Ramon Sola
Aktualitateko erredaktore burua / redactor jefe de actualidad

De Aiete a Aiete, del terremoto a un nuevo suelo más fértil

La Conferencia de Aiete de 2011 fue un movimiento subterráneo que derivó en terremoto y cambió al país. Diez años después, lo que parecía una mera efeméride ha traído dos réplicas en el palacio donostiarra, de mucha menor intensidad pero que también dejarán consecuencias.

Representantes internacionales, junto a miembros del Foro Social en Aiete el día 14. (Idoia ZABALETA | FOKU)
Representantes internacionales, junto a miembros del Foro Social en Aiete el día 14. (Idoia ZABALETA | FOKU)

Cuando se inició el mes que toca a su fin este domingo, realmente nada hacía prever que el décimo aniversario de la Declaración de Aiete y el fin de la lucha armada de ETA fuera a suponer un giro de guión. Ni siquiera parecía una secuencia especialmente interesante en este proceso a modo de «road movie», en que el camino se va a haciendo al andar y la historia se despliegue con hechos. Las instituciones anunciaron sus eventos conmemorativos unos pocos días antes, casi con desgana. Los representantes internacionales hicieron las maletas para aterrizar en Euskal Herria sin saber siquiera si serían recibidos por el lehendakari Urkullu. Incluso el Foro Social Permanente situó sus expectativas en un nivel bajo: lograr una reflexión con cierto sosiego sobre lo avanzado y lo pendiente. El momento no parecía especialmente propicio por la omnipresencia de la «batalla del relato» creando tensiones y distorsiones.

Sin embargo, como pasa a menudo en este país, muchas situaciones que parecen frías de antemano acaban catalizando energías. Los diez días que han mediado entre el inicio de las jornadas ‘Diez años de Aiete’ y la manifestación de Sare en Donostia han superado con creces la expectativa previa. El aniversario no ha sido un recordatorio intrascedente sino un hecho político relevante, con novedades como la declaración de la izquierda independentista, la confirmación de que la comunidad internacional sigue ahí al máximo nivel o las aportaciones clarificadoras del expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.

Obviamente Aiete 2021 –escenario común de los dos aldabonazos principales, la jornada internacional del día 14 y la comparecencia de Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez el 18– no ha supuesto el movimiento sísmico de Aiete 2011, pero sí deja un nuevo suelo. Un espacio sembrado para que en la segunda década de este ciclo haya tantos o más frutos que en la primera.

Para empezar, 2021 ha arrojado más luz de la esperada sobre 2011. Quienes prefieren relato a realidad, lo han tenido de sobra. Y resulta que todas las figuras claves de aquel momento que han hablado estos días, algunas por primera vez (Martin Griffiths, David Harland, Iratxe Sorzabal) y otras con una claridad y sinceridad encomiables (Zapatero, Jonathan Powell, David Pla), han coincidido. Han confirmado que aquel no fue un proceso unilateral, como se presentó en su día, sino la «hoja de ruta resultante» entre ETA y el Gobierno español, en un diálogo indirecto que pivotó sobre la pieza central de los facilitadores. Un acuerdo alcanzado por la parte vasca a sabiendas, porque precedentes sobrados había, de que creer que Madrid y París lo cumplirían era quimérico.

En este bloque hay dos aspectos en los que merece profundizar. El primero es la constatación de hasta qué punto su cerrazón desprestigió al Gobierno del PP (y por extensión al Estado español), una actitud manifestada en Noruega y llevada al paroxismo con el desarme: Griffiths ha contado cómo «en España mucha gente le dijo a Kofi Annan ‘no te acerques’»; Brian Currin ha revelado amenazas; para Powell, lo que hizo Madrid en esa fase fue «de locos»...

El segundo es el modo en que Zapatero ha decidido reivindicar su autoría, la de Eguiguren y la de Rubalcaba. Ha dicho que lo cuenta ahora porque su exministro del Interior ya ha fallecido y en consecuencia es él quien tiene que dar testimonio. Pero seguramente el exinquilino de La Moncloa es bien consciente de que la obcecación de Rubalcaba en vender todo aquello como una «derrota de ETA» producida sin diálogo ninguno ha lastrado a su partido, dejándole sin los réditos políticos que podía haber logrado ante la ciudadanía vasca.



Pasando al presente, este décimo aniversario ha conseguido reenfocar las cuestiones claves pendientes, los fuegos reales a apagar, a menudo ocultos por el humo de la «batalla del relato». Resultó clarificador que, aunque no hubiera una mesa redonda específica sobre la cuestión de los presos en las jornadas de Aiete y el Kursaal, todos los intervinientes internacionales remarcaran la necesidad de solucionar esta cuestión y le dieran la gravedad pertinente, sin conformarse con que ahora haya 200 y entonces fueran 750. Quienes todavía insisten en que los presos son un problema exclusivo de la izquierda abertzale también lo debieron oír.

Sí hubo panel específico sobre otro asunto pendiente, el de las víctimas. Y sin embargo, en este caso la mayor aportación ha llegado de otro sitio imprevisto: la declaración de la izquierda independentista. Una posición que esta vez sí ha logrado hacerse oír y que ha tenido una mejor acogida por muchas de esas víctimas que por las formaciones políticas, lo que ensancha la vía para ir saliendo de las trincheras.

Igualmente elocuente fue que una víctima de ETA, María Jauregi, se encargara de reivindicar el sufrimiento de las víctimas del Estado en el principal acto del Gobierno de Lakua. El inicio del deshielo es real en un espacio que en conflictos de otros lares ha quedado congelado para siempre.

También en la crispada cuestión de la memoria han aparecido novedades. Tras la tormenta de setiembre en torno a Arrasate, la comunidad internacional ha sugerido soterrar este debate en un ámbito de diálogo privado y constructivo. Powell aportó incluso una idea muy concreta, que evoca sin citarlo el trabajo conjunto de Alec Reid y Harold Good para dar fe del desarme del IRA: «Se podría contar con dos personas encargadas de investigar el tema, dos personas muy respetadas de diferentes sensibilidades y trayectorias, dos personas que puedan ser copresidentas en la búsqueda de una posición común».

En un horizonte más difuso, tampoco ha faltado el recordatorio de que además de las consecuencias están pendientes las causas, la cuestión política. Hay que matizar que ni los representantes internacionales que firmaron el cuarto punto ni los estatales que lo asumieron en 2011 lo han mencionado ahora. Pero sí lo han hecho los soberanistas de Catalunya y Euskal Herria que saben que tendrán que ganarse el derecho a decidir igual que arrancaron a los estados en esta década el referéndum del 1-0 en el caso catalán o el desarme y el acercamiento de los presos en el vasco. El tema no ha avanzado desde Aiete pero los años no han pasado en balde y difícilmente podrá quedar hibernado otra década: la mesa Gobierno-Govern lo refleja en Catalunya, igual que en Euskal Herria el debate del nuevo estatus en la CAV o la recién lanzada iniciativa Navarra XXI Nafarroa.

Mirando hacia adelante, ¿qué puede generar esta especie de reinicio? Pronosticarlo sería tan estéril como haber pensado en 2011 que las cosas iban a ocurrir tal y como las enunció Bertie Ahern aquella tarde del 17 de octubre. Todo lo reseñado más arriba apunta a un suelo mucho más fértil que el anterior, pero la constatación de que «los enemigos de la paz no descansan» es más que un aprendizaje teórico a estas alturas. Andy Carl, de la fundación Conciliation Resources, puso como detalle significativo que siga la persecución judicial a un interlocutor como Josu Urrutikoetxea.

Así, el tema de los presos debe entrar en otra fase tras haber quedado atrás el alejamiento extremo, el aislamiento o el primer grado, pero la Audiencia Nacional está poniendo pie en pared y Lakua ha asumido la competencia carcelaria con un preso más añadido desde Madrid, Unai Fano, en un gesto elocuente. El de las víctimas puede seguir progresando, pero gestos como el de Covite encarándose con la movilización de Sare el sábado en Donostia muestran los enroques. Y si algo ha quedado claro en el post de la declaración de Otegi y Rodríguez es que el Estado español está muy lejos de reconocer sus violencias; las apologías concatenadas por los Vera, Villarejo o Jáuregui son solo la punta del iceberg, una pequeña parte del silencio de todos los demás que conforman una misma mole negacionista. Incluso han rebrotado los instintos reflejos de intentar sacar a EH Bildu del tablero político, con editoriales que plantean una especie de Pacto de Ajuria Enea en este nuevo escenario o las advertencias del presidente del PNV contra sus socios del PSE.

Nuevos parapetos sobre aquellos que hace diez años acabaron siendo superados con impulso civil e imaginación. Y en un contexto en que los bloqueos quizás serán más difíciles, porque esta década traerá –ya está trayendo– una nueva generación y otras agendas con nuevas prioridades.