...y Txiki arraigó en Catalunya

La memoria de la ejecución todavía atraviesa a toda una generación de activistas y abogados.

Acto de recuerdo a Txiki en Cerdanyola, donde fue fusilado.
Acto de recuerdo a Txiki en Cerdanyola, donde fue fusilado. (NAIZ)

Havies d’haver fet una altra fi;

et mereixies, hipòcrita, un mur a

un altre clos. La teva dictadura,

la teva puta vida d’assassí.

Joan Brossa, Final!

 

Han pasado 50 años. O media vida. O una vida entera. Pero el sonido de las balas, a escasos metros del cementerio norte de Barcelona, en la sierra de Collserola, el 27 de septiembre de 1975 a las 08:35 de la mañana, todavía resuenan en la consciencia resistente de los que más se implicaron en la defensa catalana de Txiki.

Los recuerdos compartidos son casi idénticos y saltan en cascada: la detención, un agosto de excepciones, el juicio farsa con causa sumarísima, la última noche de Txiki entre rejas, la ‘pajarraca’ de los presos, el dispositivo militar que salió de la Modelo hasta Cerdanyola a las siete y media de la madrugada, la toma policial de la zona, las primeras cargas, los centenares de personas al grito de «Gora Txiki/Visca Txiki!», el jersey elaborado por presas que portaba el militante de ETA, la foto del cuerpo sin vida ejecutado conseguida por el abogado Marc Palmés, su rápida difusión clandestina que dio la vuelta al mundo, las primeras protestas, los funerales y misas proscritas, las reacciones internacionales. Todo ha quedado en una memoria dolorida que cada 27 de setiembre madruga puntualmente.

Blanca Serra i Puig: «Empezaron matando y acabaron matando, matando a la juventud, que es lo que les daba más miedo»

 

Blanca Serra i Puig nos recibe en su piso de Les Corts. Departir hoy con ella obliga a recordar que, el pasado marzo, la recientemente creada Fiscalía de Memoria Democrática aceptó a trámite, por primera vez desde el final de la dictadura, una denuncia por torturas sufridas bajo el franquismo. Era su denuncia. En la primavera de 1975, Serra formó parte del grupo solidario que dio apoyó logístico a los militantes de ETA –Wilson, Mentxu, Txiki– que huían de la asfixia represiva en Gipuzkoa. Ellas fueron también quienes los trasladaron a Montserrat cuando tocó.

Para Blanca, la fecha ha quedado imborrable en el calendario: «Es todavía uno de los días más tristes de mi vida, con los recuerdos más amargos y que aún no he superado; fue, impotentemente, como si mataran a un hermano.  Empezaron matando y acabaron matando, matando a la juventud, que es lo que les daba más miedo».

Lo recuerda además, rememorando que otros compañeros de la clandestinidad catalana tenían similar apodo: ‘El Nen’ (El Niño) o el ‘Patufet’ (El Pequeñito). Añade que Txiki era «jovencísimo y, en medio de tanta oscuridad, era un punto de luz».

Mural de recuerdo a ‘Txiki’, esta misma semana en la antigua cárcel Modelo de Barcelona. (NAIZ)

La histórica militante rememora que «hicimos todo lo que pudimos, pero todo era ya muy difícil; y cabría añadir que en las estructuras antifranquistas se había instalado ya la idea que el franquismo desaparecía con Franco, una visión que desde el independentismo de izquierdas no compartíamos para nada».

Serra concluye: «Todavía es una herida abierta». Y acaba: «Todo fue de una venganza sádica sangrienta». Su amigo, el escritor y viejo luchador independentista Julià de Jòdar, sostiene también que cabe preguntarse aún si aquello fue en realidad el último acto de la dictadura o el primero de la transición –o ambos simultáneamente–.

Magda Oranich: «Nuestros intentos era dilatarlo todo al máximo, porque sabíamos que a Franco le quedaba muy poco»

Magda Oranich nos recibe en su despacho. Fue la abogada de Txiki y junto a su compañero Marc Palmés pasaron con él su última noche. Estuvieron presentes en la ejecución, y es como si aún estuvieran allí. Sus manos recogieron, instintivamente, los casquillos de las balas y el tiro de gracia -una parte se salvaguarda hoy en Lazkao-.

Recuerda que el primer aviso llegó con una visita anticipada del abogado vasco Juan Mari Bandrés, trasladando la preocupación por Otaegi y Garmendia y por las detenciones en Barcelona. Después, la preocupación inicial fue Wilson, pero las alarmas y los peores presagios saltaron cuando se abrió una causa separada contra Paredes Manot. «Nuestros intentos era dilatarlo todo al máximo, ganar semanas, días y horas, porque sabíamos que a Franco le quedaba muy poco».

Pero todo fue acelerado. A las 8 de la tarde del 26 de setiembre, en la Modelo, alguien gritó: «¡Se abre la capilla!». Magda solo recuerda entonces «un silencio ensordecedor» y la calma de Txiki. A Magda Oranich aún le abrirían una causa represiva por haber solicitado, en uno de los últimos escritos presentados, que fuera ejecutado «como un gudari» -y ahí estaba, en esas tres palabras, la mano del histórico Miguel Castells-.

August Gil Matamala: «Durante el resto de mi vida, nunca más pude entrar en aquel bar»

Para el también abogado August Gil Matamala, bregado en el TOP durante años, el recuerdo más sereno y severo de aquellos días de agonía es doble, político y personal. No tiene duda alguna de que lo más que odiaban en Txiki era su condición de joven nacido en tierras extremeñas, migrado a tierras guipuzcoanas, e implicado, a vida y muerte, en la causa vasca.

El otro recuerdo ya es íntimo. Como letrado, la tarea que se la asignó fue acompañar a Antonia Manot, la madre de Txiki, durante la vista oral del sumarísimo militar que lo condenó a muerte: «Todo es de un recuerdo tristísimo, uno de los días más siniestros de mi vida, donde la firmeza y entereza de Txiki era impresionante, admirable y nos sobreponía; Txiki le dijo a un militar: «Nosotros no nos tenemos que avergonzar de estar aquí, vosotros sí».

En la única pausa del juicio que duró un solo día, Gil Matamala acompañó en silencio a la madre a un bar cercano donde no comieron nada: «Durante el resto de mi vida, nunca más pude entrar en aquel bar».

Jordi Oliveres: «Todo iba a 100 por hora, sin plazos, sin tiempo»

Jordi Oliveres, integrado en el equipo de abogados y que visitaba a Txiki tres veces por semana, fue quién sacó en su motocicleta la carta de Txiki, tras una visita –entonces con rejas pero sin gruesos cristales– donde Jon aprovechó para, disimuladamente, pasarle las pocas palabras que había conseguido escribir como testamento con la primera página en blanco arrancada de un libro. «Todo iba a 100 por hora, sin plazos, sin tiempo», recuerda.

Oliveres también fue quien reveló en su pequeño laboratorio la foto en blanco y negro de Txiki: «El carrete era en color, pero no nos fiábamos de nada, ni de revelarla en cualquier tienda».

Tras la ejecución y durante los intentos frustrados por organizar un funeral en Barcelona, fue agredido por incontrolados en la puerta del edificio del despacho colectivo, cura incluido. Oliveres recuerda a Txiki «como un chaval, muy sereno para la edad que tenía, me sorprendía».

Y aquel 27 de setiembre sigue siendo «indescriptible» y reaparece inesperadamente periódicamente –«nunca me habían ejecutado a un defendido y te marca para siempre»–. Hoy reclama de nuevo, como hace años, una calle para Txiki en Barcelona.

Txiki y Puig Antich, y la solidaridad popular

A todos ellos les ha quedado la indeleble cicatriz catalana de aquella madrugada del 27 de setiembre que se une, sin solución de continuidad, con otra madrugada aciaga y cercana: la del 3 de marzo de 1974. En Barcelona, aquella antigua cárcel Modelo, hoy reconvertida en centro de memoria, condensó en solo 18 meses el transcurso de la última pena de muerte con garrote vil contra Salvador Puig Antich y una de las cinco últimas ejecuciones del franquismo por sumarísimo militar.

No es lo único que une a Txiki y Puig Antich. El primer nicho donde reposaron sus restos aquel día fue cedido por la familia de Josep Lluís Pons Llobet, militante del MIL. Y aún más; solo o seis meses después, el joven Oriol Solé Sugranyes moría en Auritz, tiroteado por la Guardia Civil, tras la fuga de Segovia -y el año que viene se cumplirán también 50 años-.

Hoy, ahora y aquí, el lema oficial reza ‘50 años en libertad’, y cuan fácil sería sostener, incontestablemente, que eso incluye la libertad de unos verdugos impunes de los que hoy aún –secreto de Estado– se desconocen los nombres. Contra ello, en cambio, desde 1976, la solidaridad popular catalana, ininterrumpidamente, no ha dejado de homenajear a Txiki en Cerdanyola cada año, donde siempre acude puntual su cuadrilla de Zarautz.

La única placa en el lugar de los hechos, mantenida cada día, es esfuerzo del movimiento popular: ninguna señal institucional todavía. Solo bajo el mandato alternativo de Guanyem Cerdanyola –candidatura impulsada por la CUP– se aprobó la futura calle Jon Paredes Manot ‘Txiki’, que todavía espera su materialización.

David Fontanals (Vent de Llibertat): «Si no hablamos de Txiki, las cosas no irán bien»

David Fontanals, del colectivo popular Vent de Llibertat que anualmente organiza los actos de homenaje a Txiki, coordina estos días la elaboración de un enorme mural de Txiki en los mismos muros de la antigua cárcel Modelo. Y es diáfano: «¿Cuánta memoria aguanta la democracia? Si no hablamos de Txiki, las cosas no irán bien».

50 años después, el claro de bosque, entonces terreno militar, donde Txiki fue asesinado en nombre del Estado sigue allí; Gobierno Militar sigue allí, al final de las Ramblas; la Modelo, vacía, sigue allí. Pero el viento de Txiki sigue soplando. Y el silencio rompiéndose. Como lo rompió aquel gesto inesperado de un abogado –Ruiz Capillas– que en medio del ambiente irrespirable del sumarísimo judicial, se puso a aplaudir a Txiki, apasionada y desconsoladamente, tras su declaración en el juicio y ante el estupor militar de la sala. August, Blanca, Jordi y Magda son todavía aquel aplauso catalán que, por aclamación a la libertad, arrancó aquel día y ya nunca acabará.