Daniel GALVALIZI

Podemos; a frenar la sangría con Pablo Iglesias en el alero

La coalición del partido morado con IU podría perder hasta la mitad de sus escaños a nivel estatal. Las confluencias causan dolores de cabeza en varias comunidades autónomas. Y la posibilidad de un relevo del líder se hace real.

Los tiempos en que Podemos supo ser el tercer partido más robusto del Estado, pisándole los talones al PSOE y siendo clave para echar a Mariano Rajoy, parece que no volverán. Al menos eso se desprende del promedio de todas las encuestas privadas y la del CIS, de las que la cúpula morada descree.

En las Cortes del Estado, Unidos Podemos contaba hasta ahora con 71 escaños, mientras que la media de los sondeos lo lleva al batacazo de entre 30 y 41 para la próxima legislatura. De todas formas, aunque la alianza de Podemos con Izquierda Unida caiga a los 40 diputados, continuará siendo clave para una investidura de Pedro Sánchez, salvo que los socialistas lograran un vuelco a su favor de los indecisos que los lleve a acariciar de cerca la mayoría absoluta.

El fantasma de la sucesión

«Los jefes no creen que estemos en 40 diputados. Están seguros que Unidas Podemos (UP) obtendrá más», ha asegurado a GARA un dirigente muy cercano al secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique. Por los jefes se refiere a Iglesias y a Alberto Garzón, coordinador general de IU.

En ese sentido, transmite que «eso del batacazo está por verse», dejando trascender la desconfianza que la cúpula de Unidas Podemos tiene hacia las encuestas y los grandes medios de comunicación, que durante esta campaña volvieron en su mayoría a jugar sin titubeos en contra de los morados.

Desde su irrupción como partido en 2014 (en las elecciones europeas), el crecimiento de Podemos fue monumental, alcanzando los casi cinco millones y medio de votos en 2015 y gobernando en confluencia o con pactos legislativos las cuatro mayores ciudades del Estado (Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla). En la elección de 2016, después de fracasar su negociación con Sánchez y forzar nuevas elecciones, mantuvo su caudal electoral. Pero el ingreso a la política real, ya lejos de la Complutense y el 15-M y dentro de las instituciones, le trajo golpes y caídas.

Eso, más otros escándalos por los procesos internos y por la vida privada de Iglesias (el chalet de Galapagar), llevan al partido hoy a una lucha por frenar la sangría de votos y mantener la mística. Pero ante lo que se anticipa una pérdida inexorable de escaños, los rumores de la sucesión de Iglesias se incrementan. La candidata a tomar la posta sería su pareja, la diputada Irene Montero, cuyo alejamiento de la política debido a la maternidad de mellizos prematuros la tuvo fuera del ring político durante muchos meses y cuyo perfil es menos carismático que el del número 1.

Desde la Secretaría de Organización no le quitan el hierro al asunto pero piden esperar. «Siempre es posible [la renuncia de Iglesias], pero será cuando toque», aseveran. Si los resultados del próximo domingo dejan a UP en la treintena de escaños, es posible que el líder morado busque dar un paso al costado o, como mínimo, volver a refrendarse ante los inscritos del partido para renovar su legitimidad (más de cara a los medios y la ciudadanía que a su partido, en el que cuenta en las bases con una notable adherencia).

El modelo de confluencias, en crisis

Una de las claves del éxito de Podemos en las elecciones de 2015 y las repetidas de 2016 fue el modelo de confluencias, que selló alianzas a nivel nacional con IU y con partidos progresistas a nivel local para no fragmentar el voto de la izquierda. Tal es así que el nombre mismo del grupo parlamentario incluye el término «confederal» y siempre dividen los minutos en el atril de las Cortes para que todos tengan voz propia.

Tres años y una moción de censura después, la situación ha cambiado en tres comunidades autónomas importantes: Valencia, Galicia y, a nivel local, Madrid.

En las dos primeras, UP acude a las elecciones en papeletas separadas con los valencianos de Compromís y los gallegos de En Marea. Desde Podemos buscan aclarar que es falsa la embestida mediática que argumentaba que el motivo de las fracturas era la cuestión independentista (apoyo a la autodeterminación, etcétera). El fin de las alianzas lo signan en que hubo diferencias de estrategia partidaria.

En Marea, en términos prácticos, se ha convertido en una «cáscara vacía» al decir de los morados, y un poco de razón tienen: la ex confluencia gallega quiso pasar de ser una marca electoral a partido instituido, pero ya dentro de él no están ni Podemos, ni IU, ni Nova (su líder más visible, el diputado Antón Gómez, se ha quedado en UP). La preocupación de UP ahora es que el electorado progresista de Galicia pueda decodificar esta mutación y saber que la papeleta de En Marea ya no representa a quienes antes sí.

En el País Valenciá la situación era previsible debido a que ya en 2016 los de Compromís habían decidido conformar un grupo parlamentario propio en las Cortes porque habían logrado cinco escaños (en alianza con UP, vale aclarar). Sin embargo, ninguna encuesta le augura lo mismo y en el mejor de los casos tendrían tres diputados, al fragmentar el voto progresista por acudir sin Podemos.

El partido que lidera Mónica Oltra (vicepresidenta de la Generalitat valenciana que aspira a renovar en ese cargo) tiene buenos vínculos con Podemos y ha votado igual que UP en todos los casos excepto en el Cupo vasco (los valencianos lo rechazan). Pero en la cúpula morada admiten diferencias de estilo y contundencia: ven a Compromís más cercano al estilo de Manuela Carmena o Iñigo Errejón, es decir, «a la hora de enfrentarse al statu quo les tiemblan las piernas». Citan, por ejemplo, algunos matices a la hora de golpes de efecto como convocar al rey emérito a que comparezca en las Cortes.

Sea como fuere, la división provocará merma de votos en las urnas, incluso en los casos en que la fractura no sea institucional sino mediática, como muestra la paradoja de Madrid: en la tercera mayor comunidad autónoma se mantiene la alianza Podemos-IU, pero a los ojos de la opinión pública el culebrón interno de los morados sólo ha dejado sabor a debilidad y confusión.

Y es que Errejón, cofundador de Podemos, decidió de forma unilateral ser candidato de una confluencia más amplia a pesar de haber ganado las primarias en Podemos. Su estruendoso anuncio contó con la complicidad de la alcaldesa madrileña, quien mantiene con Iglesias una relación política de amor-odio que poco favor le hace a la unidad. El resultado ha acabado siendo insólito: los acuerdos políticos fueron sostenidos para las elecciones generales y para el Ayuntamiento, pero para la Comunidad de Madrid no, por lo que se enfrentarán.

Hace pocos días, y tras duras negociaciones que presagiaban una fragmentación histórica de la izquierda madrileña, Podemos, IU y Anticapitalistas consiguieron alcanzar un acuerdo por el que conformaron la marca electoral Madrid en Pie, que competirá para la presidencia de Madrid por el voto progresista con el PSOE y con Más Madrid, la entelequia de errejonistas y Carmena. Muy jugoso para el relato periodístico pero difícil de procesar para el electorado, que ha visto peleas, fragmentación y divismo (el propio Iglesias calificó de «vergüenza» el conflicto interno). Un mareo que puede ser funcional para Sánchez.

En Catalunya, principal granero de votos para UP (allí en 2016 obtuvo más que en Andalucía y Madrid), se mantiene la misma alianza electoral, pero es la aliada local quien tuvo problemas: la alcaldesa Ada Colau ha sufrido una sangría de diputados y militantes de En Comú por la cuestión independentista, que incluso terminaron acudiendo a elecciones con papeleta propia (el Front República de Albano Dante Fachín).

Durante la campaña, el discurso de Iglesias, además de reiterar su apoyo a un referendo catalán pactado y a uno estatal sobre la monarquía, viene haciendo eje en que sólo una buena cantidad de escaños de su partido puede lograr que Sánchez haga un gobierno progresista y no vaya a «tocar la puerta naranja» de Ciudadanos, como dijo Garzón. Algo de razón tiene: en la negociación parlamentaria, las medidas sociales del PSOE han sido forzadas por los morados (algunas de ellas nunca concretadas).

La paradoja es que, cuando más institucional y pactista se ha vuelto Podemos, su electorado más lo castiga. Nunca había conseguido, en términos concretos, más cosas (incluyendo sus denominados ayuntamientos del cambio). Pero el PSOE le devora una buena tajada de intención de voto, capitalizando cambios –como el del salario mínimo– que fueron una exigencia de Iglesias.

Tal vez sea, como reflexionaba en privado una de las cronistas que más cerca ha estado durante años de la cúpula morada, que «Podemos es hoy otra cosa. Lo que era cuando nació ya no existe. Para mal o para bien, hoy ya es otra cosa» Allí radica tal vez el mayor desafío de Iglesias: lograr que las urnas muestren que sigue vivo aquel sueño del 15M de «asaltar los cielos», y evitar así barajar y dar de nuevo. Incluido su propio cargo.