Iker Fidalgo
Crítico de arte

Leer desde el presente

La obra de arte no pertenece a nadie. Es final y parte de un proceso creativo. Está compuesta de fragmentos de intimidad y de experiencias vitales. Se compone de ingredientes tan estudiados como intuitivos. En ella se agolpan la poética de todos sus conceptos y la presencia física de sus materiales, texturas y colores. Se relaciona con el ambiente, la luz, la arquitectura o la atmósfera de los espacios expositivos. Tiene vida propia, pues tan pronto como se da por acabada, se desprende de las manos que la crearon. Un trabajo artístico es un lugar donde encontrarnos. Es un disparador de relatos que lleva consigo la carga de pertenecer a un sitio y a un tiempo concretos. A la vez es libre para desafiar cualquier atadura. Para trascender épocas y generaciones y reactivar su significado acorde con otras eras. Una pieza es violenta y apacible. Puede guiarnos a un entorno de paz mientras nos interpela, desafía y provoca reacciones. Por tanto, nuestras lecturas serán también variables. Dependerán de nuestro momento emocional, del museo, galería o centro donde suceda el encuentro y del contexto que la acompañe.

Como público, nuestra mirada siempre estará anclada en el presente. Nuestra posibilidad de enfrentarnos a creaciones de cualquier época pasada será lo que siga haciendo que se mantengan vivas. Gracias al arte somos capaces de situarnos en vidas que no son nuestras y, aun así, reconocer cuestiones como propias. La grandeza de las narraciones es poder desgranarlas y encontrar las coincidencias que responden a la propia condición humana.

A principios del pasado marzo, la sala de exposiciones Kutxa Kultur, con sede en la planta baja del Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera de Donostia, inauguró ‘Black Light’, comisariada por Anne Morin. La muestra, que podrá visitarse hasta el próximo 30 de mayo, es una retrospectiva de la fotógrafa Margaret Watkins (Canadá, 1884 - Escocia, 1969). Su nombre, como el de tantas otras creadoras, ha quedado relegado a un plano de la historia bastante poco accesible. Con todo, estamos ante una artista de gran sensibilidad técnica y poética que fue capaz de reinventar su propio desempeño profesional para abarcar terrenos como el publicitario, el retrato e incluso el collage y la abstracción. La exposición es inseparable de la propia biografía de Watkins. Una trayectoria que es relatada en la sala a través de los textos que acompañan a cada una de las partes que componen la propuesta comisarial. El recorrido se divide en cinco etapas que, a modo de capítulos, nos ayudan a reproducir el recorrido personal y profesional de Watkins gracias a más de 150 piezas. Desde sus inicios explicados en ‘Génesis de una obra’ hasta su periplo por el viejo continente bajo el título de ‘Europa’, pasando por su papel como reputada fotógrafa publicitaria y su interés por el retrato. Cada uno de estos títulos alberga una cuidada cantidad de imágenes cargadas de precisión técnica y atravesados por una incesante investigación creativa. Encontramos pruebas de esto en encuadres casi pictóricos, así como composiciones arquitectónicas cuyo contraluz nos lleva directamente a la abstracción más lineal. Por otro lado, la precisa quietud de sus retratos y de algunos de sus bodegones nos trasladan a una relación que convierte en inspiración aquello que nos es cotidiano.

El escultor Agustín Ibarrola (Bilbo, 1930), es uno de los protagonistas de este curso. La Sala Rekalde de la capital de Bizkaia le dedicó el pasado octubre una gran exposición que podrá visitarse hasta el 4 de julio. La madera, el papel, el hierro y la piedra son los cuatro elementos cuya presencia se ha repetido de manera constante durante su amplia trayectoria. Esto ha servido como planteamiento para la selección de obras que acoge la sala entre las que encontramos pintura, dibujo, escultura e incluso fotografía. Son más de 70 piezas las que dan cuerpo a uno de los artistas cuyas piezas ya forman parte del imaginario cultural de Euskal Herria.