Jaime IGLESIAS MADRID
Interview
ROMAIN PUÉRTOLAS
Idazlea

«No me atrevería a ironizar sobre la tragedia íntima de los inmigrantes»

«El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea» es el delirante título de la primera novela publicada por Romain Puértolas (Montpellier, 1975). Auténtico fenómeno literario en Francia, el libro se ha vendido ya a más de cuarenta países y será adaptado próximamente al cine.

Descendiente de aragoneses, este lingüista de formación se ha servido de sus experiencias como trabajador aeroportuario e inspector de policía para construir, en su primer título publicado, una hermosa fábula sobre el fenómeno de la inmigración ilegal visto desde la mirada de un taimado faquir indio que aterriza en París con la idea de comprarse una cama de clavos en Ikea. A partir de ahí, las vicisitudes de este estrafalario personaje, que convierte su perplejidad en motor de conoci- miento, dan para una desternillante y tierna odisea sobre una civilización en crisis, la europea, narrada en clave picaresca.

¿Cómo lleva lo de haberse convertido en un auténtico fenómeno literario en el Estado francés con su primera novela?

La verdad es que con bastante normalidad (risas). Tener hijos pequeños te ayuda mucho de cara a mantenerte con los pies en la tierra. Eso sí, estoy disfrutando extraordinariamente con todo lo que me está dando «El increíble viaje del faquir...» y pienso seguir haciéndolo. De momento me he cogido una excedencia como inspector de policía y me resulta gracioso pensar que ahora soy yo el objetivo de las cámaras y de los interrogatorios (risas). Pero el éxito, tal y como viene, suele irse, por eso sería absurdo dejarse arrastrar por él.

Atendiendo a su currículum como traductor, intérprete, empleado de AENA, auxiliar de vuelo, disc jockey e inspector de policía, parece como si su irrupción literaria corriera en paralelo a la del personaje protagonista de su novela, cuya vocación de escritor surge casi por combustión espontánea.

Nada más lejos; yo llevo escribiendo desde que tenía cinco o seis años, se podría decir que lo hago por pura necesidad. Siempre he sido un lector compulsivo y para mí leer y escribir es algo que va unido. Generalmente he escrito cuentos y desde hace nueve años, también novelas, de hecho esta es la octava que he escrito pero, eso sí, la primera que ha visto la luz. El resto fueron rechazadas por distintas editoriales, al punto que pensaba que nunca iba a ser publicado, lo cual me hacía escribir sin presión alguna porque, al fin y al cabo, nunca tuve como objetivo vivir de la literatura.

¿Por qué cree que a la octava fue la vencida? ¿Qué tiene esta novela que le ha hecho, no solo dejar de ser un autor inédito, sino saborear las mieles del éxito?

No sé, quizá se deba al tema que abordo en la novela, a ese descubrimiento de la cara menos reluciente de Europa por parte de un personaje que pertenece a otra cultura, y también al modo en que se narra algo que nos toca a todos como es el problema de la inmigración ilegal. Pero, sobre todo, creo que parte del éxito se debe al enfoque que elegí para esta obra, porque se trata de una mirada humanista que puede ser asumida fácilmente por personas de sensibilidad dispar.

Una mirada humanista pero también altamente satírica...

Creo que llorando no se va a ninguna parte. Para conseguir las cosas hace falta luchar y para ello es necesario tener fuerza y un pensamiento positivo. El humor te procura ambas cosas.

La literatura humorística nunca ha tenido demasiada consideración y, sin embargo, ahora mismo vive un momento de reivindicación. ¿A qué lo atribuye?

Es cierto que siempre ha sido así, y más en el Estado francés, donde todo lo concerniente a la creación literaria reviste una solemnidad excesiva, de ahí que el primer sorprendido por la gran acogida que ha tenido este libro haya sido yo. De hecho me siento poco cercano a la literatura francesa, mis influencias son otras: la novela picaresca española o la literatura satírica británica de autores como Swift o Sterne. Ambas escuelas demuestran que se puede hablar de temas serios y trascendentes desde el humor. Y es verdad que actualmente hay una aceptación mayor de la sátira como forma literaria, en parte por las proporciones trágicas que alcanza el día a día para muchos ciudadanos. Algunos lectores, de hecho, me han dado las gracias por el libro diciéndome «necesitábamos un poco de sol, de luminosidad, entre tantos nubarrones».

¿Cree que cualquier temática es susceptible de ser abordada desde la sátira?

Sí, aunque a veces hay límites, definidos casi siempre por algo tan etéreo como eso que llaman «buen gusto». Por ejemplo, yo no me atrevería a ironizar sobre la tragedia íntima de los inmigrantes. De hecho, si te fijas en todas las partes del libro concernientes a la odisea de los clandestinos, apenas hay humor. En ese caso prefiero apostar por un enfoque más poético, menos directo. La combinación entre lo poético y lo humorístico conforma un equilibro que me fascina y que está en la esencia de una obra canónica como es «El Quijote», un libro al que vuelvo siempre que puedo. Me gusta pensar que Dhjamal, el faquir protagonista, tiene algo de quijotesco.

Le preguntaba por los límites del humor porque su novela, a pesar de lo delirante de su título y de ser muy divertida, refleja una realidad trágica como es la de los emigrantes en tránsito permanente, y despojados de su identidad, en esta Europa que se mira el ombligo más que nunca. ¿Quiso hacer un relato en clave metafórica?

No, si acaso en clave realista y esperanzadora. Hay una distorsión humorística de ciertas realidades, como el armario de Ikea como refugio accidental para un clandestino «a su pesar» como Dhjamal, en lugar de los maleteros de los coches o los tráilers de los camiones. O cuando hablo de las deportaciones a boleo que suele hacer la policía, devolviendo a los inmigrantes interceptados allá donde se intuye que puede ser su lugar de procedencia, fiándolo todo a la interpretación de sus objetos personales. Pero más que hacer una crítica o construir una metáfora en clave paródica, me limito a ejercer la observación y a plantear interrogantes al lector. ¿Por qué yo por el hecho de nacer francés tengo todas las fronteras del mundo abiertas y otras personas por el hecho de nacer al sur del Sáhara están condenadas de antemano convirtiéndose en sospechosos en cada uno de sus desplazamientos? Resulta cuando menos curioso que en Europa hayamos abogado por una política de apertura de fronteras entre nosotros y a la vez se las vayamos cerrando a otros, convencidos de que no merecen disfrutar de las ventajas de nuestro sistema.

¿Y a la hora de plantearse y plantear al lector todas esas preguntas, aun en clave satírica, lo hace conociendo las respuestas al problema de fondo?

No, lo único que tengo claro, por experiencia, es que las fronteras no son, ni pueden ser, herméticas, es muy difícil implementar una metodología para asegurarlas, pero es que además no tiene sentido hacerlo pensando únicamente en cómo castigar al que se aventura a traspasarlas sin permiso. Pensemos una cosa: mientras haya a un lado un hormiguero y al otro un puñado de azúcar, las hormigas van a tender a ir a donde está el azúcar porque está en su naturaleza ¿cómo impedirlo? Puedes matar a las hormigas antes de llegar a su destino o destruir el hormiguero pero ¿es piadoso?, ¿es justo?, ¿es concebible hacer eso no ya con hormigas sino con seres humanos? Para mí los emigrantes son los aventureros del siglo XXI y la solución ideal, aunque utópica, claro, sería favorecer el desarrollo de sus países de procedencia, seguro que así muchos no se verían forzados al desarraigo para asegurar su futuro y el de los suyos.

¿Qué lugar diría que ocupa la inmigración dentro del debate político? ¿No resulta un poco increíble que siga siendo caladero de votos para muchos partidos como, en el Estado francés, el Frente Nacional?

La política, al final, es una cuestión de retórica y quienes se dedican a ella lo que hacen es servirse de la misma para decir a la gente aquello que está deseando oír en aras de vivir tranquilos. ¿Y en qué consiste vivir tranquilo? Hoy por hoy, en comer, en beber y en sentirse seguro. La seguridad conforta a la población y por eso mismo el fantasma de la inmigración se agita a conveniencia cuando de lo que se trata es de crear inquietud en la opinión pública. Son muchos los grupos políticos que juegan esa carta para buscar apoyos electorales.