Iker BIZKARGUENAGA

La centralidad, ese oscuro objeto del deseo

Cuando parecía que estaba en disposición de luchar con el PNV por la hegemonía política, la llegada de Podemos achicó el espacio electoral a EH Bildu, a quien no le queda más remedio que transformar el campo de juego para volver a optar a la centralidad. Y eso será mucho más fácil si el domingo los independentistas logran unos buenos resultados.

En toda pugna electoral uno de los primeros objetivos de los partidos en liza es ocupar eso que viene a llamarse la centralidad, que es el lugar que permite fijar los márgenes del debate y frecuentemente ganar los comicios.

Centralidad no significa centro, pues su ubicación depende de la sociedad en cuestión. No es igual Suecia que Polonia. En el caso que nos ocupa, podría decirse que estamos algo más a la izquierda que nuestro entorno más cercano, pero desde luego lejos de proclamar la dictadura del proletariado. Aquí, además, para ubicar a una determinada fuerza política, al eje clásico izquierda-derecha hay que agregar otro ligado a la cuestión nacional, desde el independentismo más abierto hasta el unionismo más cerril.

Y en ese campo de juego el PNV es quien ha ostentado la preeminencia electoral en las últimas décadas, con una imagen centrada en lo socioeconómico –vale que los jelkides son de derechas, pero la mayoría no los percibe ni por asomo como al PP– y un nacionalismo light más rayano al regionalismo que otra cosa. Ese perfil les ha permitido situarse en la intersección entre ambos ejes y, por tanto, pescar en todos los caladeros, del españolismo de derechas a la izquierda soberanista, en función de las circunstancias y con flexibilidad inaudita. Si además cuenta con un enorme caudal de voto propio, el partido jeltzale se convierte en máquina de ganar elecciones, que sólo se gripó en los años posteriores a su escisión.

Pero cuando hace cinco años nació Bildu la nueva coalición optaba a ocupar todo el espacio que el PNV dejaba a su izquierda y que no llenaba tampoco desde la perspectiva nacional. Un espacio amplísimo –en este país hay mucha gente a la izquierda de Arantza Tapia y con mayor brío abertzale que Iñigo Urkullu– que podría poner en jaque la supremacía de Sabin Etxea. No pudo ser entonces, pero en 2011-2012 la palabra «hegemonía» era trending topic y se citaba a Gramsci día sí y día también. Las cartas estaban dadas para una partida a largo plazo por ver quién lideraba el país.

En esas estaba la cosa cuando llegó Podemos y se situó entre ambos contendientes. Nacido al calor del 15M y del cabreo de amplios sectores de la sociedad con lo que estaba ocurriendo en el Estado, el partido morado fue recibido con simpatía por buena parte del independentismo. Se veía sobre todo como un fenómeno estatal y se estimaba que su incidencia en la política vasca sería menor, porque aquí ya había una izquierda que llevaba 35 años combatiendo a «la casta» y el lodazal de la transición. El cálculo, está claro, erró.

Podemos se colocó enseguida en un lugar preferente en ambos ejes. En la cuestión nacional, su –aún indefinida– defensa del derecho a decidir le aleja del unionismo tradicional y le sitúa cerca de las posiciones del PNV; y en el espacio socioeconómico la gente lo percibe más al centro que EH Bildu. Y este dato es llamativo, pues cuando la formación morada empezó a mostrar su potencial también aquí, en el independentismo se oyeron voces que clamaban por potenciar el perfil social, de izquierdas, de ese sector, para contrarrestar la fuga de votos que podría producirse por ahí. Sin embargo, es improbable que los votos que pudieron irse de la coalición a Podemos en los últimos comicios lo hicieran por ese flanco, sino que fue más bien entre los menos ideologizados, tanto en el ámbito nacional como social.

En este sentido, es elocuente la elección como candidata de Pili Zabala, a bastantes kilómetros de ser una radical de izquierda. Por cierto, también llama la atención que pudiendo disputar electorado a PNV, EH Bildu y PSE, Elkarrekin Podemos presente para la Lehendakaritza a una persona que por razones obvias no es atractiva para el votante tradicional del PSOE.

Frente a esa OPA de quien quiere ocupar su lugar como alternativa al PNV, EH Bildu no necesitaba tanto afilar su perfil izquierdista como mostrar un proyecto solvente. Y eso es algo que parece que ha logrado en esta campaña, con un equipo potente en torno a Arnaldo Otegi y un programa trabajado. El 25S se sabrá hasta qué punto ha logrado poner pie en pared.

En todo caso, más allá de resultados puntuales, la llegada de Podemos ha achicado el espacio vital de la coalición soberanista, que tiene que repartir el trozo de tarta que antes era suyo, lo que le complica poder competir de tú a tú con el PNV. Y no tiene pinta de que Podemos vaya a hacerse a un lado a corto plazo.

En esta tesitura, ¿cómo pugnar otra vez por la centralidad? No parece que «centrarse» sea opción para EH Bildu, que es una fuerza nítidamente de izquierdas e independentista. Esa es su fortaleza y es lo que demandan sus votantes, que no le perdonarían veleidades en ese sentido. El votante abertzale de izquierdas no es como el jeltzale.

¿Qué hacer entonces? Pues si la izquierda independentista no puede ni quiere cambiar, lo que tiene que hacer es modificar el campo de juego, o dicho de otro modo, desplazar los ejes para que sus posiciones ocupen el cauce central de la sociedad y lo que ahora es pensamiento hegemónico empiece a chirriar.

Por poner un ejemplo recurrente, ahí está el caso de Catalunya, donde hace diez años era impensable que un partido independentista pudiera ganar las elecciones –ERC aspiraba a acompañar a PSC o CiU– y ahora es impensable que gane alguno que no lo sea. Ha cambiado el paradigma, ha mutado el discurso de lo lógico y lo ilógico, de lo racional de lo irracional.

Esa es la tarea que tiene por delante EH Bildu a partir del próximo domingo, una tarea que exigirá dedicación y que, lógicamente, será mucho más fácil y grata si logra unos buenos resultados en las urnas.