Raimundo Fitero
DE REOJO

Abrupto

Esto quiere ser un abrupto comentario sobre la levedad de la televisión. Se podría considerar que es, por tanto, un clásico, una reproducción, un reajuste de adjetivos de las docenas o quizás centenares de veces que desde este mismo rincón o desde otros parecidos se ha intentado señalar a la ciudadanía que no se puede silbar y sorber a la vez. La televisión por su especifidad acaba convirtiéndose en lo más parecido a una radiografía de nuestra propia mediocridad, de nuestra inconsistencia. Por lo tanto no se le puede pedir más de lo que puede ofrecernos.

El deterioro que está sufriendo en términos generales todo lo relacionado con la televisión nos solivianta, nos pone en alerta, nos advierte de todo cuanto hace falta hacer, corregir o decididamente suprimir. Sin colocarnos en ningún lugar privilegiado, sin intentar estigmatizar a todos los pecadores que diariamente se dejan penetrar por todo cuanto suelta el electrodoméstico esencial y lo hace sin ninguna prevención, como el que sale a la calle los días soleados y no se pone protección solar porque nunca le ha hecho falta. Sería bueno ponerse una pátina de distancia frente el aparato de la televisión.

Y es que muchas de las cuestiones que consideramos importantes han nacido, se han criado, se han crecido en la televisión. Franco salía en el NoDo; el suegro de Urdangarin sale en la tele. Todo a lo que estamos asistiendo este fin de semana es una confrontación entre la televisión y la verdad. No se pueden perder en pocos días tantos amarres con la lógica. Los panegíricos sobre Azkuna y Suárez son unas piezas televisivas talladas en lenguajes caducos. Es un refrito. La ocultación de las manifestaciones, de la actuación salvaje de los antidisturbios de Fernández Díaz, las motos y hasta el partido de fútbol, nos sumen a todos y todas en un bodegón costumbrista que puede romper en vodevil o en drama.

Nada importa, nada existe, ni la vida ni la muerte se identifican si no aparecen en una pantalla. Todo es televisión. Y la televisión que se hace es pésima. Las series previsibles, los programas insufribles, las tertulias indecentes, los deportes politizados y los anuncios venden peines para calvos.