Mariona Borrull
Periodista, especialista en crítica de cine / Kazetaria, zinema kritikan berezitua
PERFIL: ELOY DE LA IGLESIA

A gritos contra el silencio

Eloy de la Iglesia, con el premio Amalur que recibió en 2002.
Eloy de la Iglesia, con el premio Amalur que recibió en 2002. (Imanol OTEGI | FOKU)

Habría que preguntarse qué estaría dirigiendo hoy Eloy de la Iglesia, de no habérselo llevado el cáncer o de no haber sido condenado al auténtico ostracismo por los mecanismos de financiación pública, lo cual lo llevaría a catorce años de silencio antes de una última película, ‘Los novios búlgaros’ (2003). Un paréntesis de catorce años, en plena democracia, que tan a menudo se ha catalogado como retiro causado por su desencanto político y sus problemas con la droga.

En fin, seguramente Eloy de la Iglesia hoy no habría dirigido un biopic sobre Luigi Mangione. La ampolla está levantada, el trabajo hecho. El cineasta nacido en Zarautz (1944) vivió y creó siempre por la puerta trasera. Entró en el audiovisual creando programas para la infancia (la primera marginalia). De familia burguesa, sus tempranas incursiones a Madrid fueron por los suburbios y descampados, de Vallecas a Matadero; allí se encontró con Almodóvar. Primero rompió el velo de la opresión sexual femenina con ‘Algo amargo en la boca’ (1969), sobre la que insistiría en clave desafiante psicothriller erótico con ‘El techo de cristal’ (1971). Recordemos: homólogas de los neonoirs de los noventa, veinte años antes y en Dictadura. Entonces, en el Estado Español las cárceles iban llenas de “degenerados” incómodos.

De La Iglesia probó suerte con el terror (‘Nadie oyó gritar’, 1973), e inmediatamente volvió al sexo, a la calle: ‘Navajeros’ (1980), ‘Colegas’ (1982) y, sobre todo, ‘El pico’ (1983), fueron el epítome del cine quinqui y esta última, una de las películas más taquilleras del momento. ‘El pico’ y su secuela, sobre un menor hijo de guardia civil que se prostituye con hombres adultos para pagar su adicción a la heroína, sigue siendo hoy un visionado contra las cuerdas del prejuicio. En todas ellas, siempre aparecía José Luis Manzano, su actor fetiche y amante en la vida real. Eloy de la Iglesia podría ser nuestro malogrado Pasolini.

Ambos bandos del hemisferio de los primeros años de la democracia nunca le perdonaron ‘El diputado’ (1978), quizás su mejor película, sobre el rechazo del socialismo de corbata a la bisexualidad de un José Sacristán absolutamente deudor de Dirk Bogarde en los sesenta. Pero la gota que colmó el vaso fue ‘La estanquera de Vallecas’, una sátira negrísima con Maribel Verdú y Emma Penella en la que una Españita en miniatura aprendía a ser democrática.