Pensilvania, el estado más deseado en el camino a la Casa Blanca
Con menos de dos semanas de campaña, y los resultados de 43 estados prácticamente decididos, el o la nueva inquilina de la Casa Blanca saldrá de lo que ocurra en los siete restantes. Pensilvania, el más poblado, es en el que más tiempo y dinero están invirtiendo las campañas demócrata y republicana.

Para ganar las elecciones presidenciales hay que obtener 270 votos electorales o más. Según las encuestas, Kamala Harris tiene asegurados unos 226 y Donald Trump, 219. Los siete estados en disputa tienen un total de 93 votos electorales. De ellos, diecinueve corresponden a Pensilvania. Se trata de un estado de enormes contrastes que se extiende desde Filadelfia y el estuario atlántico del río Delaware hasta el lago Erie, con metrópolis progresistas como Filadelfia, ciudades de tradición obrera como Pittsburgh, o amplias zonas rurales mucho más conservadoras.
Pensilvania no votaba republicano desde los ochenta, hasta que en 2016 Donald Trump se impuso a Hillary Clinton. Cuatro años más tarde, Joe Biden celebró su victoria el día que se confirmó el resultado de Pensilvania, cuando ya habían transcurrido cinco días de la jornada electoral. Junto a él, una mujer llegaba por primera vez a la vicepresidencia del país. Ahora, Kamala Harris sabe que su futuro pasa en gran medida por los resultados en Pensilvania. Y para ello, es necesario movilizar el voto femenino.
Las últimas semanas han mostrado fisuras en el apoyo a Harris. Después de los días iniciales de ilusión por el cambio en julio y agosto, al bajar las aguas de la emoción, y comenzar la campaña en su última fase, los datos muestran que a la candidata demócrata se le están alejando varios segmentos de población. En resumen, los hombres están comprando el mensaje de Donald Trump.
Es algo que no solo está ocurriendo con la mayoría blanca; el contagio se extiende hacia la minoría latina y, en menor medida, pero significativamente, también a los hombres negros.
Aprender de 2016
La campaña demócrata ha detectado el riesgo de que se repitan los errores de 2016 con Hillary Clinton: no basta con recordar el peligro que supone Trump si además no se viene con propuestas concretas para las gentes del lugar. En el caso de Pittsburgh, hay que hablar de empleos en estas zonas que tanta importancia siderúrgica tuvieron no hace mucho tiempo. Según cuenta el exsindicalista Scott Sauritch al “The New Yorker”, mientras escuchaba a Clinton hablar contra Trump, se preguntaba: «¿cuál es tu plan para los trabajadores?». Aunque en aquel entonces votó disciplinadamente por la candidata demócrata, esta vez, ya sin cargos sindicales, piensa hacerlo por Trump. «No me importa lo que se vea en la televisión– dice, en referencia al apoyo de los sindicatos a Kamala Harris, –los currelas en la cantina del almuerzo adoran a Trump».
No hace muchos años, se daba por descontado que el voto de las fábricas y las industrias siderúrgicas eran totalmente leales a los demócratas. «No hay un republicano que en su vida haya intentado ayudar al obrero», recuerdan los viejos trabajadores. Cuando en 1984 Ronald Reagan arrasó en las elecciones (se impuso en 49 de los 50 estados), los demócratas ganaron diez de los condados industriales del oeste de Pensilvania. En 2016, Hillary Clinton solo se impuso en uno de ellos. Son condados obreros, de trabajadores blancos que hoy día sienten que el Partido Demócrata se ha convertido en una organización para gentes de clase media-alta y estudios universitarios y se ha alejado de sus intereses y demandas.
En este contexto, el mensaje xenófobo y machista de Donald Trump ha penetrado con fuerza en amplios sectores de trabajadores blancos.
Aunque se trata de una realidad que ya apareció en 2016 y se ha venido reforzando desde entonces, lo cierto es que se ha extendido a otros sectores no-blancos de trabajadores sin estudios universitarios. No hay que olvidar que, aunque la retirada de Joe Biden fuera seguramente inevitable tras su actuación en el último debate, el presidente goza de un gran prestigio entre los sindicatos y gran parte de la población de Pensilvania. Algo que siempre resultará mucho más complicado para alguien de California.
Los mítines masivos y el dineral recaudado por Kamala Harris son en principio un buen síntoma para los demócratas, pero también reflejan la realidad de que su mensaje está calando en personas con estudios superiores, de clase media o media-alta. Es el segmento que necesitan movilizar a toda costa, en especial el de las mujeres. Pero junto a ello, los demócratas ya han aprendido que no pueden dar por seguro el voto de las clases obreras, y siguen buscando la fórmula para parar la sangría de ciudadanos en su mayoría blancos que provienen de una tradición demócrata, pero están desertando al mensaje de Donald Trump.
Cómo «vender» el balance de Biden
En principio, no debería ser una tarea tan complicada. Trump denunciaba en 2016, no sin razón, que los tratados de libre comercio habían provocado el cierre de empresas estadounidenses. Pero pese a su retórica proteccionista, su política constante al llegar a la Casa Blanca fue la de bajar impuestos a los más ricos del país. No hay ni comparación con la actuación del Ejecutivo de Joe Biden –del que Kamala Harris forma parte, no hay que olvidar – a favor de los sindicatos y los trabajadores: desde el famoso «pay them more» (páguenles más), a recibir en la Casa Blanca a los huelguistas de Amazon y Starbucks, sin olvidar el gesto de estar en un piquete en Detroit, algo que nunca antes había hecho un presidente en activo. Por cierto, Kamala Harris acompañó al piquete del sindicato AUW (trabajadores de la automoción) antes que Biden, en 2019 en Nevada.
Si el presidente actual hubiera seguido como candidato, sería, sin duda alguna, una de sus principales tarjetas de presentación. Recordando además los millones de dólares que se han destinado a paliar los efectos económicos y sociales de la pandemia, con ayudas que han llegado a amplísimos sectores de la sociedad y que han relanzado una economía (ciertamente, a costa de una alta inflación inicial que ya se ha conseguido controlar) que va como un tiro, los demócratas no deberían tener tantos motivos para actuar a la defensiva. Sin embargo, las encuestas siguen mostrando a Trump como el preferido para gestionar la economía.
En este contexto, el Partido Demócrata y la campaña de Kamala Harris han visto la necesidad de reformular su mensaje para, por un lado, intentar atraer a parte del electorado obrero, y por otro llegar a nuevos ámbitos, como los republicanos moderados que vieron horrorizados el asalto al Congreso en 2021, o la eliminación del derecho constitucional al aborto en 2022 por parte de los jueces que Trump designó para el Tribunal Supremo. Una de las claves electorales en Pensilvania está en las zonas suburbanas. «Suburbs» en inglés no necesariamente significa suburbio en el sentido de zona deprimida, sino todo lo contrario muchas veces: se refiere a las zonas de urbanizaciones y bonitas casas individuales con su jardín arreglado que se encuentran en las periferias de las grandes ciudades. Chester, con más de medio millón de habitantes, es uno de los cuatro condados que rodean a Filadelfia, y el de mayor poder adquisitivo. A apenas doce días de la jornada electoral, la contienda en Pensilvania se lleva a cabo casa por casa.
Mujeres de zonas suburbanas
Los comités de apoyo a Harris en esta zona, formados en gran parte por mujeres, han organizado hasta vehículos para acompañar a las que consiguen convencer hasta los lugares de votación (aunque la jornada electoral es el 5 de noviembre, ya mismo es posible votar).
Con todos los matices y contrastes de Pensilvania, el traje de ciudades demócratas versus zonas rurales republicanas resulta demasiado reduccionista. Por un lado, por la necesidad no solo de vencer, sino de movilizar a muchísima gente en las zonas más favorables para cada partido para contrarrestar las pérdidas en otros distritos. En cualquier caso, los expertos ya apuntan por un lado al condado del lago Erie, por otro a la zona minera de Scranton (localidad natal de Joe Biden, por cierto), como las claves para que la balanza se mueva hacia Harris o Trump.
Desde que en 2016 Pensilvania votara por Trump, el ciclo electoral ha variado por completo. Los demócratas se han impuesto en la práctica mayoría de las elecciones en los últimos ocho años, aunque sea por un estrecho margen. El gobernador es demócrata (Josh Shapiro era uno de los más favoritos para acompañar a Kamala Harris como candidato a vicepresidente), y en las midterm de 2022 el escaño arrebatado a los republicanos por John Fetterman fue la clave para que Joe Biden haya podido tener una mínima mayoría en el Senado en los últimos dos años. Antes, en la primera parte de la legislatura, el 50-50 del Senado obligaba a la vicepresidenta Kamala Harris a estar en todas las sesiones para que su voto de calidad rompiera los empates. Éste también fue uno de los motivos por los que Harris no pudo lucirse demasiado como vicepresidenta: la necesidad de estar físicamente en el poder Legislativo le restaba oportunidades de actuar en el Ejecutivo lejos de Washington. Ahora, le toca recuperar el tiempo perdido ante el electorado de Pensilvania.

Ikasle etorkinei euskara ikastea errazten dien Eusle programaren arrakasta

Ambulancias de Osakidetza, un servicio de camino a urgencias

El Patronato del Guggenheim abandona finalmente el proyecto de Urdaibai

Ocho de los Filton24 mantienen la huelga de hambre como protesta por el genocidio en Palestina
