Víctor Esquirol
Crítico de cine

El valor de visibilizar lo invisible

El Festival de Cine y Derechos Humanos se despide con el anuncio de un palmarés que reconoce a ‘Nuestra libertad’, ‘Fadia's Tree’ y ‘Prescindibles’, sendos esfuerzos encomiables a la hora de poner el foco sobre los sujetos y los pueblos cuyas luchas son en realidad patrimonio de toda la humanidad.

Uno de los trabajos cinematográficos visualizados en el certamen.
Uno de los trabajos cinematográficos visualizados en el certamen. (FESTIVAL DE CINE Y DERECHOS HUMANOS.)

Llegamos al final de la 19ª edición del Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia. Lo hacemos, como sucede en otras celebraciones, con el anuncio de las películas premiadas, aquí, una selección de tres títulos reconocidos por tres jurados distintos. El más importante, el del público, ha otorgado su galardón a ‘Nuestra libertad’, largometraje documental dirigido por Celine Escher; valeroso testigo de la dura realidad que presenta el país centro-americano de El Salvador con respecto al aborto.

Se trata de un seguimiento de la activista Teodora Vázquez, quien tiempo atrás sufriera el encierro penitenciario por someterse a la interrupción de la gestación. El film retrata su lucha para sacar de la prisión a las otras dieciséis mujeres que todavía cumplen condena por la misma razón, poniendo así en el foco la precaria situación de los derechos fundamentales de la mujer, en un contexto y un momento de lucha abierta por esta causa (en ocasiones, una auténtica cuestión de supervivencia) en dicho continente.

Por su parte ‘Fadia’s Tree’, de Sarah Beddington, no-ficción fabulesca sobre la búsqueda de un símbolo para el pueblo palestino, ha conquistado el Premio Amnistía Internacional, materializado este año a través de una escultura del artista vasco Koldobika Jauregi. Los responsables de dicho reconocimiento, han justificado así su elección: «Utilizando un lenguaje poético, ‘Fadia's tree’ consigue transcender la denuncia de lo concreto y tangible, en este caso la situación en que viven las personas palestinas refugiadas en Líbano, para reflexionar sobre cuestiones universales, asociadas a la existencia de fronteras y muros que condicionan la movilidad de las personas y en los que pueden producirse violaciones de derechos humanos».

Por último, el Premio del Jurado Joven del Concurso Internacional de Cortometrajes ha sido para ‘Prescindibles’, de Joel Ramírez. Leire Garitano, miembro de dicho jurado, ha hablado de dicha pieza: «El cine siempre ha sido considerado como una forma de escapismo, que generalmente aporta sensaciones positivas al espectador. Aun así, el propósito de este festival es que nos enfrentemos a los problemas que podemos encontrar en nuestra sociedad de hoy en día. Después de ver este cortometraje me di cuenta de que realmente no tenemos ni idea sobre la vida de las personas ignoradas a los ojos del mundo, incluso debido a problemas que no están bajo su control. Nunca pensé que en 14 minutos podría aprender tanto. Gracias y enhorabuena».

Pero ha habido tiempo para más. Después del anuncio del palmarés, hemos tenido ocasión de ver un programa de cortometrajes que ha encarnado a la perfección el espíritu del certamen. Un tríptico directamente llegado de la República Árabe Saharaui Democrática. O sea, otra ocasión en la que el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia ha puesto la lupa en uno de los puntos que, con más urgencia y gravedad, están marcando el tono de la actualidad. Mientras tanto, seguimos preguntándonos sobre sobre los movimientos internacionales del ejecutivo español.

En espera de respuestas, nos consolamos con ‘El precio de la belleza’, de Ahmed Moh Lamin, ‘En busca de Tirfas’, de Lafdal Mohamed Salem y ‘Toufa’, de Brahim Chagaf. Tres gemas que brillan ya por el simple (y épico) hecho de existir; por ser testigos de una cinematografía tan invisible, por desgracia, como la nación a la que representan. Pero el arte, ya lo sabemos, también sirve para esto: para que las voces acalladas de las personas salten las barreras (tanto naturales como artificiales) que el destino, de forma cruel, les ha puesto.

De modo que empezamos siguiendo los pasos de dos amigos que, hartos de malvivir con un trabajo que no lleva a ningún sitio, deciden tentar a la suerte con una jugada arriesgada que requerirá de ciertas dosis de picaresca para concretarse. Después, nos sumergimos en los anhelos y pesadillas de una chica arrastrada, por la presión social, hacia unos cánones de belleza con los que no se siente nada a gusto. Al final, nos asentamos en un campamento que vive y sufre, desde la distancia, las calamidades de un conflicto atroz.

Este último enclave, filmado con afinada sensibilidad por Brahim Chagaf, nos descubre un micro-ecosistema social de naturaleza matriarcal. Un refugio (de la cultura, de la salud… de la humanidad) alimentado por el empuje, la determinación y la sabiduría de las mujeres. Y ahí está, no hay duda, justo al final del certamen, encontramos la perfecta materialización de los propósitos prácticamente utópicos de esta fiesta cinematográfica: un lugar de concordia, un recordatorio de aquello que está mal en este mundo… pero también una luz de esperanza a la que seguir.