Oihane Larretxea
Kazetaria
IKUSMIRA

Triste paradoja, todas éramos mujeres

Mi profesión como periodista me ha permitido ver situaciones que de otra forma quizá no hubiese podido conocer. Me ha acercado a realidades desde un punto de vista privilegiado y aproximado a personas a las que quizá la vida no me hubiese presentado. Todo un lujo.

Había escuchado y leído mucho sobre el alarde, ya fuera el de Irun o el de Hondarribia, pero no fue hasta comenzar a escribir en este periódico cuando tuve la oportunidad de verlo con mis ojos, de escucharlo con mis oídos.

La primera vez que fui a la localidad costera a cubrir el desfile de la compañía mixta Jaizkibel, recuerdo que, tras mostrarle la crónica a una compañera de mesa, me comentó que me había quedado con la cara más amarga de la celebración. Dispuesta a enfrentarme de nuevo a la página, me dijo que tuviera en cuenta todo lo que se había avanzado, y que buscara aquellos detalles más positivos, como la participación, cada vez mayor, de personas en la compañía igualitaria.

El año pasado volví, esta vez con el consejo que años antes me dio la colega en mente. Los ojos abiertos y los oídos afinados. Por ellos vi y escuché los insultos y los gestos poco decorosos que las personas apostadas a los lados nos regalaron a la prensa. Caprichosa casualidad, todas éramos mujeres. Triste paradoja, ellas también lo eran.

Adolescentes en su mayoría -también mucha mujer adulta-, segundos antes habían increpado a los y las integrantes de Jaizkibel sin ninguna censura. Por el mismo precio, gratuito por cierto, actuaban de la misma forma con nosotras, que íbamos caminando justo detrás. Aquellas chicas escondían sus caras tras los plásticos negros cuando intentábamos captar una imagen con la cámara. Desconozco el motivo. Quizá se avergonzaran.

El caso es que, un año después, recuerdo aquella desagradable sensación que me quedó en el estómago y aún me pregunto por qué. No obstante, fui capaz de reparar en los pequeños destellos. Iban justo delante.