Beñat ZALDUA

Más allá de la gesticulación

Si tras siete años de proceso independentista todavía no hemos descubierto que Catalunya es un país irremediablemente volcado hacia cierta teatralización de la vida pública, el problema es nuestro. Cuando la pompa viene acompañada de un material sólido y palpable que le dé consistencia, como ha ido ocurriendo estos años –consulta de 2014, plebiscitarias de 2015, referéndum de 2017–, la gesticulación queda en anécdota positiva –un país que se toma en serio a sí mismo–. Sin embargo, cuando ese elemento sólido pasa a un estado gaseoso –la materia sigue existiendo, no lo olvidemos–, ese carácter teatral puede chirriar. Es lo que ocurre últimamente. Pero enfadarse a estas alturas por la irreductible afición catalana al gesto solemne y a la escenificación viene a ser lo mismo que protestar por la cabezonería de un navarro o la fanfarronería de un bilbaino. Es decir, un ejercicio inútil.

Más allá de la gesticulación, por tanto, busquemos esa materia gaseosa tan difícil de asir últimamente. El exilio catalán en Waterloo se institucionalizó por fin ayer con la puesta en marcha del Consell per la República. El nombre no siempre hace la cosa, y la ceremonia todavía menos, pero desdeñar la constitución de esta plataforma como un gesto vacío más no parece corresponderse con la realidad. No será un gobierno en la sombra, y menos aún el gobierno virtual de una República imaginaria, como algunos se han apresurado a ridiculizar; será el paraguas institucional que dé amparo a la actividad de los exiliados catalanes. Ni más ni menos.

El futuro inmediato guarda un papel de primer orden para los dirigentes que optaron por buscar en Europa una justicia imposible en el Estado español. Dotarles de un marco institucional que les ampare, al margen de las valoraciones sobre las ínfulas con las que se quiera adornar el invento, es una idea inteligente.

En pocos días conoceremos los escritos de acusación dentro de la macrocausa contra el 1-O, uno de los últimos pasos antes de que a finales de año o principios de 2019 arranque el juicio contra 18 dirigentes catalanes. Con él, la carpeta catalana volverá al mapa europeo, y tener a varias personas circulando libremente por Europa mientras sus iguales en el Estado afrontan graves penas de prisión es una oportunidad de oro para seguir ampliando las simpatías por la causa catalana. Y esta vez no apelando a gobiernos y estados, sino a las sociedades europeas –una de las lecciones del otoño de 2017–.

La tarea que tiene por delante el exilio catalán es titánica, y para afrontarla será imprescindible –tras sacar las pertinentes lecciones– dejar de lado las ensoñaciones sobre lo que pudo ser y no fue hace un año. Recrearse en los errores cometidos en aquella encrucijada –o peor aún, insistir en ellos– es la mejor fórmula para eternizar el bloqueo y el impasse actual. Es también la manera de olvidar los numerosos aciertos que consiguieron abrir aquella ventana que luego no se pudo cruzar. En Bruselas ya han empezado a ponerle remedio. Solo falta que lo hagan también en Barcelona.