Víctor Esquirol
Crítico de cine

El árbol de ayer

Con ‘Fadia’s Tree’, de Sarah Beddington, la 19ª edición del Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia nos embarca en una evocadora búsqueda de un tesoro simbólico y palpable al mismo tiempo. Las memorias trágicas de Palestina, pero también sus inquebrantables esperanzas, cobran vida.

Fotograma de ‘Fadia's Tree’.
Fotograma de ‘Fadia's Tree’. (Festival de Cine y Derechos Humanos.)

Cuando a Stefan Zweig le tocó escribir ‘El mundo de ayer’, seguramente su obra cumbre, lo hizo en la amargura de un exilio que, para mayor desgracia, ya no tendría vuelta atrás. Con su querida Europa a muchos kilómetros atrás, en llamas, consumiéndose por el horror de la Segunda Guerra Mundial, al hombre ya solo le quedaría el refugio de la añoranza: suspirar por un pasado que parecía que solo podría haber existido en otra dimensión; en una galaxia irreconocible, muy lejana a la nuestra.

El famoso escritor y cronista histórico, nacido en el esplendor -decadente- del Imperio Austrohúngaro, tenía marcada a fuego una circunstancia de su juventud que, como muchas otras, se había desvanecido con el implacable paso del tiempo. La memoria de ‘El mundo de ayer’ daba fe de algo increíble, hoy en día: la posibilidad de moverse libremente entre países; de salir del tuyo para viajar al extranjero, y de volver al hogar sin la necesidad de enseñar, en ningún punto, ningún tipo de acreditación o documento identificativo.

En la actualidad, la directora, guionista y productora Sarah Beddington nos lleva a una realidad diametralmente opuesta a esta. Una mujer debe ir del punto A al punto B; debe recorrer un trayecto que en coche apenas debería tomar treinta minutos… pero a la práctica, el recorrido se salda en un generoso (y muy engorroso) puñado de horas. ¿Por qué? Porque el punto A y el B pertenecen a países distintos (Líbano y Palestina), porque entre ellos está un punto de control israelí, o sea, uno de las muchos palos a las ruedas puestas al pueblo palestino.

Ruedas que, por cierto, ya hace décadas que están pinchadas. El contexto en el que se sitúa ‘Fadia’s Tree’, documental de la mencionada Sarah Beddington, es el de la disolución a cámara lenta de una nación cuya sentencia de muerte se firmó, precisamente, en ese «mundo de ayer» rememorado por Zweig. De la caída del Imperio Otomano surgiría una de las muchas regiones administrativas del Imperio Británico… y de ahí, la que hoy conocemos como la nación hebrea, uno de los muchos agujeros negros de derechos humanos esparcidos por el planeta.

Presente insoportable

La historia nos sitúa en el ahora, pero como le sucedía a aquel escritor judío en el exilio, su mente está puesta en el antes. Porque, en efecto, los tiempos pasados fueron mejores… porque este presente es insoportable. La directora intima, al fin y al cabo, con algunos de los miembros de un pueblo que ya llevará cinco (cin-co) generaciones en campos de refugiados. Entre unos antepasados que fueron obligados a abandonar su hogar y los descendientes con los que ahora mismo hablamos, han pasado, literalmente, más de un centenar de resoluciones de la ONU en favor de la repatriación del pueblo palestino.

Y en más de un centenar de ocasiones, Israel ha hecho como si nada. Con la inclusión de ‘Fadia’s Tree’ en su programa, el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia encuentra un valiosísimo testigo de una de las mayores injusticias cometidas a nivel planetario. La tragedia infinita de Palestina se materializa aquí en el árbol que pone título a la función: una reliquia, un tesoro, una búsqueda casi mística del único recordatorio que queda en pie de una casa que ya no existe.

Para encontrar este punto imposible de encontrar, la directora se pierde en imágenes de satélite en alta definición, y se sumerge en ellas a través de zooms que inevitablemente convierten lo que vemos en un borrón de colores y formas indistinguibles. Pero inmediatamente después, tanto su visión como la nuestra recuperan la clarividencia, merced a un sentido lírico que, como las aves migratorias, nos hace volar libremente, sin tener que preocuparnos en ningún momento por los muros y fronteras trazados con las escuadras y cartabones de los hombres.

Ante la fría lógica de las matemáticas, ‘Fadia’s Tree’ recurre a la magia fabulesca. De repente, las únicas esperanzas para encontrar aquel árbol pasan por un hombre ciego y un dragón de dos cabezas. Y esto sigue siendo cine documental. Una evocadora pieza de no-ficción que entiende que buscar y preservar lo simbólico es reivindicar aquello que nadie nunca nos podrá arrebatar. Como un árbol que crece en las condiciones más adversas, y cuyas raíces marcan la identidad de la tierra a la que se aferran. Se sucederán las tormentas y su tronco aguantará, como las sólidas columnas de ese templo donde aguarda la salvación.