡Ay de aquellos que osen protestar, ya sean estampadores de moca, familias desahuciadas, trabajadores despedidos, jóvenes sin empleo o pensionistas esquilmados!

Muchas voces se preguntan indignadas: «¿Cómo es posible que se castigue con años de cárcel la moca restregada en el rostro de una autoridad?». Quienes así hablan deberían repasar la historia de un Estado que se cimentó y se sostiene sobre una base autoritaria y colonial.

Los indios que recibieron con sorpresa a los conquistadores pronto conocieron el percal de los recién llegados. Expropiaron estos las tierras que los nativos tenían como suyas; quienes vivían frugalmente de la caza y de la pesca fueron obligados a trabajar en las reducciones y haciendas. Los conquistadores tenían por costumbre usurpar lo que les apetecía, enriquecerse con el sudor ajeno y dejar a los aborígenes más desnudos de lo que habitualmente estaban. Estos, atribulados y exhaustos, entendieron rápidamente que su vida ya no les pertenecía. Se creyeron con el derecho a reclamar y aquella fue su perdición. Sus arrogantes amos, además de explotadores, eran crueles. No atendieron las quejas y respondieron a las reclamaciones con el látigo. Los más audaces de entre los sometidos optaron por la rebelión o la fuga. Dos conductas intolerables. Los mastines de los encomenderos daban buena cuenta de los rebeldes. Y los conquistadores -ruindad extrema- convertían la matanza en espectáculo para escarmiento general y disfrute rastrero: «Los perros -relata Bartolomé de las Casas- los mordían, los destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana».

España sigue tratando a la disidencia con correctivos ejemplares: «Hay que escarmentarlos». La catadura de los gobernantes no cuenta; la rebeldía de los gobernados, sí. A los nuevos encomenderos les ha asignado el capital la misma misión que a los de antaño: acumular el máximo de beneficios con los sudores ajenos y con las rapiñas propias. ¡Ay de aquellos que osen protestar, ya sean estampadores de moca, familias desahuciadas, trabajadores despedidos, jóvenes sin empleo o pensionistas esquilmados! Creyó el 15-M que podría sanear la España carcomida; que su estilo desenfadado e imaginativo relajaría a los guardianes de la patria; que, jaleados por gente amiga, podrían acercarse a las escalinatas del Congreso y acariciar los bigotes de los intratables leones. Se equivocaron. El nuevo Código Penal que promueve Gallardón (y que con tanto ahínco reclama Barcina) o la nueva ley de seguridad que propone el ministro de Interior dan continuidad a la brutalidad de los sañudos encomenderos.

Parece como si la disidencia no admitiera gradaciones. Esa es la razón de que unos restregadores de merengue hayan sido condenados a varios años de prisión. Me impresionó el mezquino regocijo de Yolanda Barcina. A la desproporción de las condenas añadía el sadismo de su risa vengativa. Dejaba al descubierto una bajísima catadura humana (¿el mismo espectáculo ruin de los encomenderos?). Una gobernanta debería acreditar ecuanimidad exenta de rencor. Su orgullosa prepotencia evocaba lo que dice Futchwagner en una de sus novelas: «La naturaleza belicosa de los españoles va ligada al desprecio por la erudición y también a un tremendo orgullo, tristemente célebre en el mundo entero».