Dos cuerpos que ocupan tiempo, que se nos presentan ingrávidos debido a su solidez, a su manera de pisar el terreno, la piedra, donde ruedan o desde donde se impulsan para alcanzar vuelos inverosímiles, capaces de crear figuras y formar una pareja, un todo.

Hombre y mujer, dos masas corporales muy diferentes, igual capacidad para gestionar la pirueta, el riesgo, la atracción gestual, el cambio de dirección de las fuerzas y del destino de esos componentes coreográficos que se hacen y deshacen con una capacidad transformadora que, en ocasiones, conmueven por lo que tienen de ruptura con lo razonable, con lo natural, pero que a la vez son su seña de identidad, su significación artística y humana.

Una música acompaña y conforma un espacio sonoro que se incrusta en lo visual, en esas acciones que se suceden de manera majestuosa y mágica, con esos momentos de una suerte de erotismo fuera de catálogo,; lo concreto que se va convirtiendo en lo abstracto que vuelve a ser lo representativo que se vuelve discurso roto por lo imprevisto, por lo trazado, lo encontrado lo que parece improvisado y es el resultado de una disciplina que se utiliza para asentar lo bello, lo rudo, lo cercano, el uso del color, tangible, con unas manos que se segregan del resto del cuerpo a modo de guía que vuelve a descubrir al otro cuerpo, al otro, al que forma parte de esa cosmogonía física y poética, que termina con una suerte de baño en colores, en polvos de colores que son juego y bautismo.

Asier Zabaleta y su equipo ofrecen media hora de una intensidad y belleza de calidad superior.