Alvaro Reizabal
Abokatua
JO PUNTUA

Bilbainada donostiarra

Es de suponer que si lo que quieres es ya producto de lomo negro o que entre tus angulitas haya un pez gordo, pues tendrás que apoquinar, que tampoco se puede andar por la vida comprando siempre gangas

Como ya ha pasado la fiesta patronal de Donostia, se puede hablar con tranquilidad de todo lo que la ha rodeado sin riesgo de que le pongan a uno a parir, diciendo que vas contra las tradiciones o que eres un traidor a la ciudad por apoyar la desanexión de Igeldo.

La cosa es que desde unos cuantos días antes del 19 de enero, víspera de San Sebastián, en la prensa local y también en este periódico aparecía diariamente el anuncio de unas pescaderías dispuestas a hacer una gran labor social en estos tiempos de crisis: invitaban al consumo de angulas que, al parecer, eran de consumo obligado en la cena de la víspera de la fiesta, aunque de eso debe de hacer muchos años, pues desde que a los japoneses se les ocurrió empezar a demandarlas con fruición, la cosa se puso imposible. La filantrópica oferta comercial invitaba a comprarlas con la consigna de «que no falten en ninguna mesa». Y realmente la oferta era irrechazable, porque se anunciaban a precios de risa: desde 250 euros de nada. Poco mas de 40.000 putas pesetas.

A estas alturas, cualquier consumidor sabe que cuando en una publicidad se dice «desde», el precio final puede acabar fácilmente siendo el doble de la cifra que aparece tras el «desde» de marras. Ejemplo de ello son los precios de los aviones en los buscadores de vuelos baratos que tanto proliferan en Internet. Puedes ver una oferta que te lleva al otro confín del universo por «el increíble precio que aparece en pantalla» y darte cuenta a medida que avanzas en la contratación de que lo que realmente resulta increíble es la diferencia entre el precio final y la oferta inicial. ¿Que quieres permitirte el fastuoso lujo de llevar una maleta? Pues pagas aparte. ¿Que lo que quieres es viajar con tu pareja en asientos contiguos? Te lo pagas tú, que ya es mucha jeta pretender que eso vaya incluido en el precio. Qué decir si quieres comer algo, aunque sea un bocata o beberte una cerveza.

Lo mismo ocurre con el «desde» de los coches, porque el increíble precio que, finalmente, resulta serlo, incluye solo el chasis, y si quieres elevalunas eléctrico, radio, cierre centralizado o cualquier exotismo por el estilo, págatelo tú, caradura, que ya está bien de abusar de las pobres multinacionales.

Pero volvamos a nuestro anuncio. Los tan sabrosos como imprescindibles bichitos que no podían faltar en ninguna mesa se vendían a un precio irrechazable: desde 250 euros/kilo. Innecesario explicar que las de 250 serían las añejas, que por serlo podían oler un poco fuerte, pero ya se sabe que con el tiempo mejoran, como el buen vino. Así que es de suponer que si lo que quieres es ya producto de lomo negro o que entre tus angulitas haya un pez gordo, pues tendrás que apoquinar, que tampoco se puede andar por la vida comprando siempre gangas. Y además no se puede ser rata en eso del beber y comer, que sabido es que de un cólico de acelgas nunca murió rey ni reina.

Por cierto, ¿habrá paseíllo? Yo ya estoy que no duermo.