Mikel Jauregi | 7K

Kurt Cobain, el icono del rock que no esperó a apagarse

La voz de la llamada «Generación X». El rostro más reconocible de todo un movimiento musical –y estético– con epicentro en Seattle. El icono de aquel «género» denominado grunge que revolucionó el panorama rock e incluso hizo variar el rumbo de la industria discográfica a principios de los años 90. La superestrella adicta a la heroína que parecía no poder asimilar la atención mediática que generaba. Kurt Cobain (Aberdeen, 1967-Seattle, 1994) era todo eso y mucho más, pero ante todo era el guitarrista, vocalista y compositor principal de Nirvana.

En los estudios de grabación Hilversum en noviembre de 1991, en una imagen tomada por Michel Linssen.
En los estudios de grabación Hilversum en noviembre de 1991, en una imagen tomada por Michel Linssen.

La mañana del 8 de abril de 1994, un electricista, de nombre Gary Smith, acudió a la casa de Kurt Cobain en Seattle para instalar un sistema de seguridad y se topó en el invernadero con un cadáver con el rostro totalmente destrozado. La causa de la muerte fue un tiro de escopeta en la boca, aunque la posterior autopsia reveló tal cantidad de heroína en sangre que, de no haber mediado el disparo, habría muerto igualmente. El fallecido era el líder de Nirvana. Los forenses constataron que la muerte se produjo 72 horas antes, el día 5.

La Policía halló, clavada en un tiesto, una carta de despedida que le hizo concluir que se trataba de un suicidio. En su parte final había escrita una frase incluida en el tema ‘Hey, hey, my, my’ de Neil Young: «Es mejor quemarse que apagarse lentamente». Además de la nota y el arma, una Remington M-11 del calibre 20 adquirida por un amigo por encargo suyo, los agentes encontraron junto al cadáver material informático, un peluche y varias cintas de casete, entre ellas la del último álbum de estudio de su grupo, ‘In Utero’ (1993).

Sus familiares llevaban varios días preocupados por el estado de salud de Cobain, quien el 1 de abril había escapado del centro de rehabilitación Exodus de Los Ángeles, en el que había ingresado el 26 de marzo para tratar de superar su adicción a las drogas. A partir de ahí y hasta el hallazgo de su cadáver, se le perdió la pista. La huida provocó que su esposa, la también músico Courtney Love, cancelara todas sus tarjetas de crédito y contratara a un investigador privado para que diera con su paradero. Su madre, tras enterarse de que Cobain se hallaba en poder de una escopeta, alertó a la Policía del riesgo de que pudiera suicidarse. Esa llamada se produjo el día 4, víspera de los hechos.

Los temores de su entorno más cercano tenían su razón de ser: apenas cuatro semanas antes, tras una discusión con Love, el líder de Nirvana había intentado suicidarse en un hotel de Roma con la ingesta de más de medio centenar de somníferos regados en alcohol. La sobredosis le llevó al coma, pero consiguió sobrevivir.

Reconocimiento unánime

Si ya antes era (o le habían convertido en) un icono generacional, tras su muerte se produjo una especie de proceso de canonización: quienes le idolatraban le auparon hasta los altares de los mitos del rock, mientras que sus detractores –que los tenía– parecieron diluirse. A partir de aquellos primeros días de abril del 94, hubo unanimidad: se había ido un genio.

Nadie se atrevió ya a negar la evidencia. Aquel chaval de melena rubia y lacia, que había liderado el grupo que entre 1991 y 1994 había puesto patas arriba el panorama musical, tenía talento a arrobas para escribir canciones. Temas furiosos, sí; sencillos, también, pero redondos e inspirados. Y sus melodías eran memorables. Y poseía una gran voz. Y una gran presencia escénica, pese a no ser especialmente carismático.

De hecho, parecía tenerlo todo. Talento, éxito profesional, dinero... Pero ya muchos años antes del fatídico desenlace se sabía que no todo iba bien en la vida de Cobain. Desde su infancia arrastraba traumas e inseguridades generadas a raíz de la separación de sus padres, y además sufría de depresión, bronquitis crónica y, sobre todo, un intenso dolor estomacal que jamás le fue diagnosticado y le afectó de forma importante en el plano emocional. Se dice, incluso, que comenzó a consumir estupefacientes para hacer más llevadera esa dolencia.

Se sabía de su carácter inestable, voluble y tímido. Se ganó cierta fama de inadaptado. Y daba la imagen de músico que no quería formar parte de la industria, pese a serlo. Desde luego, no era el típico rockstar que solía salir en la MTV. Cobain sí era una persona atormentada y existían elementos suficientes como para constatar que todo aquello no era una pose.

Quizás una de las secuencias que mejor reflejan su personalidad sea la serie fotográfica que le hizo Ian Tilton el 22 de setiembre de 1990 en el Sports International Garage de Seattle, donde esa noche Nirvana daba un concierto. A mitad del espectáculo, Cobain se retiró a la parte trasera del escenario, se sentó apoyado contra la pared y se echó a llorar. «Allí mismo me pregunté si debía tomarla o no, porque no soy un paparazzi, sino un fotógrafo documental. Él sabía que no era de ese tipo y tomé la foto, y no se negó. Luego tomé una segunda foto y se le veía algo más compuesto. Y después hice una tercera y aparecía riendo. Creo que esa secuencia refleja todos los tipos de energía que llevaba dentro», relataba el propio Tilton con posterioridad. Cuentan los que asistieron a aquel concierto que fue uno de los más memorables del trío y que Cobain estuvo impresionante.

Mucho se ha dicho y escrito sobre su persona, y también sobre su banda, su música y letras, su relación con las drogas, su tormentoso matrimonio con Courtney Love –tildada en más de una ocasión de la «Yoko Ono del grunge»– e incluso su vestimenta desaliñada. Mucho se ha especulado también sobre su supuesta incapacidad para soportar la presión de pasar en unos pocos años de la penumbra del local en el que ensayaba con sus amigos a los focos de las portadas de las revistas de moda más cool del planeta. Lo único cierto es que se fue en el esplendor de su juventud (27 años), grabó con su grupo tres magníficos discos de estudio (‘Bleach’, ‘Nevermind’ e ‘In Utero’) y un buen puñado de maravillosas canciones, y dejó un tanto huérfanos a millones de amantes del rock que, dos décadas después, aún no han visto producirse un fenómeno similar al que supuso el binomio Nirvana-Cobain.

¿Qué fue del resto?

Tras la muerte de Cobain, Nirvana se disolvió y los otros dos integrantes del grupo –el guitarrista Pat Smear solo les acompañó en la gira de presentación de ‘In Utero’– continuaron sus vidas y carreras cada uno por su lado.

El batería Dave Grohl dio vida a Foo Fighters, uno de los grupos de rock más populares de la actualidad: ha vendido millones de copias de los siete discos que ha publicado hasta el momento y es capaz de abarrotar estadios en sus giras mundiales. Pero el inquieto Grohl, que dejó las baquetas por la guitarra y el micrófono para liderar su nueva banda, también se ha inmiscuido en otros muchos proyectos: bajo el nombre de Probot, dio rienda suelta a su vertiente más metalera grabando un álbum con varios de sus ídolos del género de los años 80; se volvió a sentar a la batería para acompañar a artistas como Tom Petty and the Heartbreakers, Queens of the Stone Age, Tenacius D, Nice Inch Nails, Garbage o Killing Joke; colaboró en el disco ‘Heathen’ de David Bowie; dio vida, junto a John Paul Jones y Josh Homme, al supergrupo Them Crooked Vultures; dirigió el documental ‘Sound City’ sobre el mítico estudio de grabación angelino del mismo nombre –donde se grabó, precisamente, ‘Nevermind’–... Vaya, que el hombre no ha parado.

En cuanto al bajista Krist Novoselic, prefirió desaparecer de escena por un tiempo. Pasaron unos años hasta que regresó a la música, primero con Sweet 75, después con No WTO –proyecto en el que le acompañaban Jello Biafra y Kim Thayil– y finalmente con Eyes Adrift. Pero en 2003 puso punto final a este último proyecto y decidió volcar todos sus esfuerzos en el ámbito sociopolítico, e incluso se especuló con la posibilidad de que participara en las elecciones a gobernador de Washington.