Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
Interview
Sandra Kogut
Cineasta

«Vivimos en un mundo donde todos aspiramos a ser patronos»

Nacida en Río de Janeiro en 1965, fue una de las primeras realizadoras brasileñas en destacar en el campo de la vídeo creación. Posteriormente trabajó como documentalista. Ha dirigido tres largometrajes de ficción, el último de los cuales, ‘Tres veranos’ acaba de llegar a las salas.

Sandra Kogut con la actriz Rayane do Amaral. (ELAMEDIA ESTUDIOS)
Sandra Kogut con la actriz Rayane do Amaral. (ELAMEDIA ESTUDIOS)

​‘Tres veranos’ fue una de las sensaciones del cine latinoamericano de 2019 tras su estreno en festivales como los de Toronto o La Habana. Desgraciadamente, la pandemia frustró su recorrido internacional lo cual no impidió que siguiera acumulando premios en certámenes como el de Málaga donde ganó en 2020 el premio de la crítica y el de mejor actriz para su protagonista, Regina Casé. Ella es la encargada de interpretar a Madá, la jefa del servicio doméstico en la mansión de un empresario que se ve obligado a huir del país tras ser imputado en una trama de corrupción. La relación entre los distintos personajes que pululan a lo largo de tres años por esta casa le sirve a Sandra Kogut para realizar un certero retrato sobre las tensiones sociales que propiciaron la llegada al poder de Bolsonaro.
 
​¿En qué medida cabe interpretar «Tres veranos» como un retrato social sobre el Brasil del pre bolsonarismo?

Cada vez que vemos una película de un país o de una cultura que nos resulta exótica, por así decirlo, siempre acabamos por preguntarnos eso: ¿estamos ante un filme que ambiciona dar testimonio sobre la singularidad de dicho país? Y, sin embargo, yo creo que ‘Tres veranos’, a pesar de ser una película muy anclada en la realidad brasileña, muestra una realidad universal. Desde que la estrenamos en el Festival de Toronto de 2019, ha sido vista por espectadores de muchas latitudes y me he dado cuenta de que todo lo referente al clasismo, al racismo y a la corrupción política se asume como algo propio porque, por desgracia, son cuestiones que, a distintos niveles, están presentes en todos los países.

Pero la película está ambientada en unos años muy concretos de la historia reciente de Brasil y su cariz político es evidente.

​Sí, pero fueron años importantes no solo para Brasil sino para todo el mundo, mira si no también el auge del trumpismo. La historia de ‘Tres veranos’ concluye en 2018 poco antes de las elecciones que dieron la victoria a la extrema derecha en Brasil. En este sentido, a mí lo que me interesaba era hablar de esas señales, invisibles para muchos, pero bastante evidentes, por otro lado, que propiciaron el triunfo de Bolsonaro. Yo quería reflejar ese caldo de cultivo hablando de la situación política y social de mi país en aquellos años, pero al final una película es un drama humano, no una tesis sociológica. Lo más importante son los personajes y las emociones que estos suscitan en el espectador. Eso es lo que nos lleva a comprender su situación y a poder hacer una lectura más amplia de la historia que nos están contando.
 
Una de las cosas más interesantes de «Tres veranos» es el modo en que incide en esa brecha generacional que parece definir nuestras sociedades hasta el punto de que la idea de progreso parece un combate contra ese caudal ético que nos transmitieron nuestros abuelos. ¿Cree que la reafirmación individual está unida al desprecio por el legado? Es algo en lo que pienso a menudo.

En la familia de mi película, el personaje del abuelo representa una conciencia humanista que le hace ser depositario de unos valores que no encuentran reflejo en los demás personajes, que de lo único que hablan es de dinero. Da igual que sean ricos o pobres. Los pobres hablan de dinero con desesperación, los ricos con ambición pero al final todo su interés se reduce a eso porque todos ellos viven en un país con un proyecto político neoliberal donde el único mandato que parecen recibir de las instituciones es: ‘búscate la vida aunque sea a costa de pasar por encima de tus semejantes’. Es un mandato que me cuesta aceptar y contra el que me rebelo. A riesgo de que me tilden de anacrónica o de parecer un dinosaurio yo creo que tenemos que organizar nuestra vida a partir de otros valores, que no sea el dinero lo único que nos defina social e individualmente.
 
Madá, la protagonista de la película, representa, en este sentido, el desclasamiento ¿Por qué decidió narrar la historia a través de su mirada?

​Justamente porque es alguien que está a medio camino entre esas dos realidades, la de las clases altas y la de los más desfavorecidos. Ella es una criada, pero al mismo tiempo, es la jefa de todo el servicio doméstico en la mansión en la que trabaja. Vivimos en un mundo donde todos aspiramos a ser patronos y quise construir un personaje que representase un poco esa contradicción. No obstante, en ningún momento la estoy juzgando porque son esas contradicciones las que dotan de humanidad y de complejidad al personaje. A pesar de ese empeño un tanto pueril por ser parte del mundo de las clases altas, hay que entender que Madá es alguien que procede de unos ambientes donde hay muy pocas oportunidades para progresar y su existencia ha sido un nadar a contracorriente.
 
Pero esa información le llega al espectador al final de la película, cuando el personaje se desnuda emocionalmente ante nosotros, hasta ese momento vemos a alguien que está siendo sistemáticamente explotada y asume ese servilismo con alegría incluso.

La alegría en el caso de Madá es una máscara que le ayuda a sobrevivir porque, viniendo de una realidad social como de la que ella proviene, no tiene mucho sentido permanecer hundido lamiéndose las heridas sino que tienes que aferrarte a lo que sea para salir adelante. La escena final de la película, esa confesión del personaje, refleja sin embargo su vulnerabilidad frente a esos ambientes de desigualdad en los que siempre se ha movido. A mí me resultaba imposible hacer una película que hablase sobre el Brasil de hoy sin incidir en esa idea de segregación.
 
¿Cree entonces que la alegría representa la virtud del resistente?

La alegría te predispone a la empatía y eso es muy importante de cara a conocer a aquellas personas con las que compartes tu día a día y no solo eso, la alegría también sirve para hacerte visible. Las diferencias de clase generan una brecha que se vuelve más profunda cuando los que están arriba son conscientes de las tragedias de quienes están abajo. Cuando conocen esta realidad en lugar de intentar revertirla se esfuerzan por ignorarla porque les genera incomodidad. Cuando alguien de las clases más desfavorecidas se cuela en su realidad y en lugar de agachar la cabeza les mira a los ojos con alegría y sin complejos se hace presente ante ellos y eso es lo que hace Madá. Por eso te decía antes que pese a su aparente simpleza creo que es un personaje bastante complejo.
 
Esa aparente desideologización de las clases populares ¿piensa que está detrás del auge de la extrema derecha?

La extrema derecha se apoya en el discurso del neoliberalismo que apuesta por un proyecto de país donde cada quien se abra paso pensando únicamente en sí mismo. Eso genera unas dinámicas de competitividad que estimulan un odio recíproco de unos contra otros y esa necesidad de tener identificado a nuestros enemigos es algo que nutre el discurso de figuras como Bolsonaro. Los ricos se protegen de los pobres que quieren desposeerles de sus privilegios y los pobres de aquellos otros que son más pobres que ellos y en los que ven una fuerza rival de cara a tener que compartir su miseria. Esa lógica neoliberal promovió la llegada al poder de este tipo que compareció ante la opinión pública de Brasil como si fuera un outsider cuando lo cierto es que era alguien que llevaba en política más de treinta años diciendo barbaridades. Pero más que focalizar mi crítica en Bolsonaro, a mí, como directora, me apetecía poner el énfasis en las relaciones a las que nos aboca el neoliberalismo con esa criminalización de la sociedad, de las instituciones, de los servicios públicos… Es algo terrible.
 
Sin embargo, parece como si el hecho de que Brasil esté inmersa en unos momentos de gran incertidumbre política haya estimulado a sus cineastas que, cada vez, están presentando películas más interesantes. ¿Cree que hay una relación directa entre ambas realidades?

​Yo creo que justamente ese ataque frontal contra las instituciones, contra las libertades y contra la sociedad civil es el que nos lleva a la gente de la cultura a reaccionar con urgencia. Eso te lleva a pensar ¿tiene sentido ejercer de artista en una época donde lo que se impone es el activismo? En nuestro caso no es un debate estéril. Cuando yo empecé en esta profesión, hace casi treinta años, el cine brasileño era una industria prácticamente inexistente después de años de políticas liberales que destruyeron buena parte de nuestro tejido cultural. El florecimiento de las artes que trajeron las inversiones públicas a lo largo de las últimas décadas es innegable y nos sentimos impelidos a defender eso. Ahora mismo estamos atravesando, nuevamente, un momento sombrío pero estoy convencida de que el cine brasileño sobrevivirá al bolsonarismo y a la cruzada anticultural que está llevando a cabo con todas esas políticas reaccionarias y moralistas que lo único que buscan es atacar la diversidad.