César Manzanos Bilbao
Soziologia Doktorea
JO PUNTUA

Tres años de tortura y corrupción

La cuestión es bien sencilla. Cuando de erradicar la corrupción financiera y política o la tortura policial y carcelaria se trata, la fingida incapacidad de hacerlo parece escaparse de las manos del Estado. Sin embargo, cuando se trata de recortar, privatizar, erradicar e incluso abolir los derechos laborales, educativos, sanitarios y sociales que de hecho resultaría aparentemente mucho más difícil, resulta extremadamente eficaz la acción del actual Gobierno neo- (pongan ustedes el adjetivo, que ya no se puede llamar a las cosas por su nombre sin ser sancionado penal o administrativamente).

La denuncia de instancias supranacionales como la ONU o la Unión Europea o de otros estados sobre la inexistencia de mecanismos de prevención e investigación de la tortura que posibilitan la actual impunidad, la visibilización del expolio de las arcas del Estado para financiar nuestra miseria y su enriquecimiento, el entierro en vida de la soberanía popular y de las legítimas aspiraciones soberanistas de los pueblos, la reproducción de una política carcelaria ilegal y orientada al exterminio de las personas presas en las cloacas del Estado, ahora con otra vuelta de tuerca, con la instauración de la cadena perpetua, no van a ser motivos suficientes para que después de tres años de legislatura muchos televidentes sigan votando al PP.

Y es que una vez colonizado y clonado el cerebro de los telespectadores e inyectada la heroína del miedo, resulta fácil conseguir que mayoritariamente compren los instrumentos necesarios para posibilitar que sus asesinos sigan maltratándolos, torturándolos y masacrándolos, es decir, gobernando sus vidas sin que se sientan lo que son: esclavos voluntarios que serán vomitados en cuanto el gobierno de turno los considere prescindibles.

¿Qué hacer? Me atrevería a sugerir seguir en la oposición, en la calle, en la lucha. No renunciar a principios irrenunciables como la socialización de los medios de producción o la independencia. Y mucho menos renunciar a ellos en aras de alianzas paralizantes por el mero hecho de gestionar sus enquistadas e inamovibles instituciones. En la oposición las alianzas son sólidas, y una mayoría en la oposición tiene poder y puede hacer viable una revolución; sin embargo, cuando se fabrican mayorías para seguir comiéndose el pastel de todos, nuestra historia política reciente ha demostrado que resultan frustrantes y desmovilizadoras.