Paul Verhoeven y Ari Folman reactivan el Festival de Cannes

Y al quinto día, la 74ª edición del Festival de Cine de Cannes encontró ese punto de inflexión que tanto necesitaba; que tanto necesitábamos. Veníamos todos muy tensos y calientes, básicamente por los mismos factores que nos llevan amargando la existencia desde hará ya más de un año. Que si mascarillas, que si pruebas PCR, que si distancias sociales... que si todo esto es difícilmente compatible con la envergadura colosal de un certamen por el que diariamente desfilan docenas de estrellas, se celebran una cincuentena de proyecciones y se congregan miles de cinéfilos que, por lo habitual, tienen el mal vicio de intentar llegar a todo (me incluyo en dicho grupo, por cierto).
Y claro, así no se puede. En estas circunstancias, no se puede llevar el ritmo demencial de visionados que algunos llevábamos antes del coronavirus. Y tampoco pasa nada: de hecho, como no hay mal que por bien no venga, no está de más señalar que este trauma pandémico puede usarse también para revertir los ritmos enfermizamente frenéticos de la vida moderna. Seamos más selectivos con lo que vamos a ver, no montemos bronca si vemos que no llegamos a todo... relajémonos.
Y de verdad que nos relajamos, porque a todo esto, apareció por fin uno de los directores más esperados este año en la Croisette. El holandés Paul Verhoeven presentó a Competición “Benedetta”, adaptación de la novela de Judith C. Brown titulada “Actos inmodestos: Vida de una monja lesbiana en la Italia renacentista”. La historia, por si había dudas, iba exactamente sobre lo que prometía el título del material literario de base, y por supuesto Verhoeven, rey del escándalo, se sintió como pez en el agua, como obispo en la iglesia, como demonio en las hogueras del averno.
Una joven novicia llegaba al convento donde, en principio, debería pasar el resto de su vida. Le esperaba la eterna compañía del Señor, esa entidad celestial que abriría comunicación directa con ella en varias ocasiones. La niña se convirtió en mujer; pasó el tiempo y las visiones y las señales del cielo se fueron sucediendo. Fuera, el mundo parecía caerse a pedazos por las arremetidas de una terrible plaga: la peste negra. Con esta mezcla de factores, Verhoeven hizo lo que quiso, tanto con el sexo como con la religión.
Su “Benedetta” se comportó, durante las más de dos horas de su metraje como una fábula impredecible, asilvestrada, provocadora... pero por encima de todo, liberadora: gloria bendita. Paul Verhoeven volvió a fundir la carne, la sangre y otros muchos fluidos en el mismo cuerpo del deseo. Con ello, habló del poder, del fanatismo (de antes y de ahora), del puritanismo... pero también del amor y, en última instancia, de la necesidad de quitarnos toda la tontería que tenemos encima. Donde otros habrían andado con pies de plomo, el artista de Amsterdam entró tan campante. Y tan divertido. Todo a su alrededor ardía, y él no paraba de reírse, y de contagiarnos sus carcajadas. Fuera complejos, fuera miedos: Verhoeven nos arrojó a las llamas que antes estaban reservadas a los herejes, y que ahora, por lo visto, serían la puerta de entrada a un reino mucho mejor que el que habitamos.
Fue mágico, en serio. Tanto, que el resto del programa pareció contagiarse de estos nuevos aires triunfales. A continuación llegó el turno de Catherine Corsini y “La fracture”, sobre el papel, una de las propuestas menos apetecibles en este Concurso por la Palma de Oro.
Pero no, al final resultó que nos esperaba una gran comedia, y de paso, un contundente documento de denuncia social... rematado, de propina, con un emocionante llamamiento a la hermandad, especialmente en estos tiempos convulsos.
Ahora el contexto lo ponía esa batalla campal en la que se convirtieron las ciudades francesas durante las manifestaciones de los «Chalecos amarillos». En esta agitación, Corsini juntó fuerzas con la siempre incontenible Valeria Bruni Tedeschi para firmar una comedia muy alocada, pero también con un marcado sentido del deber, que tendría que iluminarnos en estas horas tan oscuras.
De lo que se trataba aquí era de solapar el drama íntimo con la histeria colectiva. Una pareja estaba a punto de separarse para siempre, pero antes deberían pasar una noche trepidante en un centro sanitario, accidentalmente convertido en hospital de campaña. Gracias a una excelente gestión del ritmo y de todos los elementos que estaban delante de la cámara, “La fracture” se tradujo en otra riada de carcajadas, solo que ahora la iconoclastia dejó paso a la esperanza: cuando lo público está al borde del colapso, los lazos fraternales (entre desconocidos) se descubren como esa estructura improvisada y tambaleante... en la que todos podemos encontrar la salvación.
Pero es que todavía tenían que llegar más buenas noticias. Fuera de Competición, el prestigioso cineasta israelí Ari Folman nos trajo “¿Dónde está Ana Frank?”, nuevo film de animación en el que el pincel volvió a imitar las onduleantes formas de aquellos primerizos estudios Disney y Fleischer. Dibujos retro para mirar al pasado (el horror nazi), pero también para dar un toque de atención a un presente (el de la crisis de los refugiados) peligrosamente olvidadizo. De la mano de Ari Folman, el fundamental diario de Ana Frank cobró vida, dibujando la fantasía como contraataque a la barbarie, y recordando que el sufrimiento humano nunca se nos puede antojar ajeno.
La guinda aguardaba en la Quincena de los Realizadores. “Re Granchio” (o “La fábula del rey cangrejo”), de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis. Esto fue un viaje en todos los sentidos; el empujón que necesitábamos para echarnos a volar. Un cuento (de cuentos) impresionantemente filmado, que empezó como un documental y terminó invitándonos a saltar a lugares imposibles, a buscar tesoros legendarios, a (re)conquistar ese amor sin el cual nada de lo anterior tendría sentido. Mágico broche de oro.

El Patronato del Guggenheim abandona finalmente el proyecto de Urdaibai

Llaman a celebrar el 7 de febrero en Gernika la victoria popular frente al Guggenheim Urdaibai

Descubren un colosal «valle de los dinosaurios» en el Stelvio con miles de huellas fósiles

85 urte dituen Juaristi enpresaren egoera larriaz ohartarazi dute berriz langileek

