Cómo insertar en el bien común los avances en neurotecnología
Los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco han abordado los retos que implicarán los avances en la neurociencia, con énfasis en el ámbito de los derechos. La intimidad, la autonomía, la identidad pueden ser campos de batalla cuando se abran puertas que hasta ahora parecían pura distopía.

Una charla sobre neuroderechos puede pillar fuera de juego a cualquiera que no esté familiarizado con el tema, qué decir un lluvioso lunes, con el cerebro abotargado por la modorra posestival. Pero la jornada organizada por UIK sobre las respuestas que requieren los avances en neurotecnología puso sobre la mesa algunos debates que van a cobrar gran protagonismo en los próximos años.
Porque esta cuestión ha dejado de ser un futurible, y al igual que ocurre en otros ámbitos, como la inteligencia artificial, en el de la tecnología destinada a controlar, reparar o mejorar las funciones del cerebro se están alcanzando estadios que hace poco parecían distópicos. Y ante la tesitura de que haya instrumentos con potencial para leer la mente o aumentar las capacidades cognitivas de las personas parece pertinente abordar las interrogantes científicas, bioéticas y jurídicas que esto implica. Eso hicieron, de forma didáctica, varios expertos en el Palacio Miramar.
Con una perspectiva general, Iñigo de Miguel Beriain, Investigador Distinguido en EHU y profesor Ikerbasque, explicó que partiendo de la base de que «modificar la biología es extremadamente complicado», se está apostando por «crear dispositivos que puedan interactuar con nuestra biología» para intentar alterar nuestro cerebro.
Aunque afirmó que a día de hoy le cuesta «diferenciar lo que ya es realidad y lo que todavía es ciencia ficción», algunos hitos todavía se formulan en modo hipótesis, como la opción de «coger lo que tiene nuestro cerebro y transformarlo en dato, de tal manera que se pueda transferir a algún sistema informático en el que nosotros pudiéramos permanecer indefinidamente». Una especie de “resurrección”, que equivaldría a «algo parecido a una recreación de la vida dentro de un ordenador». Algo parecido a lo que se describe en la película Matrix, que está lejos de poder alcanzarse pero quién sabe si podrá hacerse, igual que otros retos más plausibles como la creación de recuerdos falsos, el borrado de recuerdos, la transformación del comportamiento, etc. «¿En un panorama como ese, son importantes los neuroderechos?», se preguntó el profesor.
Tras evocar el trabajo desarrollado en este ámbito por Rafael Yuste, profesor de la Universiad de Columbia e ideólogo del proyecto BRAIN del Gabinete de Barack Obama, De Miguel Beriain valoró que «si lo que prometen las neurotecnologías se hace realidad vamos a tener que cambiar el derecho tal y como lo concebimos, de arriba abajo prácticamente, en muchos sentidos. No va a bastar con una ley de salud digital, probablemente vamos a tener que cambiar hasta el código civil».
Hasta que llegue ese momento, ya empieza a haber un reflejo de todo esto en el mundo del derecho. Expuso al respecto los derechos fundamentales propuestos originalmente en la iniciativa NeuroRights: la identidad cerebral, el libre albedrío, la privacidad mental, el acceso equitativo a los potenciadores mentales y la protección contra los sesgos algorítmicos.
Después de profundizar en las implicaciones de estos derechos –qué supondría que se conociera lo que cada uno está pensando o que a través de dispositivos se pudiera hackear el cerebro–, el investigador iruindarra mencionó los posibles deberes inherentes al desarrollo neurotecnológico. ¿Podemos, por ejemplo, obligar a alguien a preservar su autonomía, su identidad y su integridad en los términos expuestos?
Estos apuntes de interés general fueron desarrollados en las posteriores charlas y mesas redondas, como la que abordó las implicaciones éticas de los neuroderechos. En ella, Aníbal Astobiza Monasterio, profesor de Filosofía en la Universidad de Granada, llamó la atención sobre «la inminente comercialización masiva de dispositivos neuronales», lo que, a falta de marcos regulatorios específicos, puede acarrear un riesgo para los derechos fundamentales.
Disyuntiva tratamiento-mejora
La posibilidad de que se puedan exponer a la luz pública los pensamientos privados, los deseos, las creencias y las intenciones, o que «alguien malicioso» pueda conocer lo que cada uno está pensando es una vulnerabilidad, destacó, y citó como riesgos potenciales la discriminación basada en perfiles neurológicos, la manipulación conductual basada en datos cerebrales, la vigilancia cognitiva no consentida, la interpretación incorrecta de datos neuronales y la monetización de información mental.
También hizo mención a algunas aplicaciones actuales y emergentes de los dispositivos neurotecnológicos, distinguiendo entre los que tienen un componente médico –restauración de movilidad en parálisis, control de prótesis robóticas, tratamiento de Parkinson y epilepsia, comunicación para pacientes con ELA, rehabilitación neurológica tras un ictus, monitorización de actividad cerebral...– y los que no, como la detección de mentiras neuronal, la evaluación cognitiva laboral, el neuromarketing y estudios de consumidor, la educación asistida por neurotecnologia y la optimización de rendimiento militar, entre otros.
Y explicó que «aplicaciones que empiezan con fines terapéuticos a menudo derivan hacia usos de mejora cognitiva y comerciales». En este sentido, se preguntó si, por ejemplo, «es justo que pongamos a disposición de la gente tecnología para la mejora en lugar de para paliar una determinada patología».
El profesor vizcaino, que enumeró otros avances neurotecnológicos más allá de las interfaces cerebro-ordenador, mencionó amenazas concretas a la privacidad mental, como la neurovigilancia, la decodificación mental, el perfilado neurológico, así como a la identidad –modificación de procesos cognitivos, dilución de límites mente-máquina, alteración de rasgos de personalidad– y la autonomía personal: sugestión subliminal, manipulación de circuitos de decisión.... Una vez detalladas estas amenazas y citados riegos como el hackeo cerebral, la atrofia de funciones autónomas o el mercado negro de datos neuronales, cuestionó «cómo podemos anticiparnos a estos riesgos cuando la tecnología avanza más rápido que nuestra comprensión de sus implicaciones».
Tras considerar necesario «equilibrar innovación científica con protección de derechos fundamentales», Astobiza Monasterio concluyó apostillando que «la protección de nuestra mente es tal vez el desafío más importante para preservar nuestra humanidad en la era digital».
Una reflexión que no debe llevarnos a temer avances que pueden mejorar significativamente nuestras vidas, pero sí a trabajar para embridarlos e insertarlos en el bien común, en el de toda la humanidad.
Neuralink: herramienta de ayuda o caja de Pandora
El de la neurotecnología es, según explicó el profesor Aníbal Astobiza, un mercado que tenía un valor de cerca de once mil millones de dólares en 2023 y que se estima que puede tener un crecimiento de un 13,5% anual hasta 2030. Aunque las principales potencias económicas del planeta cuentan con proyectos ligados a este sector, la compañía Neuralink, fundada en 2016 por Elon Musk, dueño entre otras empresas de Tesla y SpaceX, y de la red social X, es la que despunta.
La firma del magnate sudafricano está especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora implantables (Brain-Computer Interfaces o tecnología BCI) y está desarrollando un dispositivo capaz de tratar a pacientes que sufran de discapacidades causadas por desórdenes neurológicos mediante la estimulación cerebral directa.
Precisamente, en setiembre ofreció su testimonio Noland Arbaugh, primer paciente de Neuralink, que porta un implante cerebral desde hace 19 meses. Relató que el chip lo ha llevado a un nivel de independencia impensable hace dos años, y hay quien lo señala como una evidencia de que los implantes cerebrales pueden pasar del plano experimental a un modelo práctico con beneficios sociales y médicos de largo plazo.
Sin embargo, muchos desconfían del objetivo que más allá del ámbito terapéutico puede tener una empresa fundada por un megalómano en absoluto interesado en el bien colectivo, más bien al contrario, y que fantasea con lograr una simbiosis total entre el ser humano y la inteligencia artificial

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