Fede de los Ríos
JO PUNTUA

El renacer de lo sagrado

Fue Nietzsche quien anunció la muerte de Dios. Foucault, un siglo después, el deceso del Hombre, su inexistencia.

A Dios lo había herido de muerte la razón burguesa del XVIII, la misma que había construido al individuo como sujeto de derechos -varón y propietario, por supuesto-, dándole rango universal y cristalizándolo en una de las mayores falacias plasmadas en un documento: la Declaración de los Derechos del Hombre. Que no eran otros que los del propietario, los del burgués. Hubieron de pasar décadas y otras revoluciones para que los no propietarios, los parias, remataran a Dios desvelando a un tiempo lo que escondía la entelequia del hombre universal. Aquellos hombres y mujeres denunciaban la propiedad como un robo, queriendo establecer la democracia económica o, lo que es lo mismo, acabar con la explotación del hombre por el hombre. Triunfaron en algunos lugares. Después, burócratas, oficiando el papel de los propietarios, disolvieron asambleas y consejos obreros, apropiándose de las riendas de los destinos de la mayoría. Y, cómo no, volvió el Hombre con mayúsculas. Ajeno a relaciones sociales, a vínculos territoriales. Inmaculado, un alma pura. Todos con iguales derechos. Anatole France hace más de un siglo denunciaba la mentira, «la ley es la misma para todos, prohíbe por igual tanto a pobres como a ricos dormir debajo de los puentes de París».

Si no era suficiente con la vuelta del Hombre como legitimador del estado, ahora Dios como garante. Dios y el estado, viejos amigos Y además intercambiables. Estado Islámico llaman al fenómeno. Nada nuevo bajo el Sol. Por aquí se apellidaba Cristiano. Vuelve lo Sagrado a anegarlo todo a fin de torturar los cuerpos y alienar las mentes. O conversión a la única Verdad o muerte al infiel.

La «primavera árabe», gracias al selectivo riego estadounidense está desembocando en crudo invierno. ¿Quién, si no, promovió, armó y financió a estos guerreros al servicio de Dios para derrocar del gobierno a incómodos intermediarios para la obtención del control del gas y del petróleo en la zona? ¿Acaso no es la Administración americana y los gobiernos amigos de Qatar, Arabia Saudí y los Emiratos los responsables de la situación?

Pareciera que crear dos, tres, muchos Afganistán fuera la consigna del Imperio. Evitar a toda costa que los antiguos colonizados sean dueños de su destino. Los marines, los nuevos bárbaros, han resultado maestros en la propagación del fanatismo de la fe; son nuevos misioneros. Ze nazka!