Amparo LASHERAS
Kazetaria
AZKEN PUNTUA

La tortura, una apátrida del terror

El precio para alojarse, que oscila según la temporada y la cabaña elegida, parte de 130 euros la noche e incluye desayuno, que se hace llegar a los clientes con polea

Entrevistar a personas que han sido torturadas es uno de los trabajos más difíciles de este oficio de escribir que es el periodismo. Al menos para mí. Una siente que las preguntas, por mucho que se preparen, siempre parecen frívolas. Se siente la necesidad de llegar al fondo de ese horror que es la tortura pero cuando se descubren los ojos de quien responde, te toca su daño y la distancia de la palabra se derrumba.

«Las sesiones eran terribles, la picana eléctrica, la golpiza, el submarino... pero de repente se terminaban. Entonces empezaba el aislamiento, esposados en el suelo, sin luz, sin agua, sin nada... era el peor momento porque había que resistir y no derrumbarse». Mauricio Rosencof, dramaturgo uruguayo y dirigente Tupamaro, visitó Euskal Herria en 1992, siete años después de ser excarcelado al terminar la dictadura militar. Le entrevisté en Gasteiz, durante el Festival de Teatro, en una conversación que me impactó. Por el horror de su testimonio, y por la serenidad orgullosa de haber resistido.

Años más tarde en el patio de la prisión de Soto una compañera me contaba su paso por los calabozos de la Guardia Civil y, en sus ojos, volví a encontrar las mismas respuestas silenciosas que treinta años antes en la mirada de Rosencof. Estos días me he acordado de aquellas conversaciones porque el 31 de marzo cuatro jóvenes gasteiztarras serán juzgados en Madrid; jóvenes que fueron brutalmente torturados, para conseguir inculpaciones que les pueden llevar a la cárcel durante 24 años. La tortura, igual que los torturadores, es una apátrida del terror, no tiene tiempo ni lugar definido, sólo oscuridad y una crueldad persistente, agazapada en el sistema para aniquilar la libertad de existir.