El Eibar sufrió una dolorosa derrota en Zaragoza. No tanto por la falta de costumbre, sino por la forma en que se produjo.

Mucho trabajo, bastante calidad y una pizca de suerte han permitido a los azulgranas vivir tres meses de vino y rosas. Desde que se pusiera fin a la primera vuelta con la derrota ante el Numancia, todo ha sonreído al equipo eibarrés. Que ha puesto mucho de su parte pero que además ha disfrutado de lo que se conoce como suerte del campeón. No ha habido balones que insistieran en irse a la madera, ni decisiones arbitrales discutibles, ni rivales que aprovecharan medio error para sentenciar un partido.

Todo había sido luz en esta segunda vuelta hasta llegar a La Romareda, donde el Eibar se encontró de sopetón con el lado oscuro del fútbol. Por su propio rendimiento, ciertamente bueno en el primer tiempo, pero pobrísimo en la reanudación, sobre todo en el marcador en contra; por la actuación del árbitro -al que ya tenía en escasa estima la afición eibarresa por alguna exhibición anterior-, que perjudicó claramente a los azulgranas; e incluso porque la fortuna sonrió esta vez a un rival que, tras no dar señales de vida en el primer tiempo, y pese a la presión de saberse con la soga al cuello deportiva y socialmente, solo necesitó de dos ocasiones tras el descanso para sentenciar el choque.

Por todo eso dolió el tropiezo aunque, evidentemente, también tiene consecuencias. Pero no son especialmente graves. Es cierto que el Eibar, tras ocho jornadas al frente de la clasificación, algo que nunca antes había logrado, cede el liderato al Deportivo, ahora dos puntos por delante. Pero la jornada también se saldó con derrota para Las Palmas y Sporting, con lo que el equipo guipuzcoano mantiene los cuatro puntos de ventaja sobre el tercer puesto.

Gran primer tiempo

Y mucho mejor que habría sido si el buen primer período de los armeros, como venía sucediendo en los últimos tiempos, se hubiera visto recompensado. Porque el Eibar fue muy superior al Zaragoza en los primeros 45 minutos.

Gaizka Garitano ya había avisado de que el equipo llegaba a La Romareda con la misma intención de todos los domingos, ganar. Y sus hombres lo corroboraron desde el pitido inicial, haciéndose con el balón y la iniciativa, ante un rival que, pese a la exigencia de una grada que no tardó en hacer oir sus quejas, pareció dar por bueno ejercer de «visitante» en su propio campo. El equipo de Víctor Muñoz aguantó el chaparrón, esperando que alguno de los muy desequilibrantes jugadores con los que cuenta arriba pudiera hacer daño a la contra. Y estuvo a punto de salirle bien porque Luis García forzó un error de Raúl Albentosa que forzó a Xabi a lucirse mediado el primer tiempo.

Pero el gol llegó, cinco minutos después, en la portería de Leo Franco. Llegó pero no subió al marcador. Porque Munuera Montero anuló el testarazo de Arruabarrena por inexistente -y poco lugar a dudas había- fuera de juego. El disgusto no coartó al Eibar, que siguió buscando la victoria con convicción pero sin fortuna de cara a puerta.

Algo cambió tras el descanso. Puede que fuera el calor, la factura por el esfuerzo realizado o que el Zaragoza encontró la manera de adueñarse del centro del campo. Pero lo cierto es que el Eibar desapareció. Y al contrario de lo que había sucedido con los armeros, el Zaragoza acertó pronto y tuvo el beneplácito arbitral. Tres minutos después de que Xabi volviera a lucirse ante un disparo a bocajarro de Luis García, el propio jugador asturiano remataba una asistencia de Rico para establecer el 1-0.

Se vino abajo el Eibar y aunque el juego de su rival -que acabó con diez por expulsión de César Arzo, algo que tenía que haber sucedido bastante antes del descuento- tampoco era un primor, hubo muy poquitos momentos en los que dio la sensación de que pudiera remontar el partido. En la recta final, un par de acciones a balón parado le dieron vidilla pero las tornas habían cambiado y ayer todos los balones se marcharon fuera.