Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad

¿Cómo será la agricultura navarra del futuro? 

Con el cambio climático como telón de fondo, el mapa agrícola de Nafarroa podría cambiar por completo en unas décadas. En ese contexto, investigadores navarros lideran un proyecto internacional que prueba nuevas variedades de grano y tecnologías para garantizar alimentos en un futuro más cálido.

El dron Phantom 4 sobrevuela un viñedo en Artaxoa.
El dron Phantom 4 sobrevuela un viñedo en Artaxoa. (IDAB)

Sequías prolongadas, olas de calor cada vez más habituales, suelos cada vez más pobres y tormentas con fuerza tropical que arrasan cosechas completas han dejado de ser fenómenos excepcionales. En Euskal Herria y en el mundo, la agricultura ya no puede desligarse del impacto del cambio climático. Frente a esta cruda realidad, Nafarroa capitanea un proyecto científico de alcance internacional que busca dar respuesta a una de las grandes  preguntas de este siglo: ¿qué vamos a comer y cómo lo vamos a producir cuando el clima sea aún más extremo?

La respuesta se germina en los laboratorios del Instituto de Agrobiotecnología (IdAB-CSIC) de Iruñea, pero también en los centros de estudios de universidades como Innsbruck (Austria), Reading (Gran Bretaña), Talca (Chile), Niigata (Japón), Pekín (China) o Missouri (EEUU). En total, once instituciones de tres continentes integran el consorcio internacional CropYQualT-CEC, coordinado por el investigador navarro Iker Aranjuelo y financiado por la Comisión Europea (convocatoria MSCRise). Solo en su primera fase promovió más de 50 estancias de investigación, formó a jóvenes científicos y desarrolló herramientas diseñadas para dar el salto desde los artículos académicos al campo.

Con un presupuesto cercano al millón de euros, el proyecto afronta ahora su segunda fase con un equipo de alrededor de 80 personas. Sus ensayos van desde los campos de Erribera hasta parcelas experimentales en Chile, Japón, Gran Bretaña, Bélgica, China y EEUU, y muchos de ellos se nutren de imágenes de satélites, sensores portátiles y drones de última generación. La finalidad es doble: desarrollar y comprender variedades de cereales capaces de soportar un clima más cálido y perfeccionar tecnologías que reduzcan el consumo de agua y fertilizantes sin comprometer la productividad.

«Las plantas del futuro, de aquí a 20-30 años, tendrán que crecer en ambientes con más temperatura y menos agua. Entonces, hay que empezar a preparar la agricultura, a darle al agricultor herramientas, tanto a nivel tecnológico como de variedades que puedan ser sostenibles, es decir, que puedan producir en un ambiente más estresante», explica Aranjuelo a GARA en un despacho del IdAB.

En busca de la ‘superplanta’

Para anticiparse a los ecosistemas futuros, el equipo ha trabajado con trigo, cebada, maíz, soja, arroz, alfalfa y quinoa, identificando, mediante estudios moleculares, qué variedades se adaptan mejor a esas condiciones y encontrar, bromea Aranjuelo, la «superplanta». El objetivo no es modificarlas genéticamente, sino seleccionar y cruzar de forma natural líneas que ya muestran resiliencia. Un total de 100 variedades de trigo, por ejemplo, se han testado en Chile, donde la diversidad climática recuerda a la de Nafarroa y ofrece a la inversa un espejo del futuro: de las zonas áridas del norte a las lluviosas del sur. «Hay variedades de trigo que hoy funcionan bien en Tutera o Iruñea, pero no si les aumentas la temperatura 2 grados», afirma Aranjuelo.

El panel de expertos del IPCC advierte de que algunos de los cambios ya provocados por el cambio climático serán irreversibles y que la trayectoria actual de calentamiento apunta a un aumento de 3,5 grados de aquí a final de siglo. Por eso, las estrategias agrarias internacionales se centran cada vez más en la adaptación. En un planeta más cálido, incluso cultivos tan arraigados como el arroz japonés necesitarán reinventarse. «Allí también se está analizando cómo la temperatura y el agua condicionan la producción y la calidad del grano», explica el jefe del Departamento de Biotecnología Vegetal del IdAB.

Además, se están realizando ensayos con quinoa, una planta que destaca por su resistencia: produce con poca agua allí donde el trigo no sobrevive y prospera incluso en suelos más pobres. Esa capacidad de adaptación la convierte en una especie estratégica para un futuro más adverso, subraya Aranjuelo.

En paralelo, el consorcio ha trabajado también con alfalfa, un cultivo esencial para la alimentación animal. Su interés radica asimismo en una particularidad biológica: en las raíces desarrolla nódulos donde habitan bacterias capaces de fijar el nitrógeno natural del aire. Gracias a esa simbiosis, la planta apenas necesita fertilizantes químicos y, además, deja el suelo enriquecido para los cultivos posteriores.

Aranjuelo recuerda que la agricultura exige pensar en otra escala de tiempo. «Nos falta perspectiva temporal», afirma, evocando cómo en los suelos de Nafarroa aún afloran restos fósiles de animales marinos: un recordatorio de que el territorio nunca ha sido estático. El cambio climático acelera ahora esas transformaciones, aunque sus consecuencias exactas sigan siendo imposibles de prever. Lo que sí parece seguro es que habrá variedades que no soporten la sequía o el calor y desaparecerán, mientras que otras nuevas se impondrán por pura selección natural.

Ese desajuste también redibujará el mapa agrícola navarro. Hoy, el trigo apenas se cultiva más allá de Urrotz, frenado por el frío del norte. Dentro de unas décadas, esas tierras podrían volverse fértiles para el cereal, mientras que en Erribera el calor y la falta de agua lo harán inviable. La agricultura del futuro, advierte, no será un calco de la actual, sino un paisaje distinto.

Tecnología para ver lo invisible

El segundo eje del proyecto gira en torno a  la agricultura de precisión. Si antes el agricultor recorría a pie sus robadas para decidir si regar o fertilizar, ahora ese trabajo puede apoyarse en tecnología para detectar problemas aunque no se noten a simple vista.

En el proyecto, se han utilizado drones Phantom 4 equipados con cámaras multiespectrales que sobrevuelan las parcelas, analizan el color de las hojas y, mediante algoritmos de inteligencia artificial, indican si falta agua o nitrógeno. Los satélites europeos Sentinel-2, que cada cuatro días capturan imágenes de toda la superficie terrestre, permiten hacer lo mismo a gran escala y de manera gratuita. «Ya hemos trabajado con imágenes satelitales en la zona de Olite y con drones en la zona de Otazu», detalla el investigador.

A estas imágenes se suman sensores enterrados en el suelo que miden humedad, salinidad y nutrientes, enviando datos en tiempo real a la nube. Todo ello ofrece al agricultor información para aplicar agua o fertilizantes solo cuando y donde realmente se necesita. La doble ventaja es obvia: menos impacto ambiental y menos costes económicos en un contexto en que los fertilizantes químicos, además de contaminantes, cuyos precios se han disparado a raíz de la guerra en Ucrania. «A día de hoy es difícil de dejar de usar químicos, porque si baja la producción, por ejemplo, un 20%, ya no le es rentable al agricultor. Por tanto, es necesario dar herramientas al agricultor para utilizar menos fertilizante y agua», apunta Aranjuelo.

Del laboratorio al campo

De Pekín a Niigata, pasando por Misuri, el proyecto fomenta un constante intercambio de personal investigador entre los distintos socios. El objetivo no es solo avanzar en los ensayos, sino también aprender nuevas técnicas y aplicarlas en cada región.

Uno de los puntos fuertes de CropYQualT-CEC es precisamente la transferencia directa al campo, con actividades que acercan estas innovaciones a los agricultores navarros.

«Hace poco vi en LinkedIn que uno de los agricultores con los que trabajamos se había comprado un aparato que utilizamos mucho, el SPAD», comenta Aranjuelo. «Es un dispositivo muy sencillo: pinzas una hoja y en segundos te indica cuántos niveles de nitrógeno y de clorofila tiene la planta. Se trata de dar a conocer estas tecnologías y demostrar que pueden estar al alcance del agricultor», agrega.

El futuro de la agricultura, reconoce Aranjuelo, no está exento de sombras. Las altas temperaturas serán más frecuentes y harán más difícil la vida, dentro y fuera del campo. Pero advierte de que la raíz del problema sigue siendo la misma: la responsabilidad humana en el aumento del CO₂.

«Cuando empecé a investigar, a finales de los noventa, el nivel de referencia en Iruñea era de 350 partes por millón. Hoy ya estamos por encima de 420», recuerda. Ese incremento alimenta el efecto invernadero y acelera un cambio climático que marcará el destino de los cultivos. Por eso, insiste, también importante es dar herramientas que permitan adaptarse. «Porque lo que hoy vale, dentro de unos años ya no servirá», sentencia.