Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto

Decir algo

Todo proyecto es una investigación y, por lo tanto, es azaroso. Hay una historia que la artista Marcela Correa cuenta que ejemplifica bien cómo se realiza este tipo de viaje no premeditado. Marcela Correa explica que ella y su pareja, el arquitecto chileno Smiljan Radic, solían recorrer las calles de Santiago fijándose en las cosas que para ellos tenían valor.

Constataron que casi nadie las miraba y, por eso mismo, daba la sensación de que en cualquier momento podían desaparecer, ya que no parecían albergar importancia alguna. Decidieron recoger esos restos, alguna barandilla, unas losas de granito, unos palés de viejos adoquines; e incluso aquello que no podían llevarse lo fotografiaban. Esas recolecciones, esos rescates, pasaron años en un taller que hacía las veces de almacén, esperando su turno, hasta que en algún proyecto futuro encontraran un sitio.

Las pocas veces que Smiljan Radic habla de su metodología proyectual insiste en una idea: «Siempre colecciono cosas de todas partes. Y eso es lo que hago. No hay mucho más que eso: hay poca invención. A pesar de todo, uno tiene que acabar hablando, diciendo cosas».

Podría pensarse desde esa visión que la arquitectura es una especie de caja de cartón abierta y dentro hay instrumentos de todas partes, que uno puede coger y utilizar. Se pueden meter cosas dentro de esta caja y utilizarlas para construir otro tipo de cosas. Y podría afirmarse también que ese ‘decir cosas’ es el mero hecho de hacer arquitectura, de proyectar, reordenar, ajustar, colocar esos objetos encontrados en un determinado momento y contexto. Aplicar una serie de estrategias de la disciplina a un repertorio de materiales que el arquitecto lleva en su equipaje de mano.

En el caso de Radic, ese equipaje pretende ser en la medida de lo posible, una caja intelectualmente austera, constreñida, con un discurso basado en la construcción de un oficio, en la depuración de la disciplina arquitectónica.

La Casa Pite, construida en el municipio Papudo, a poco menos de dos horas de Santiago, ejemplifica bien esta operativa proyectual. El proyecto oculta y despliega un extenso programa de 400 m2 a lo largo y ancho de un complejo lugar en medio de una naturaleza extrema, entendiendo que las diversas y claras situaciones de la geografía ayudan a caracterizar cada uno de sus ambientes.

En un acantilado, la tentación de acercarse al límite y de establecer una fuerte relación interior-exterior es exacerbada por la fuerte presencia del mar y una pendiente abrupta. El proyecto se resuelve a través de la articulación de los diferentes volúmenes y un programa fragmentado a lo largo de la pendiente. La disgregación de la forma permite que los volúmenes se acerquen cada vez más al límite, y es ahí donde aparece el vértigo, la extensión y el vacío.

Junto al mar

Es así como todos los recintos interiores establecen gracias a su forma y posición una relación singular con el mar: el pabellón central está suspendido sobre el océano, la carpintería de sus ventanas, sus pavimentos y sobre todo su posición frontal volando con respecto a la cota ayudan a que ese interior sea entendido como un elemento ligero varado en la ladera. Los dormitorios de invitados y de servicios fueron proyectados como cuevas en la pendiente, salvaguardando una cierta distancia con respecto a la abrupta pared rocosa que bordean y, finalmente, los dormitorios de los hijos están dramáticamente junto al mar, lo más cerca posible de la línea donde las olas golpean las rocas los días de tormenta.

Cada uno de estos compuestos, se componen simétricamente en sí mismos, y se conectan entre ellos por unos 800 m2 de plataformas y rampas exteriores. Desde un inicio, los propietarios pidieron que la casa no fuera visible desde la carretera que pasa tangente a la cota alta de la parcela. Gracias a esta disposición, se dispuso en el acceso una plataforma donde la escultora Marcela Correa instaló once rocas de basalto, para velar y sepultar la casa definitivamente bajo este peso físico y temporal. La imagen más pública de la casa es esa plataforma punteada por las rocas, como un témenos de una ruina clásica.

En dos o tres años más, su estructura de hormigón visto se habrá teñido con una pátina natural añadida por el mar, y los pastizales amarillos habrán invadido las canterías de los pavimentos en las terrazas exteriores.

En esta casa desmembrada por la topografía, un ojo experto puede intuir algunas de las imágenes acumuladas por Radic y Correa, las ruinas costeras de los templos griegos, los menhires neolíticos, la casa de cristal de Philip Johnson, plantas de John Hejduk, intervenciones de Land Art o distribuciones palladianas. Para pasar de la intuición a la masa construida, únicamente hay que reordenar el equipaje, adaptarlo al tiempo y al lugar, al fin y al cabo pronunciarse; decir algo.