Víctor Esquirol
Crítico de cine
CRíTICA ‘THE EYES OF TAMMY FAYE’ (SECCIóN OFICIAL)

El pecado de sus ojos

Fotograma de ‘The Eyes of Tammy Faye’. (ZINEMALDIA)
Fotograma de ‘The Eyes of Tammy Faye’. (ZINEMALDIA)

Una capa de maquillaje, y después otra… y por encima de todo este conglomerado, se añaden unas últimas pinceladas que acaban por desdibujar una cara. Antes esta era de una determinada manera, presentaba unas facciones muy reconocibles… y ahora también, solo que no tienen nada que ver con el punto del que partimos: es la magia –espantosa– del maquillaje. ‘The Eyes of Tammy Faye’ abre con los planos detalle de un rostro con el que deberíamos estar muy familiarizados y que aun así, cuesta horrores reconocer. Una voz en off, la de esta cara, nos dice que en realidad ella es así, tal y como la vemos en este momento.

Solo que no, sabemos que Jessica Chastain (protagonista y principal activo de la función) no es así. Su exagerada mandíbula inferior recuerda a la de aquel Marlon Brando con sobredosis de algodones en ‘El padrino’, y el resto de su look la sitúan peligrosamente en la órbita de celebrities más cercanas, como lo es Carmen Sevilla o, por qué no, como lo fue Carmen de Mairena. Así de extraño es todo, así de freak. Esto es cine de los disfraces, casi «de barrio», donde las grotescas caracterizaciones bajo las que se esconden los personajes son la evidencia de una realidad increíble pero cierta.

Primera duda existencial: ¿se puede caricaturizar una caricatura? O si se prefiere: ¿cómo se hace un chiste cuando el chiste ya se ha hecho solo? El maestro de este tipo de parodias, Adam McKay, opina que sí, que la realidad, por muy deforme que se nos presente originalmente, siempre se puede deformar un poco más. Ahí está, por ejemplo, ese desfile interminable de prótesis, peinados extraños, calvas relucientes y panzas abultadísimas con el que se resolvió ‘El vicio del poder’, implacable biopic dedicado a un personaje tan increíblemente siniestro (de Dick Cheney iba el asunto) que de ninguna manera podía creerse ninguna frase o directamente imagen que emanara de su persona.

Aquí, el mundo retratado llama a los mismos modales: aquellos que este mismo profesa, vaya. Seguimos en los Estados Unidos, el patio de recreo de los tele-predicadores. ‘The Eyes of Tammy Faye’ toma como punto de referencia la vida, obra y milagros de la mujer del título (una evangelista, cantante y presentadora de programas de televisión) para hablar de estos submundos que también, y tan bien, captan el alma yankee. De Los Estados Unidos, el país de, por ejemplo ‘El rey de la Polka’ (esa estupenda colaboración entre Maya Forbes, Wallace Wolodarsky y el gran Jack Black), o de los canales de noticias locales (volvemos a McKay) o, por qué no, de Donald Trump.

En el período en el que transcurre la acción del film, este señor anaranjado no debía contemplar la posibilidad de ocupar el Despacho Oval de la Casa Blanca ni en sus más húmedos sueños. El título de «Líder del Mundo Libre» lo ostenta, por aquel entonces, otro ser peculiar: Ronald Reagan, esa causa y consecuencia de sus tiempos. En este sentido, ‘The Eyes of Tammy Faye’ es un relato de ascenso y caída que usa el imaginario neo-liberal (con sus excesos, sus groserías y sus otros atentados al buen gusto) como fuente iconográfica para ilustrar tanto la idealización del éxito como la pesadilla insoportable del fracaso.

Los títulos de crédito iniciales parten la pantalla de cine para hacer hueco(s) a ese universo catódico en el que la protagonista y su tóxico marido (interpretado por un Andrew Garfield muy en su salsa, muy asentado en su particular etapa del desfase) cimentaron un imperio audiovisual que les llevaría a contar por decenas de millones las almas que congregarían en cada una de sus emisiones. Ya casi estamos, a partir de un montaje musicalizado en formato zapping (muy en la línea de las narraciones terrorífico-nostálgicas con las que el maestro documentalista Brett Morgen revive los fantasmas del pasado en sus trabajos), la película nos acaba de poner en situación.

Por si falta algún otro apunte a pie de página, el producto no duda en mimetizar otros modelos de éxito, como por ejemplo el de los relatos de mafiosos de la factoría Scorsese, que se deja notar cuando Vincent D’Onofrio (otro gran acierto por parte del departamento de casting), aquí jefe de la curia de tele-predicadores, entra en escena. ‘The Eyes of Tammy Faye’ muestra su inteligencia en la imitación; en saber empaparse de la –ridícula– esencia del objeto de estudio. Así se va apuntalando la coartada definitiva, y es que casi todos los motivos por los que se podría atacar al producto no dejan de ser demostraciones prácticas de su perfecta comprensión del mundo por el que se mueve.

Hay quien con razón criticará la falta de ideas por parte de un montaje que, ante cualquier principio de incomodidad, se limita a aplicar el dogma del «solve/dissolve», es decir, pasar a la siguiente pantalla, siempre que la escena dé la sensación de haber llegado a un callejón sin salida. Y sí, el resultado de seguir dicha táctica es, a nivel cinematográfico, muy plano; muy pobre. Pero también podría pasar por buen reflejo narrativo de la permanente y muy angustiosa huida hacia adelante en la que están enfrascados los protagonistas de este gran circo. Con todo esto, el director, Michael Showalter, (detrás del reciente éxito indie ‘La gran enfermedad del amor’) sigue sembrando dudas con respecto a un talento que, esto es seguro, necesita apoyarse en el de los demás. Por suerte, allí está el de Jessica Chastain como infalible muleta, como esa capa de maquillaje que casi-casi concreta la ilusión de cierta belleza.