Jaime IGLESIAS

La erótica del poder (femenino) en el cuento de hadas tradicional

Revisitar los escenarios de poder y sumisión planteados en cuentos como «Caperucita roja» o «La bella y la bestia» desde una perspectiva femenina y explotando el componente lascivo que subyace en los mismos. Ese fue el empeño de Angela Carter en «La cámara sangrienta» (1979), una obra maravillosa y sugestiva que acaba de ser reeditada en castellano por Sexto Piso en un volumen ilustrado exquisitamente por la chilena Alejandra Acosta.

En 1697 Charles Perrault publicaba «Cuentos de Mamá Ganso», una colección de relatos procedentes de la tradición oral donde cabe hallar historias que, posteriormente, han tenido tanto impacto sobre el imaginario colectivo como las de «Caperucita Roja», «La bella durmiente», «El gato con botas», «Cenicienta» o «Barba Azul». En su momento se acusó a Perrault de rebajar el componente tenebrista y la crueldad que estas narraciones tenían en el folclore popular, al punto de convertirlas en un producto para el consumo exclusivo del público infantil bajo una nueva denominación que hizo fortuna, la del «cuento de hadas».

Casi trescientos años después, la periodista y escritora inglesa Angela Carter (1940-1992), quien ya había dado muestras de su querencia por el género fantástico en su versión más onírica con novelas como «La juguetería mágica» (1967) o «Varias percepciones» (1968), acudió al legado del cuento tradicional francés para alumbrar la obra que acabaría por imponerla como una de las voces más singulares, potentes y fascinantes de la literatura anglosajona: «La cámara sangrienta y otros relatos», que acaba de salir al mercado reeditada por Sexto Piso, en un volumen ilustrado por la artista chilena Alejandra Acosta, cuyos dibujos realzan el poético universo de fantasía y perversidad ideado por la escritora británica.

Porque la originalidad de esta colección de cuentos radica precisamente en la osadía asumida por Carter para recuperar aquello de lo que Perrault prescindió: el carácter perturbador y morboso que palpita en muchas de estas historias. Y no solo eso, sino que en su reformulación, la autora inglesa optó por ir un paso más allá incorporando elementos de la literatura gótica y del folletín a unos relatos construidos sobre la explotación del arquetipo sádico (es decir, el propio de las narraciones eróticas pergeñadas por el Marqués de Sade). Todo ello sin despojar de su identidad los escenarios, personajes y situaciones que imaginaron, no solo Perrault, sino también otros escritores posteriores como Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (autora de la que Angela Carter toma prestado su relato más famoso, «La bella y la bestia», para ofrecer dos variantes sobre el mismo).

Pero más allá del juego metaliterario propuesto, del refinamiento estilístico y de las múltiples variantes que Angela Carter maneja para elevar sus escritos más allá del pastiche, lo que dota de valor esta obra es el enfoque, verdaderamente audaz, elegido por la autora para subvertir el componente reaccionario y moralizante que atesoraban, en su carácter ancestral, todas estas narraciones, consiguiendo alterar el canon de representación tradicional de sus heroínas hasta convertirlas en mujeres intrépidas, decididas y voluptuosas. Rompe así Angela Carter con el mito de la muchacha sumisa, hacendosa y decorosa que los cuentos de hadas elevaron a modelo de conducta.

Hay mucho de sátira post-feminista en la prosa de Angela Carter, donde descubrimos una desmitificación premeditada de las nociones tradicionales de género e identidad. Así por ejemplo, tenemos la renuncia voluntaria de la Bella a huir de las garras de la Bestia cuando este la invita a abandonar su palacio toda vez ha visto saciados sus más íntimos anhelos con su presencia, en lo que supone un triunfo de la voluntad femenina frente a la determinación animal del macho que tendrá que convivir, desde ese momento, con aquella a quien siempre percibió como mujer objeto, reconvertida, además, para el resto de sus días, en una fiera como él, ya que en dicha renuncia ella pierde su condición humana o, lo que es lo mismo, su belleza. Tal es el estimulante desarrollo de «La novia del tigre», el tercero de los cuentos que integran este volumen.

La resolución femínea a la hora de decidir su propio destino y cambiar el de los machos que las cortejan también está muy presente en la regocijante reinterpretación que lleva a cabo Angela Carter de «El gato con botas», por no hablar de la subyugante variación que sobre el mito de «Barba Azul» acontece en «La cámara sangrienta», el relato que da título al libro y probablemente uno de los mejores, donde la figura de la madre coraje emerge en un final apoteósico en el que la vaporosidad del cuento gótico tradicional es sacudida por la sequedad de un western. Aunque probablemente el cuento más recordado de todos cuantos se dan cita en este libro sea «La compañía de los lobos». Reconstrucción de ese juego de seducción y engaño que sostiene un clásico como «Caperucita roja», ampliado con los ecos, lúbricos y tormentosos, de la leyenda del hombre lobo, en este relato asistimos a la caza del licántropo en un cepo de intemperancia carnal dispuesto por una adolescente que sabe que la única manera de aniquilar a su asaltante es superarle en lujuria.

El impacto de este libro en el momento de su publicación, 1979, fue tal que apenas cinco años después sirvió de base a Neil Jordan para su segundo filme, «En compañía de lobos» (1984) donde, en estrecha colaboración con la propia Angela Carter, adaptó tres de los cuentos que conforman «La cámara sangrienta». El estatus de película de culto alcanzado por este largometraje (y que aún hoy se mantiene) fue determinante para disparar la cotización tanto de su director como de la autora británica quien, desde ese momento, mantendría un prestigio que fue creciendo libro tras libro hasta llegar a sus dos últimas obras, la novela «Niños sabios» y el volumen de cuentos «Fantasmas de América y maravillas del Viejo Mundo», ambas publicadas en 1993 con carácter póstumo. Unos meses antes, un cáncer había terminado con la vida de Angela Carter cuando contaba con 52 años. Muchos proyectos quedaron en el tintero, entre ellos nuevas colaboraciones cinematográficas con Jordan quien, en su último film, «Byzantium» (2013), estrenado entre nosotros hace apenas un mes, rendía homenaje implícito a la escritora volviendo a servirse del fantástico (en este caso de una historia de vampiros) para articular una nueva reflexión en torno a la identidad femenina y al espíritu de autoafirmación, no exenta de turbación ni de erotismo.

En espera de que el resto de la obra de Angela Carter vaya siendo rescatada, contentémonos, de momento, con esta preciosa edición de «La cámara sangrienta» que acaba de llegar a las librerías: «Un libro maravillosamente escrito, irónico, cerebral, elegante», en palabras de la escritora Joyce Carol Oates.