Mikel ZUBIMENDI
DONOSTIA

Quitándole la vida hicieron eternos al Che y sus ideales de revolución

Un día como el de mañana, hace 50 años, soldados bolivianos cumpliendo órdenes de Washington mataron al Che Guevara, héroe de la Revolución cubana y una de las figuras más influyentes del siglo XX. Cuba y Bolivia le rinden tributo, poniendo en valor su ejemplo de ética, de acción y coraje, sus ideales de liberación que no pudieron matar.

Mañana el mundo recuerda los 50 años de la muerte del guerrillero argentino-cubano Ernesto Guevara de la Serna, una de las figuras más influyentes de la historia contemporánea, héroe por excelencia de la Revolución cubana que dejó al mundo un legado de ética y acción revolucionaria. El coraje del mítico revolucionario, cuyo objetivo en vida no fue quedarse de ministro en Cuba ni sentarse detrás de un escritorio, ejemplo de quien siempre puso su cuerpo por delante, aún resuena con fuerza en la actualidad.

Cuba y Bolivia acogen no solo actos conmemorativos de homenaje hacia la figura del Che, referente de la acción revolucionaria latinoamericana, sino también para mantener vigente su pensamiento y su ideal de liberación. La ciudad cubana de Santa Clara, donde se encuentran sus restos, como la boliviana de Vallegrande, donde permanecieron durante treinta años en una fosa común tras ser enterrado en la más absoluta clandestinidad, serán los escenarios de unos actos de homenaje, foros, debates y exposiciones artísticas a los que asistirán, entre otros, los presidentes de ambos países, Raúl Castro y Evo Morales, respectivamente.

Prácticamente cercados

Che Guevara llegó a Bolivia en noviembre de 1966, tras haber combatido en el Congo, para activar una guerrilla, para crear un foco guerrillero con la idea, nunca confirmada, de llevar su lucha a Argentina, de crear columnas que se esparcirían por América Latina o para establecer una especie de «escuela de guerrillas». De su presencia en el país andino muy pocos, casi nadie, sabía nada. Once meses después, ese intento le costó la vida y lo hizo eterno.

Según relatan los testigos que lo vieron en sus últimas horas, como María Barón, que ahora tiene 75 años y sigue viviendo en el Abra de Picacho, un caserío encima del poblado de La Higuera (departamento de Santa Cruz), el Che le comentó que «venimos pasando, cazando monos y loros para comer». Para entonces, el Ejército boliviano, dirigido por instructores de la CIA que lo tenían como el hombre más buscado, su enemigo número 1, en pleno régimen del general René Barrientos, lo tenía prácticamente cercado.

El mismo día en el que la campesina Barón vio al Che, el 7 de octubre de 1967, la guerrilla sufrió tres bajas y no tuvo más alternativa que refugiarse en una serie de quebradas justo debajo de unas empinadas colinas. La situación era crítica. El asma no le dejaba respirar, había perdido la conexión con La Habana y con la red urbana y los 17 guerrilleros que lo acompañaban tenían mucha sed y hambre. Al parecer, la idea era alcanzar Río Grande, a unos dos kilómetros en línea recta, por la Quebrada del Churo, de no muy frondosa vegetación y situada a tres kilómetros al norte de La Higuera. Eusebio Tapia, el último superviviente boliviano de la guerrilla, confesó al periódico chileno “La Tercera” que «el mayor error del Che fue dividir en dos la columna; nunca volvieron a reunirse».

El 8 de octubre, cuando la guerrilla llevaba once meses en Bolivia, y al parecer por un aviso que los delató, las tropas al mando del capitán Gary Prado irrumpieron en las tres quebradas en las que se encontraban los guerrilleros. Tras un operativo de bloqueo y registro en el que participaron 70 soldados, consiguieron acorralarlos. Tras un combate de tres horas en el que el Che resultó herido de bala en una pierna, de pronto, uno de ellos gritó: «¡Mi capitán, aquí hay dos!». Entre ellos estaba el Che, junto con otro guerrillero llamado Willy. En un primer momento, los amarraron a un árbol. En su mochila, Guevara llevaba dos morrales, una carabina M-1, una pistola alemana de 9mm sin cargador, su diario, una olla con cuatro huevos, rollos fotográficos sin revelar y dos libros.

Orden de matarlo

Los subieron a duras penas desde la Quebrada del Churo hasta un sendero y por la tarde llegaron a La Higuera. Según recuerdan los lugareños, «los vimos pasar cojeando, el Che parecía un indigente, barbudo, sucio, flaco, con la ropa hecha trizas y con zapatos autofabricados hechos de tela». Los pusieron en la escuela. Para entonces el reportero boliviano del diario “Presencia”, José Luis Alcázar, logró enterarse de la captura y transmitió la primicia al mundo telegrafiándola en código Morse.

En la capital boliviana, La Paz, todo era nerviosismo. Mientras, en La Higuera, un pueblo perdido a casi dos mil metros de altitud, que nadie hubiera conocido si en la escuela no hubiese sido fusilado una de las personalidades más trascendentes del siglo XX, se habían desplegado más hombres, entre ellos agentes de la CIA como Félix Rodríguez, y un helicóptero.

El general René Barrientos dio la orden de matar al Che, tras recibirla a su vez desde Washington, en la mañana del 9 de octubre. «Apunten bien, que van a matar a un hombre», habría dicho el Che Guevara a su verdugo, pero no todas las fuentes sostienen que hubiera existido tal diálogo. Su cadáver fue expuesto en una camilla amarrada a una de las patas del helicóptero, en las afueras de la escuela. El Ejército informó de que había «muerto en combate», pero no pudo sostener por mucho tiempo la mentira. Los campesinos que pudieron verlo relatan cómo «quedamos impresionados por su mirada, ya que tenía los ojos abiertos».

El cadáver fue llevado posteriormente al Hospital Nuestra Señor de Malta, en Vallegrande. En realidad, era una lavandería que funcionaba como hospital, donde el fotógrafo francés Marc Hutten sacó las famosas fotografías del Che muerto con los ojos abiertos que tanto impactaron al mundo y ayudaron a construir el mito.

Según contó la enfermera a la que encomendaron lavar el cadáver del Che, Susana Osinaga, «recuerdo que tenía una bala en el pecho. No tenía sangre en ninguna parte. Le hemos sacado toda su ropa, sus botitas plomas hasta media pierna, sus calcetines, la chamarra, la polera, todo le hemos sacado. Lo lavamos con jabón y lo secamos bien con una toalla. Le hemos puesto un pijama nuevito debajo, lo hemos arreglado bien en la camilla y se quedó ahí. Le hemos cortado su cabello y su barba. Parecía Cristo».

El mayor error

La limpieza del cuerpo ha sido considerado como el mayor error cometido por el Ejército boliviano en su afán por exponer el cuerpo como trofeo de caza, como señal de triunfo. Entre otras cosas, porque desde ese momento transformó a un revolucionario derrotado en un mito eterno. A la mañana siguiente, el 10 de octubre, el cuerpo fue expuesto en la pequeña lavandería del hospital. En medio de este ambiente de conmoción y ya entrada la madrugada, el cadáver del Che desapareció.

Tras cortarle las manos en una morgue, al parecer para una identificación de huellas dactilares, fue enterrado en una fosa común, de noche, el día 11 de octubre en la más completa clandestinidad junto a Willy y “el Chino” (guerrillero peruano), en un terreno cerca del autódromo de Vallegrande. Sus restos permanecieron allí en secreto durante 30 años. El Ejército boliviano sostenía que sus restos habían sido quemados y esparcidos por el Río Grande hasta que en 1997 los militares bolivianos lo desmintieron.