Fede de los Ríos
JO PUNTUA

Dos nuevos fichajes para el altar católico

«Los brazos sobresalían de la revista. Yo me levanté y desde entonces estoy en pie, desde entonces no tengo miedo». Ríete tú de la niña de Poltergeist. Nada menos que las extremidades superiores de Karol saliendo de una revista, en plan 3D

Floribeth Mora Díaz es una costarricense que, según relata, sufrió un aneurisma cerebral; algo nada extraño, pues lo padece un 5% de la población. Pero el de Floribeth era especialmente malo, pues los médicos, a pesar de operarla durante tres horas sin anestesia, pues padecía alergia a la misma y hubo de sustituirla por una estampita de Juan Pablo II, no pudieron llegar al lugar en que se encontraba el bloqueo del vaso sanguíneo. Fue un abrir y cerrar, dando un mes de esperanza de vida a tan, tan, tan desafortunada mujer. Ocurría en abril de 2011.

No había transcurrido un mes, cuando el 1 de mayo del mismo año tuvo lugar la beatificación de Wojtyla. Desahuciada por los médicos y convencida de la proximidad de su muerte, Floribeth no quiso perderse la ceremonia, siguiéndola en directo desde la televisión de su casa. Nada más acabar, al irse a dormir, «ya se sentía diferente». A las «ocho de la mañana» la despertó una voz que decía «levántate». Al mirar a su alrededor no vio a nadie. «Al poco volví a oír otra vez la voz que decía `levántate'». Miró de nuevo y pudo observar encima del televisor una revista que, por la beatificación, tenía en la portada a Juan Pablo II con las manos extendidas hacia delante. «Los brazos sobresalían de la revista. Yo me levanté y desde entonces estoy en pie, desde entonces no tengo miedo». Ríete tú de la niña de Poltergeist. Nada menos que las extremidades superiores de Karol saliendo de una revista, en plan 3D. El fenómeno paranormal, lejos de hacerla morir de miedo, hizo que el miedo se muriera en ella junto al aneurisma. «Y desde entonces, -afirma-, estoy de pie». Imagino que contenta pero bastante cansada por la postura. La Iglesia católica lo considera un milagro, el segundo necesario para canonizar este domingo al polaco Wojtyla. El primero consistió en curar el tembleque del Parkinson a Sor Marie Simon Pierre, una religiosa de la Orden de las Pequeñas Hermanas de la Maternidad. Resulta paradójico que, una vez muerto, pudiera curar en otros el mal que a él lo mató.

Cuando usted, considerado lector, esté leyendo estas líneas, Bergoglio, el Papa más dicharachero de cuantos se han sentado en la silla de Pedro, estará subiendo a los altares a Juan Pablo II de la mano de Juan XXIII. Un santo al que, sin duda, se encomendarán los pederastas católicos que tanto amor reparten entre la infancia y a los que tanto protegió. No pudo hacer lo mismo con Marco Gusmini, que este viernes hallábase de pic-nic celebrando la canonización al pie de la cruz que conmemoraba la visita de Juan Pablo II a la localidad italiana de Civo. Unos inquietantes crujidos presagiaban que el Cristo, cruz incluida, bien debido al viento reinante, bien por la mala calidad de los clavos empleados en su crucifixión, iba a dar con sus huesos en tierra.

Los reunidos al pie de la cruz huían dejando solo al pobre Marco, al que una discapacidad mermó fatídicamente su huida. Allí mismo fue aplastado por el Salvador, 600 kilos de Mesías en canal. Otro camino del cielo por la gracia del polaco para alegría de Yahvé, el misericordioso.