Ramón Sola

Gloria al toro en los Corralillos del Gas

Aunque parezca inverosímil, hay un punto en Iruñea en el que confluyen taurinos, antitaurinos y simplemente sanfermineros: son los corralillos del Gas, donde a pocos metros se puede admirar, despedir o simplemente alucinar con estos tremendos animales de seis años y 600 kilos.

Un impresionante toro de la ganadería Escolar, al otro lado del cristal del Gas.
Un impresionante toro de la ganadería Escolar, al otro lado del cristal del Gas. (Fotos: R.S.)

En los corralillos del Gas, justo cruzando el Arga desde Santo Domingo, hay muchas cosas sorprendentes. Una es la quietud. Nadie diría que esos morlacos tumbados a sol y sombra, pastando con desgana y dormitando la mayor parte del tiempo, son los mismos que van a barrer los 850 metros del encierro en dos minutos con una fuerza desmedida. Ellos tampoco intuirán que estos son sus últimos días.

La puerta se ha abierto a las 11.00 de esta mañana; para entonces la hilera de visitantes ya pasa el puente sobre el río. Algunos, quizás los menos, son taurinos, o mejor dicho taurófilos, aficionados a las corridas. En número similar acuden quienes van a correr el encierro y quieren saberlo todo sobre los animales con los que compartirán calle, aunque ello realmente sea intrascendente cuando lleguen las 8.00.

A tenor de lo que se escucha en ese pasillo anterior, mayor número son los que simplemente acuden en «modo zoo», en plan familiar, con el objetivo principal de observar de cerca a los espectaculares astados. Y quizás más todavía son los que pasan por los corralillos como mero ritual sanferminero, o mejor presanferminero, porque la instalación ha abierto el viernes 1, en cuanto han desembarcado en Iruñea cuatro de las ocho toradas de estas fiestas. Se cerrará a mitad de fiestas, cuando ya haya quede poco que ver.

Para unos y otros, la experiencia es la misma. Una entrada de 3,5 euros (niños gratis) da paso a un estrecho pasillo; pasarela de disfrute visual para los humanos, «corredor de la muerte» para estos bureles.

A la izquierda, dos grandes ventanas y otras dos más pequeñas por ganadería, desde las que se admirar o espantarse –según los casos– con el tamaño de las bestias. Mastodóntico en algunos casos, con reses de más de 600 kilos. Y espeluznante cuando se repara en las cornamentas, en algunos casos separadas entre sí más de metro y medio.

Los pelajes dan mucho que hablar: bragado, ojo de perdiz, chorreado, melocotón... Hay todo un diccionario para concretar al máximo lo que a simple vista es negro, colorado o blanco. Los mayorales pasean por la galería superior con su vara, atentos a cualquier conflicto entre hermanos; la convivencia en las manadas se crispa en ocasiones, pero este domingo impera la calma.

El pasillo tiene sus burladeros. No son de adorno. Por aquí cada día festivo al anochecer saldrán los toros que van a ser llevados, en el encierrillo, hasta Santo Domingo, y de ahí, a las 8.00, a la Plaza para pasar las últimas horas de su vida.

Hay tres formas de ver a los toros aún vivos en Iruñea, además del encierro y el encierrillo: en los corrales del coso en sus últimas diez-doce horas, en los de Santo Domingo durante su última noche, y en el Gas en los días anteriores. Pero solo aquí se les puede ver de cerca y con calma. Un momento de sosiego en la vorágine sanferminera y también un espacio para reflexionar sobre la muerte y la vida, las fiestas del pasado y el presente y las del futuro.