Tren Expreso de La Robla, un viaje de hierro e historia
Los grandes viajes en tren evocan imágenes de otra época, como si fueran escenas sacadas de una película en blanco y negro. Aquellos elegantes trenes quedan lejos de los vagones que abarrotamos hoy día. Lo que pocos saben es que ese lujo lo tenemos aquí, en pleno corazón de la capital vizcaína.

El Expreso de La Robla tiene su origen en la vía férrea del mismo nombre que se inauguró en 1894 con el objetivo de suministrar carbón a la poderosa industria siderúrgica vizcaina, obligada a buscar alternativas ante el repentino encarecimiento del carbón británico, y que encontró la solución en las cuencas mineras de Asturias, León y Palencia.
Fue así como se construyó esta línea ferroviaria de más de 330 kilómetros –el tren de vía estrecha más largo de Europa hasta el momento– que, atravesando una orografía compleja, uniría León con la estación de Lutxana, adonde llegaban diariamente los convoyes cargados de carbón para alimentar la siderurgia vizcaina.
Pero como siempre sucede, la historia del tren de La Robla, también está hecha de personas. A diferencia de otros ferrocarriles mineros, el de La Robla no solo transportó carbón, sino que también llevó viajeros, sueños y afectos. El paso del tren que unía las cuencas mineras de Castilla con la ría del Nervión se convirtió para muchos pueblos y sus habitantes en la llegada de una nueva vida, una fuente de riqueza, de empleo y de comunicación con un nuevo mundo que recién se abría ante ellos.

Durante décadas, estas vías fueron el nexo de unión para los emigrantes rurales que buscaban trabajo en la industrializada Bilbao, y para las familias vizcainas que, cada verano, regresaban a la tierra que había visto crecer a sus padres y abuelos. Muchos vizcainos todavía recuerdan con cariño aquellos viajes interminables en esos vagones abarrotados, cuando las horas pasaban entre largas conversaciones y miradas perdidas por la ventanilla. En cada parada surgían los vendedores improvisados que ofrecían caramelos, pequeños juguetes o realizaban un bingo improvisado con la baraja de cartas. Incluso existía el famoso correo de La Robla, que salía de Lutxana a las ocho de la mañana y llegaba a León doce horas después.
El Expreso de La Robla es un tren turístico que une el clasicismo de los viajes de antaño con las comodidades actuales. Una especie de máquina del tiempo donde presente y futuro se dan la mano.
Estos viajes dejaron también una huella gastronómica en nuestra sociedad. De la necesidad de los trabajadores, nació la tan conocida olla ferroviaria o putxera. Utilizando el calor de la locomotora, cocinaban potajes de alubias, garbanzos o patatas con carne que hoy se han convertido en celebración y aún se preparan en muchas localidades del recorrido.
Comienza un nuevo viaje
Con el tiempo, cuando los trenes dejaron de transportar carbón, comenzó un nuevo viaje. Uno más sosegado, casi nostálgico: el del Tren Expreso de La Robla, un tren turístico que desde el año 2009 une el clasicismo de los viajes de antaño con las comodidades actuales. Una especie de máquina del tiempo donde presente y futuro se dan la mano. Sus vías recorren los mismos caminos que un día fueron sinónimos de prosperidad y esperanza para tantas personas. Ahora, sentado en sus vagones, no es difícil imaginar las vidas de quienes viajaron en ellos; trabajadores, migrantes, familias y todos sus recuerdos.

Hoy, el Tren Expreso de La Robla ofrece dos rutas entre Bilbao y León, o entre León y Bilbao. Tres días y dos noches, atravesando verdes valles, pueblos medievales y joyas del Románico Palentino. El recorrido va desde la vibrante y moderna Bilbao hasta la majestuosa ciudad de León, pasando por Frías, Espinosa de los Monteros o Cistierna.
Dentro, los amplios ventanales de los coches-salón invitan a sumergirse en el paisaje que se desliza lentamente ante sus ojos mientras un servicio de bar, biblioteca, juegos de mesa y conexión a internet crean un ambiente elegante y acogedor. En tierra, cada parada permite recrear la historia de todos los pueblos que se han levantado alrededor de las vías que recorre. Por la mañana, un bufet libre acompaña el despertar de los viajeros, y por la noche, el Expreso permanece en la estación, asegurando su descanso.
Viajar en el Tren Expreso de La Robla es recuperar el placer de mirar, permitir que el tiempo –que fuera de los vagones se nos escapa de las manos– se ralentice y dejarse llevar dando rienda suelta a nuestros pensamientos. La tranquilidad que se siente en cada compartimento se entrelaza con la belleza de paisajes de ensueño, donde la naturaleza, la arquitectura y la historia se fusionan. Surge así, una experiencia única que nos recuerda que poder viajar y vivir despacio es, en definitiva, el nuevo lujo de nuestro tiempo y está al alcance de nuestras manos.


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