Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ

Erdogan legitima su poder: ¿es suficiente para afrontar los retos?

Los opositores necesitaban una jornada perfecta para derrotar al Partido Justicia y Desarrollo pero solo Muharrem Ince cumplió el domingo con las expectativas. Erdogan, el islamista que obtiene uno de cada dos votos tras 16 años de liderazgo, gobernará sin contrapesos a su poder hasta 2023.

Con suspense, como ocurrió en el pasado referéndum, pero con el mismo resultado: una victoria de Recep Tayyip Erdogan. El domingo, el presidente volvió a derrotar a sus enemigos políticos y a contradecir a las encuestas que aventuraban que perdería la mayoría parlamentaria y tendría que esperar a la segunda ronda para ganar la carrera presidencial. Erdogan mantuvo buena parte de su apoyo y el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), su aliado electoral, apenas sintió los efectos de una traumática escisión sufrida en 2016. «Habéis dado una lección a quienes esperan que Turquía se arrodille», destacó el mandatario cuando celebraba un triunfo que valida su estrategia nacionalista. Ahora, una vez certificada su continuidad hasta 2023, toca demostrar las virtudes del sistema presidencialista y afrontar importantes retos nacionales e internacionales.

Empecemos por el domingo. El AKP obtuvo en la carrera presidencial un 52,3%, medio punto más que en la cita de 2014, y en el Parlamento un 42,5% (295 escaños), 7 puntos menos que en los comicios de noviembre de 2015. Su apoyo en las grandes ciudades se incrementó con respecto al referéndum de 2017 y es probable que los islamistas ejercieran el voto útil para reforzar la imagen pública del MHP, que alcanzó un increíble 11,1% (48 escaños), dejándose menos de un punto electoral. Paradójicamente fue en la profunda Anatolia, feudo del erdoganismo, donde tropezaron estos dos aliados: en Elazig un 13%, en Erzurum un 9%, en Sivas un 6%...

Esta erosión fue aprovechada por el candidato del Partido Republicano del Pueblo (CHP) Muharrem Ince, el único que cumplió con las expectativas levantadas: obtuvo un 30% de apoyo, 8 puntos más que el partido en el Parlamento. El resto de opositores fracasaron. El islamista Partido de la Felicidad se quedó en poco más del 1%, menos de lo esperado. Meral Aksener, la líder de la escisión panturca IYI, recibió un exiguo apoyo de descontentos con el rumbo del MHP, sobre todo porque las encuestas auguraban un trasvase superior al 4%. No ocurrió, y la mitad del respaldo de Aksener llegó del kemalismo, su «aliado», quedándose en un 7,3% en la carrera presidencial y en un 9,97% (43 diputados) en el Parlamento.

El Partido Democrático de los Pueblos (HDP) consiguió entrar en el Parlamento al conquistar el 11,7% de los votos. Son 67 diputados, pero el éxito no fue rotundo: perdieron respaldo respecto a 2015 en Kurdistán, confirmando la dinámica del pasado referéndum, cediendo un 5% en Diyarbakir, un poco más en Mardin y un 14% en Sirnak, donde el AKP conquistó un diputado. Probablemente no hubiera superado el corte electoral del 10% sin el voto útil del kemalismo. El ejemplo más significativo de esta estrategia fue Dersim, región aleví en la que el HDP obtuvo en el Parlamento más del 50%, mientras que en LA carrera presidencial esa cifra la sobrepasó Ince.

El ascenso de Erdogan en Kurdistán Norte, engordado por el apoyo de las fuerzas de seguridad allí desplegadas, le permite al presidente seguir con su política bélica contra el PKK. Parece que a corto plazo nada cambiará, sobre todo tras el gran resultado del MHP, representante del negacionismo kurdo. Sin embargo, esta relación podría terminar cuando Erdogan considere que comenzar un proceso de apertura con los kurdos traerá mayores beneficios electorales que continuar con el MHP. Esto podría ocurrir a medida que se acerquen los comicios de 2023.

Ahora, debido a que el AKP necesita de un puñado de panturcos para la mayoría en el Parlamento, hay voces que aventuran un aumento de la influencia del MHP en el Gobierno. Parece difícil: están Erdogan y el sistema presidencialista que convierte al presidente en Jefe de Estado y de Gobierno. Salvo en causas como los derechos humanos o las libertades fundamentales, el presidente puede gobernar con decretos. El Parlamento podría rechazarlos con una mayoría simple.

Pese a ello, estos mecanismos para contrarrestar su poder no funcionarán: 12 de los 15 jueces del Tribunal Constitucional, encargado de juzgar los desacuerdos entre el Parlamento y la Presidencia, son elegidos por el máximo mandatario. Por eso, aunque su alianza hubiera perdido la mayoría en el Parlamento, Erdogan podría haber seguido con unas ideas políticas que no cambiarán aunque presionen los opositores o un aliado como el MHP.

Con el poder bien amarrado, es probable que Erdogan comience la legislatura de una manera conciliadora. Eso no quiere decir que consienta las críticas, pero puede que sea más selectivo a la hora de reprimir a sus rivales. Sobre todo hasta marzo de 2019, cuando se celebran unas elecciones locales en las que el AKP podría perder las grandes ciudades de Anatolia. Sería un duro golpe, ahora tal vez inesperado, en el que la economía podría influir más que el pasado domingo. Es así porque probablemente Erdogan comenzará a implementar una política económica ortodoxa que limitará la liquidez. Eso se traduce en subir los tipos de interés del Banco Central para contener la inflación del 12% y controlar la preocupante devaluación de la lira turca.

Además de devolver a los refugiados a Siria y levantar el estado de emergencia, las dos únicas promesas electorales comunes entre los candidatos, Erdogan tendrá que tomar decisiones importantes en política internacional, la parcela que más rédito electoral le ha brindado en los últimos años. Pese a los constantes rifirrafes, las relaciones con la Unión Europea parece que mantendrá el actual pragmatismo. En 2017, el Parlamento europeo pidió suspender el proceso de adhesión, aunque en Bruselas desoyeron a sus diputados por la posición geoestratégica de Turquía, esencial para la lucha «antiterrorista».

Además está el polémico acuerdo de refugiados y la presión de la derecha europea por librarse de los irregulares que van llegando a Europa. El statu quo actual, un proceso de adhesión congelado de facto que mantenga las relaciones, probablemente prevalecerá mientras Turquía y la UE se centran en parcelas técnicas como la Unión Aduanera o el «terrorismo».

Esta relación pragmática se puede extrapolar también a EEUU, con quien los desencuentros por el apoyo a los kurdos en Siria han concluido en cooperación en la región de Manbij. Washington parece medir sus pasos mientras decide cuál es su mejor estrategia para Oriente Medio. Unas cartas que se verán con claridad a medida que el conflicto sirio se decida junto a las posturas con respecto a los kurdos de Irán y Rusia, interesados en enturbiar las relaciones Turquía-Occidente. Pese a todo, no parece probable un drástico cambio de posición de Turquía, un aliado histórico en la región y miembro esencial de la OTAN.

En definitiva, Erdogan tiene que demostrar su poder para solucionar los problemas que rodean a la convulsa Anatolia. Es lo que prometió a la sociedad con la reforma constitucional. ¿Cómo lo hará? Esa es la sorpresa que prepara un gran estratega que desde años ostenta el poder absoluto. El domingo solo lo legitimó.