«Jugaba a mirar a través del objetivo aun sabiendo que no tenía carrete»
En manos de Carmen Ballvé, la cámara es el puente en su acercamiento al ser humano. Lo ha sido desde niña. La pasión que siente la ha llevado a recorrer el mundo en busca de experiencias que la han llevado no solo a conocer, sino a convivir con otras culturas con las que enriquecerse.

Carmen Ballvé ha residido durante años fuera de Madrid y no ha protagonizado hasta la fecha ninguna muestra «oficial e importante» en el Estado español. Ha sido en Euskal Herria donde se ha conocido su obra de la mano de la comisaria donostiarra María Millán. Se muestra «agradecida» por ello.
En el Museo San Telmo de Donostia, hasta el día 16 de mayo, el visitante se encuentra con 71 obras, «un volumen relativamente pequeño para el material que tengo», cuenta. «Huye» del texto que suele acompañar a cada obra. «Lo bonito es que cada espectador viaje, le conmueva o le espante mi fotografía», dice.
En estos tiempos en que estamos habituados a contemplar y a que nos impacten imágenes de gran tamaño, llama la atención el pequeño formato de muchos de sus trabajos. «Si la fotografía funciona, lo hará también en formato pequeño. Es como si te metieras dentro, hay una gran intimidad. Los detalles, la gama de los grises, la mirada... es una pequeña joya». Un brillo especial asoma a sus ojos.
En ellas destaca esa mirada cercana que da título a la exposición. En su acercamiento sobran las palabras. «Nunca invado, no hace falta hablar con la persona fotografiada para que te dé permiso, lo ves en su mirada. Es importante que sepan lo que estás haciendo, si eso ocurre, te dan mucho más», dice.
Nos recibe con esa misma cercanía. «Las entrevistas no se me dan bien», advierte, pero al instante surge una conversación agradable e interesante. Basta con preguntarle por su primera cámara para comprender su pasión. «De niña jugaba a mirar a través del objetivo aun sabiendo que no tenía carrete. Y eso me ha fascinado desde entonces. Tenía 13 años, estaba interna en un colegio de Inglaterra y le hacía fotos a una amiga con la cámara de mi padre, sin película. Al tiempo tuve una Instamatic, regalo de Reyes. Empecé a hacer fotos a mis hermanas, todavía guardo los negativos».
Blanco y negro
En aquel entonces sus imágenes eran en color, pero enseguida la atrapó el blanco y negro. «Es todo muy rápido, muy intuitivo. Tras todos estos años, al mirar, yo estoy viendo los grises, las tonalidades, el contraste... Me interesa su belleza y también su atemporalidad; el color no puede dar eso», señala.
Todavía hoy utiliza la cámara analógica, de medio formato. «Por eso trabajo lento. Los carretes son de diez fotos y te lo tienes que pensar antes de hacer una».
Subraya que detrás de cada imagen hay muchas horas de investigación. «La fotografía tiene mucho del instante en que el disparas pero también mucho de la película y el papel que eliges, cómo la revelas, el tipo de tonalidad... todo eso es la historia de una carrera», dice, tras lo cual afirma que le queda «muchísimo por aprender e investigar».
Siempre en busca de la comunicación, incluso en aquellos retratados que no miran al objetivo o a los que ha captado de espaldas. «No hace falta ver el rostro, hay algo en la espalda...», señala. «No siempre se consigue, pero para mí es importante que una fotografía hable por sí misma, independientemente de que forme parte de un proyecto más amplio», agrega.
En la exposición también muestra paisajes que fijan el marco de la persona retratada «situándola geográficamente».
Fascinación
Siempre la ha fascinado el ser humano. Ante nuestra pregunta, corrobora que «la cámara es una herramienta para poder acceder a culturas que jamás hubiera podido conocer de no ser por la fotografía. Podía haberlo hecho por otro medio, pero no de la forma en la que lo he hecho. Lo bueno es cuando con el tiempo ya no reparan en tí; es el éxtasis», [risas].
Su curiosidad no tiene límites. Cuanto más consigue, más quiere. «Cuanto más tiempo puedo pasar con ellos, mejor. Me gusta volver y volver... aunque no siempre puedo», señala.

Hay un lugar clave en su trayectoria: el Batey La Romana. A la plantación de azúcar ubicada en la República Dominicana llegó hace veinte años y todavía hoy la persiguen los rostros de aquellas personas con las que estableció una relación estrecha. Y entre ellos, especialmente, la de Gineta, una niña «muy silenciosa y muy observadora que siempre que llegaba se me colaba en el coche».
Su imagen –con un vestido blanco inmaculado cosido por su padre sastre, camino de la iglesia un domingo– preside el cartel anunciador de la muestra. «Esta imagen engloba lo que yo he buscado en el Batey. La belleza en medio de aquella vida», afirma.
«El lugar me inspiraba muchísimo. Nunca imaginé todo el aprendizaje de esta comunidad en la que me pasaba horas. Aprendí lo que es la dignidad, solidaridad y generosidad. Me he solido preguntar cuándo llegará el día en que vaya y no me inspire para hacer una foto. Todavía no me ha pasado. Aunque ya no voy tan a menudo...», cuenta. En su estudio la esperan los 9.000 negativos con los que quiere editar próximamente un libro.
Ha viajado también a países como Tanzania, Etiopía, Perú y Mongolia. Recuerda también su estancia en Nzali (Tanzania). El musicólogo Polo Vallejo llevaba años realizando una investigación allí e invitó a Ballvé a acompañarlo. El trabajo de ambos en la comunidad de los wagogo fue editado en el libro “Acaba cuando llego” que fue merecedor del premio Nacional español al libro de arte mejor editado en 2016. «Fue una gran alegría», afirma.
Fue en 1987 cuando tras haberse dedicado al retrato de estudio fue a visitar a la comunidad gitana en Madrid. La experiencia vivida amplió su manera de llegar al ser humano. «Podía hacer el retrato, pero podía ir más allá plasmando cómo se relacionaban entre ellos, cómo vivían, cómo vestían, por qué». Fue su primera incursión en la fotografía documental.
«Me decían que tuviera cuidado, en aquella época entrar allí con una cámara no era fácil pero enseguida te abren sus puertas».
Sorpresa
Eso sí, en el momento en que vieron las imágenes en blanco y negro, las cosas cambiaron. «Hoy en día con los móviles no es lo mismo, pero antes me gustaba volver al lugar para darles algunas imágenes que había hecho. Me pasé toda la noche revelando fotos para llevárselas al día siguiente. Llegué muy contenta pero cuando las vieron me dijeron ‘no nos gusta nada, queremos en color’. Claro, luego entendí que el color es muy importante para ellos. Al día siguiente compré un carrete en color para llevarles fotografías. Vas ganando la confianza porque les devuelves algo que ellos te han dado», remarca.
Madre de tres hijos –cuando llego a la República Dominicana acababa de tener al tercero–, ha logrado compaginarlo con su profesión. «Me considera muy privilegiada por haber podido desarrollar mi pasión. Es verdad que me hubiese gustado trabajar más, pero hay momentos en que tienes otras prioridades».
Aquella frase de su círculo cercano, «ten cuidado», la escucharía en muchos momentos de su vida, aunque su pasión es más fuerte que cualquier temor.
Confiesa que en otras circustancias le hubiese encantado ser reportera. «A lo mejor hubiese encontrado otra manera de trabajar», señala.
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