Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

EEUU retoma el debate sobre la experimentación virológica

En todos los ámbitos de la vida, y por supuesto en la ciencia, experimentar es uno de los caminos más directos hacia el conocimiento. Pero hay experimentos y experimentos, y aquellos que se realizan con algunos patógenos suelen ser controvertidos. El debate ha cobrado fuerza en EEUU.

Una sanitaria aguarda a la llegada de pacientes de covid en el exterior de un centro hospitalario de Arlington, Virginia, en los primeros meses de la pandemia.
Una sanitaria aguarda a la llegada de pacientes de covid en el exterior de un centro hospitalario de Arlington, Virginia, en los primeros meses de la pandemia. (Olivier DOULIERY | AFP)

La pandemia y las acusaciones, infundadas pero muy difundidas, de que el covid tiene su origen en un laboratorio chino, aparecen como telón de fondo de una controversia que viene arrastrándose desde hace años y que cobrado fuerza en los últimos meses. El debate hace referencia a la seguridad de los experimentos con patógenos, y las posiciones son encontradas dentro de la propia comunidad científica.

La polémica, en esta ocasión, se ha centrado en EEUU, y tiene como detonante la intención de un laboratorio de Bethesda, Maryland, de equipar la cepa del virus de la viruela del mono que se extendió por todo el mundo el año pasado, causando principalmente erupciones cutáneas y síntomas parecidos a los de la gripe, con genes de una segunda cepa de viruela que causa una enfermedad más grave. El objetivo, explicaba “Science” a finales de 2022, es comprobar si alguno de los cambios hace que el virus sea más letal para los ratones. Los virólogos creen que desentrañar cómo unos genes concretos provocan que la viruela del mono sea más letal conducirá a mejores fármacos y vacunas.

Pero algunos epidemiólogos, como el director del Centro de Seguridad Sanitaria de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, Thomas Inglesby, han expresado su temor a que una versión más potente de la cepa se escape accidentalmente del laboratorio y desencadene una «epidemia más letal».

Como ya se ha dicho, llueve sobre mojado. En 2019, un grupo de científicos estadounidenses advirtieron de que el Gobierno de ese país estaba financiando unos «peligrosos experimentos» que podrían desatar una pandemia. En aquella ocasión se trataba de unos estudios en los que se manipulaban cepas del virus mortal de la gripe aviar. «Tienen poco valor científico, pero un riesgo inusualmente alto», valoraba entonces, en declaraciones realizadas a la BBC, Marc Lipsitch, profesor de epidemiología en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard.

Tres años y una pandemia después, Inglesby y otros epidemiólogos como él han cogido el testigo de aquella crítica y consideran que experimentos como el de la viruela del mono deberían someterse a una revisión especial, como la que se exige a los estudios especialmente arriesgados –porque podrían, por ejemplo, dar rienda suelta a un patógeno capaz de desencadenar una pandemia– financiados por EEUU. Y en esta ocasión, el Ejecutivo de Joe Biden parece dispuesto a introducir cambios de calado en la gestión de los llamados Estudios de Ganancia de Función (gain-of-function, GOF), que modifican los patógenos de forma que podrían propagarse más rápido o ser más peligrosos.

Proyecto para un nuevo protocolo

De esta forma, en setiembre un grupo de expertos convocado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y su organismo matriz, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), publicó un proyecto de informe que recomienda ampliar las normas del GOF para incluir cierto patógenos y experimentos que están exentos del régimen actual. Si se aprueba esa recomendación, lo que podría ocurrir este mismo año, el citado estudio sobre la viruela del mono debería someterse a un escrutinio más estricto. Y otros investigadores que trabajan con virus como el ébola, cepas de gripe estacional, sarampión e incluso virus del resfriado común, podrían enfrentarse a nuevos controles y restricciones.

De todos modos, incluso con las nuevas normas, decidir si un experimento encaja en una categoría revisable seguirá siendo cuestión de criterio. Predecir si un virus puede llegar a ser «altamente transmisible», por ejemplo, puede ser difícil. También definir el grado de virulencia.

En todo caso, el cambio propuesto no convence a otros científicos, que se muestran preocupados por la posibilidad de que una definición ampliada empeore lo que ya consideran un sistema de supervisión problemático. Este grupo dice que las normas vigentes han causado confusión y retrasos que han disuadido a no pocos colegas de realizar estudios fundamentales para comprender los patógenos emergentes y encontrar formas de combatirlos.

Avisan de que, si no se aplica con cuidado, la nueva normativa podría «obstaculizar enormemente la investigación de los virus en evolución o emergentes», según expone en “Science” la viróloga Linda Saif, de la Universidad Estatal de Ohio. Tanto ella como otros expertos creen que una normativa más estricta añadiría costosos trámites burocráticos que podrían llevar la investigación fuera de EEUU o al sector privado, donde la normativa estadounidense no se aplica o es más laxa.

En el otro lado de la balanza, algunos creen que los cambios propuestos no son suficientes y les gustaría que el Gobierno federal creara un organismo independiente totalmente nuevo para supervisar la investigación de riesgo. También que la opinión pública recibiera más información sobre los experimentos propuestos que podrían tener graves consecuencias.

Hay quien va más allá y pide que se ponga fin a la práctica habitual de recoger virus de animales salvajes y estudiarlos en el laboratorio, alegando que eso sólo aumenta el riesgo de que los virus –o versiones modificadas– salten a humanos.

Pero tanto unos como otros están de acuerdo en que las normas propuestas pueden representar un punto de inflexión en el debate sobre la financiación de estudios GOF de alto riesgo por parte del Gobierno de Estados Unidos, que es uno de los mayores patrocinadores mundiales de la investigación virológica. «Hay riesgos potenciales significativos tanto en el exceso como en la falta de regulación en este campo», resume el virólogo Jesse Bloom, del Centro Oncológico Fred Hutchinson, para quien «el objetivo tiene que ser encontrar el equilibrio adecuado».

Experimentos con gripe aviar

La controversia sobre los estudios que mejoran o alteran patógenos se encendió hace algo más de una década. En 2011, dos experimentos con gripe aviar H5N1 financiados por los NIH hicieron saltar las alarmas. Los virólogos Yoshihiro Kawaoka y Ronald Fouchier buscaban identificar mutaciones que pudieran permitir que ese virus, que normalmente infecta a las aves, también se propagara fácilmente entre los mamíferos, incluidos los humanos. Pequeños pero aterradores brotes habían demostrado anteriormente que el H5N1 podía propagarse de las aves a las personas, matando al 60% de los infectados. Y mediante la introducción de algunas mutaciones Kawaoka y Fouchier lograron modificar el virus para que pudiera propagarse entre hurones, que son mamíferos como los humanos.

Cuando Fouchier comentó los resultados en una reunión científica antes de su publicación, la preocupación de que la información pudiera caer en manos equivocadas o de que el virus modificado pudiera escapar del laboratorio llevó a funcionarios del Gobierno a solicitar una revisión por parte de un panel del HHS llamado National Science Advisory Board for Biosecurity (NSABB), creado tras los atentados con ántrax de 2001 para estudiar la llamada “investigación de doble uso”, que es la que podría utilizarse tanto para el bien como para el mal. Durante la revisión, los investigadores de la gripe aviar de todo el mundo detuvieron voluntariamente sus experimentos.

Finalmente, el NSABB llegó a la conclusión de que los beneficios de los estudios superaban a los riesgos; se publicó el experimento sobre el H5N1 y se reanudaron los trabajos.

Años después, en 2014, una serie de accidentes en laboratorios que trabajaban con patógenos, y la preocupación por algunos nuevos experimentos, provocaron una segunda “pausa” en la investigación financiada por EEUU. El Ejecutivo detuvo ciertos estudios con la gripe y los coronavirus que causan el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), primos del SARS-CoV-2. Los NIH identificaron 29 posibles proyectos GOF en su cartera de financiación, y tras revisarlos permitió que 18 se reanudaran. Los once restantes fueron eliminados o puestos en suspenso.

Entonces, las autoridades prometieron elaborar un protocolo más exhaustivo para identificar y bloquear potencialmente los estudios de riesgo antes de iniciarse. El debate culminó en 2017 con la publicación de la política actual del HHS, denominada “Atención y Supervisión de Patógenos Pandémicos Potenciales” (P3CO, por sus siglas en inglés). Exige que un panel del HHS revise cualquier estudio financiado por EEUU «que se prevea razonablemente» que pueda generar una versión mejorada de un patógeno que sea altamente virulento, altamente transmisible o que pueda causar una pandemia.

Sin embargo, se exceptúan los virus naturales no modificados y los trabajos para desarrollar vacunas o como parte de los esfuerzos de vigilancia, como la modificación de un virus de la gripe en circulación para evaluar los riesgos de una nueva variante observada. A efectos prácticos, el comité encargado de aplicar la normativa, que funciona a puerta cerrada, sólo ha revisado tres proyectos y los ha aprobado todos, y los críticos creen que se han pasado por alto otros estudios preocupantes.

Eso pretende evitar la nueva norma, pero el debate sigue abierto dentro y fuera de los laboratorios, y no van a faltar argumentos en un sentido y en el opuesto.

Visiones opuestas de un mismo trabajo

Hace unos años, un equipo dirigido por Ralph Baric, profesor de la Universidad de Carolina del Norte, pretendía determinar si los coronavirus de los murciélagos podían infectar a humanos (ahora sabemos que sí), y creó virus híbridos injertando el gen “espiga” que el virus utiliza para entrar en una célula en una cepa de SARS para que infectara a ratones.

Los investigadores no querían que el virus adaptado a ratones fuera más peligroso para los seres humanos, pero el virus híbrido enfermó a ratones portadores de un receptor de células pulmonares humanas. Algunos científicos criticaron que se creara un patógeno pandémico en potencia, pero Baric considera que estos híbridos son «totalmente esenciales» para probar fármacos y vacunas contra los coronavirus, y muchos virólogos están de acuerdo con él.

También sostienen que el trabajo de Baric y los experimentos relacionados con él proporcionaron una alerta temprana que, de haberse tenido en cuenta, podría haber ayudado al mundo a prepararse para la pandemia de covid-19.